Ayer concluyó en la Universidad de Almería el congreso Sinestesia, ciencia y arte. Coor-ganizado por la Fundación Internacional Artecittá, ha reuni-do a algunos de los mejores especialistas en lo que etimológicamente es la mezcla de sensaciones. Había psiquiatras, psicólogos, neurobiólogos y mucho artista. El arte ha sido el gran beneficiado de que el cerebro de algunas personas, por mecanismos que ahora empiezan a entenderse, activaran su sentido de la vista, además del auditivo, ante un estímulo sonoro. O de que otros sintieran, como escribió una vez Kandinsky, que "la nieve está cantando".
La primera referencia constatada a la sinestesia fue hace ahora justo 200 años. Pero entonces, y a lo largo de todo el siglo XIX, se creía que se trataba de un defecto del ojo o del nervio óptico. A lo más que llegaron algunos fue a contraponerla al daltonismo. Si este describía la dificultad para distinguir los colores, aquél era como si uno viera el arcoíris. Tenía algo de lógica. La llamada entonces "hipercromatopsia" se correspondía con la primera modalidad de la sines-tesia, la que hoy se llama grafema-color: la asignación de un color a cada letra y cada número.
Pero con el tiempo y la curiosidad científica empezaron a surgir más superposiciones de sentidos. Algunos también asignaban un color específico a cada persona o, en el caso del espacio temporal, para otros el presente era amarillo y el futuro azul. Otros veían figuras geométricas al compás de la música. Pero, en una de las características básicas de la sinestesia, a cada tono o armónico le corresponde siempre la misma figura o forma. También están los que proyectan una especie de aura (ver testimonio en página siguiente) que varía según la personalidad de la persona que tienen delante. Hoy hay unas 60 modalidades diferentes y muchos experimentan varias de ellas.
"Los que no somos sinestésicos sólo podemos tener una sensación similar con algún tipo de droga, como el LSD", dice el investigador de la Escuela de Medicina de Hannover, Hinderk Emrich. "Pero con ellas, los colores aparecen de forma irregular mientras que en los sinestésicos siguen un patrón", aclara. Su equipo es uno de los que ha aportado mayor base empírica a la teoría defendida hace una década por los científicos estadounidenses Edward Hubbard y David Ramachandran de que la explicación a la explosión sensorial de los sinestésicos se debe a una hipervinculación del cerebro. "Se trata de un diálogo interno de las distintas áreas cerebrales que, en los sinestésicos, es diferente", explica Emrich.
Más actividad cerebral
Su trabajo con escáneres cerebrales e imágenes por resonancia magnética funcional muestra cómo el cerebro de los sinestésicos tiene mayor actividad y conexiones entre las zonas responsables del procesamiento visual, auditivo o de la cognición. Ante un estímulo que en los demás sólo dispara un sentido, en ellos activa dos y a veces más. "No es un desorden, tampoco una anormalidad, es una variante de la normalidad. Su percepción es mucho más rica que la nuestra. Para nosotros el azul es azul, para ellos está lleno de matices", comenta.Desde hace años se considera que la sinestesia es un fenómeno de origen genético aunque la comunidad científica no lo asegura al 100%. Hay quienes defienden que se puede adquirir con cierto entrenamiento. De hecho, los científicos tienen seguras pocas cosas salvo que es un fenómeno real, genuino y no fruto de las asociaciones mentales que el resto de personas hace como, por ejemplo, vinculando la pasión o el calor al rojo.
Parte del problema viene de que hay dudas de que sea un fenómeno netamente sensorial o bien cognitivo. "Para entender su origen, antes hay que comprender la semántica, cómo el cerebro interpreta el mundo, lo cognitivo", explica el investigador del Instituto Max Planck para la Investigación del Cerebro, Danko Nikolic.
La propia pluralidad de casos dificulta su estudio. A medida que se profundiza en la sinestesia, van surgiendo nuevas modalidades. Por videoconferencia, el estadounidense Sean Day recuerda que aún hay tipos de sinestesia que no se han contemplado, como los olores sinestésicos, los sabores que producen colores. "Cuanto más se investiga, aparecen nuevos tipos de sinestesia", recuerda. Del congreso se sale con la idea de que la riqueza sensorial del cerebro y la cantidad de combinaciones es tal que el catálogo tiende a infinito.
Además de los casos de respuesta a un estímulo sensorial exterior, hay quienes expe-rimentan muy vívidamente emociones internas, estados de ánimo no inducidos desde fuera. Así, colorean los orgasmos o el miedo, dan formas geométricas a la sensación de hambre u oyen su alegría. Un grupo de investigadores venezolanos vino a Almería a complicar aún más las cosas. Están trabajando en el novísimo campo de la sinestesia corporal: los propios movimientos del cuerpo son abstraídos y representados con colores y olores.
El arte se ha aprovechado de esta sobredosis sensorial. Muchos ven la sinestesia detrás de la explosión del arte abstracto de comienzos del siglo XX. De Kandinsky ya se dijo que podría ser sinestésico, pero se sabe que sí lo era Paul Klee. El escritor Vladímir Nabókov o el genio del jazz Duke Ellington también lo eran. De hecho, al congreso han asistido sobre todo estudiantes de Bellas Artes, diseño gráfico y arte digital.
"Busco una relación entre las artes plásticas y la música", explica Marina Buj, que prepara su tesis doctoral en la Universitat de Barcelona sobre esta unión de disciplinas. En la mesa de una cafetería debate con la mexicana Alba González, que prepara su tesis sobre diseño y comunicación y ha venido a Almería a saber algo más de la influencia de la sinestesia sobre el diseño gráfico. "La sinestesia se puede usar como algo subliminal, transmitir agonía en un cartel por ejemplo", dice. "Podrías hacer que los no sinestésicos sientan lo que viven los que sí lo son", sostiene.
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