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2010/03/27

Un explorador en la selva de los números

Fuente: Publico.

Cuenta la leyenda que Arquímedes se estaba dando un baño en el momento en el que descubrió una de las leyes más importantes de la física. Al matemático John Torrence Tate, mientras, nunca se le olvidará la ducha de una mañana de marzo del año 2010. El reloj marcaba las seis y media de la mañana, y Tate se preparaba para iniciar otra jornada de investigación en la Universidad de Texas, cuando sonó el teléfono. Llamaban de la Academia de Ciencias y Letras de Noruega para comunicarle que había recibido el máximo galardón con el que se reconoce hoy en día la obra de un matemático, el premio Abel, por su "notable y duradera influencia en la teoría de números".
Al otro lado del teléfono, un selecto auditorio había escuchado recitar durante un par de minutos la lista de conceptos y de teoremas matemáticos que llevan el nombre de John Tate. Más tarde, el matemático Marcus du Sautoy, encargado de presentar de modo accesible los descubrimientos del premiado, bromearía sobre la posibilidad de definir el "índice de Tate" de una conferencia sobre teoría de números como el tiempo que tarda el ponente en pronunciar su nombre. "Casi siempre sería muy pequeño", dijo, y él sabe bien de lo que habla, porque su campo de investigación es una de las áreas de las matemáticas que las ideas de Tate cambiaron por completo.
Nacido en 1925 en Minnesota, John Tate se licenció en Física por la Universidad de Harvard. Aunque sentía desde niño gran fascinación por las matemáticas, la lectura de una colección de biografías de los mejores matemáticos de la historia le había convencido de que él no era lo bastante inteligente como para dedicarse a la reina de las ciencias. Solo al incorporarse, en 1946, a la Universidad de Princeton para hacer allí su doctorado, se daría cuenta Tate de que sí que tenía "algo de talento para las matemáticas". La historia ha demostrado cuánta modestia había en las palabras del joven estudiante, que durante varias décadas de colaboración científica con su nuevo director de tesis, el algebrista austriaco Emil Artin, iba a revolucionar una teoría cuyos primeros resultados se remontaban al gran Carl Friedrich Gauss.

En los ordenadores

Como señala la declaración del premio Abel, los números 1, 2, 3... esconden "un mundo complejo e intricado", que "se extiende desde los misterios de los números primos, hasta la manera en que archivamos, transmitimos y protegemos la información en los ordenadores modernos". Con la ayuda de las técnicas potentes de la geometría, John Tate ha conseguido abrir nuevos caminos en esa selva de la que quedan aún grandes superficies por explorar. Dos de las cuestiones sin resolver más importantes, la conjetura de Birch-Swinnerton-Dyer y la hipótesis de Riemann, guardan relación directa con su obra. Por eso, a la pregunta de Marcus du Sautoy de qué le gustaría hacer en los próximos años, Tate respondía ayer con voz somnolienta, no exenta de humor, que no estaría mal encontrar la solución de cualquiera de estos problemas.
El anuncio de la concesión del premio Abel coincide esta semana con la renuncia de Grigori Perelman, otro gran matemático, a recibir el millón de dólares que le correspondía tras haber resuelto otro de los Problemas del Milenio, la misma lista de enigmas a la que pertenecen la conjetura de Birch-Swinnerton-Dyer y la hipótesis de Riemann. No parece que vaya a suceder lo mismo con un matemático que considera que la experiencia de recibir el premio Abel le sobrepasa. El 25 de mayo, en una solemne ceremonia, el rey Harald de Noruega entregará el Abel a este investigador que, como dice el jurado, "ha dejado una impronta ilustre en las matemáticas modernas".

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