Hay quien odia las matemáticas, y hay quien tiene un sexto sentido para ellas. Muy literalmente, ese sexto sentido no sólo se encuentra en los seres humanos, sino también en algunos animales. Entre ellos, los tiernos polluelos. Obviamente, no se trata de calculadoras andantes, pero es una buena muestra de que, al contrario de lo que se piensa, las lecciones del “dos más dos son cuatro, cuatro y dos son seis” no son el comienzo absoluto del cálculo, ni el método único para aprenderlo.
El Centro de Investigaciones del Cerebro de la Universidad de Trento, en conjunto con el Departamento de Psicología General de la Universidad de Padua, ha realizado una serie de experimentos con un objetivo insólito: demostrar que los pollitos recién nacidos son capaces de realizar pequeñas operaciones aritméticas.
En realidad, tal y como se explica en el estudio titulado “Aritmética en polluelos recién nacidos”, no se trata de la primera vez que un estudio demuestra las competencias numéricas de ciertas especies animales.
Los chimpancés, por ejemplo, han dado resultados positivos tras varios experimentos: está demostrado que esta especie de mono puede contar. También los seres humanos recién nacidos poseen ciertas capacidades aritméticas instintivas. Sin embargo, esta es la primera vez que tal examen se ha realizado en polluelos.
Divertidos experimentos
Un grupo de pollitos de apenas unas horas de vida fue trasladado del criadero al laboratorio. Allí, los animales pasaron tres días en unas jaulas con la debida temperatura y alimento, y con la inusual compañía de cinco pequeñas cápsulas amarillas de plástico o “pelotas”, tal y como genéricamente se les llama en el estudio. Un tiempo suficiente para que los pollitos crearan un lazo afectivo con estos objetos. Pasados esos días, llegó la fase del entrenamiento.
El escenario de los experimentos consistía en una pequeña área circular, con un pequeño cubículo de paredes transparentes con capacidad para un pollito, y dos “paredes” opacas, semejantes a burladeros en una plaza de toros, situados enfrente del cubículo.
Durante el entrenamiento, el pollito no era encerrado en el cubículo, sino que era libre de familiarizarse con el nuevo entorno. Una cápsula, pendiente de un hilo invisible, colgaba del techo, sostenida por el experimentador. Tras un tiempo de asimilación para el animal, el experimentador comenzaba a mover lentamente la pelota, hasta esconderla tras una de las paredes. El pollito, al principio sin reaccionar, acabó persiguiendo la cápsula hasta el otro lado del burladero después de algunos intentos. Con esto, el entrenamiento se consideró efectivo.
Experimento 1
Tras el entrenamiento, comenzó la primera prueba. El pollito, confinado en el cubículo transparente, podía ver ante sí cinco cápsulas amarillas colgando del techo. Ante sus ojos, tres de ellas se escondían tras una de las paredes, y las otras dos, tras la pared restante.
17 polluelos realizaron 20 veces este proceso. Tras ello, otras 20 pruebas tuvieron lugar con un procedimiento ligeramente diferente: las cápsulas aparecían de una en una sucesivamente, sin que la siguiente asomara hasta que la anterior estaba debidamente escondida. Los pollitos debían, en este caso, memorizar a dónde iba cada una.
Los resultados fueron sorprendentes: sin apenas diferencia entre ambas fases, los pollitos se dirigían hacia la pared que escondía el mayor número de pelotas en casi un 70% de los casos.
Sin embargo, este porcentaje podía responder a otros elementos no relacionados con el número, como el color, el área o el perímetro total en la memoria de los animales. “Es bastante probable que los polluelos hayan basado sus decisiones en la cantidad de objetos, pero no podemos asegurarlo, puesto que, estrictamente hablando, las cualidades numéricas y las no numéricas no estaban separadas”, afirma la doctora Rosa Rugani, una de los autores del estudio.
Experimentos 2 y 3
Para solucionar esta cuestión, la segunda prueba contó con círculos bidimensionales de color rojo como estímulos. El cambio de objetos no supuso un cambio sustancial en los resultados, lo que confirmó que lo que movía a los pollitos era, definitivamente, el número.
El tercer experimento era más complicado. Se trataba de ver si los animales eran capaces de realizar sumas y restas básicas. Para ello, mientras el pollito observaba desde su cubículo, cinco cápsulas amarillas, de una en una, aparecían ante sus ojos y se ocultaban tras las paredes. Una vez hecho esto, el experimentador, de forma visible y clara, cambiaba una o varias pelotas de pared, modificando así el número inicial de cápsulas en cada burladero.
Los pollitos, ante esta situación, no parecieron tener ninguna dificultad al elegir el paradero de la mayoría de sus amigas las pelotas. Los aciertos se sucedieron en casi un 80% de los casos, constituyendo todo un éxito para las premisas del estudio: los pollitos son, definitivamente, capaces de contar y realizar sumas y restas básicas.
Un éxito que, por cierto, supera el de los experimentos en bebés humanos recién nacidos.
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