"Es imposible exagerar la total idiotez de la maquinaria financiera durante la última década. Un malvado genio no hubiera sido capaz de diseñar una estructura más propensa al desastre", asegura Charles Morris en uno de los grandes libros sobre esta crisis, El gran crac del crédito, de próxima aparición en España. El Fondo Monetario Internacional (FMI) proporcionó ayer en Washington nuevos datos para calibrar la magnitud del desastre: la factura de la crisis sobrepasará los 3,15 billones de euros en Europa, Estados Unidos y Japón, casi el doble de lo que se estimaba en enero para los activos tóxicos norteamericanos. Y sólo ha aflorado un tercio de toda esa basura financiera, por lo que a la banca y al conjunto de la economía les queda una larga travesía del desierto por delante.
Ninguna crisis dura eternamente. Pero, frente a los que atisban ya el final del túnel, el Fondo encendió más alarmas. Una: la sequía del crédito se agudizará este año con una caída del 4%, la peor en más de cinco décadas. Eso supone más madera para esa venenosa espiral que relaciona las turbulencias financieras con la recesión. Y dos: vienen malos tiempos para Europa. El FMI estima que las necesidades de capital de los bancos europeos pueden llegar a ser más del doble de lo que necesitan los estadounidenses. Con un regalo envenenado como colofón: Europa del Este sigue siendo la región del mundo con mayor potencial destructivo.
Pese a estos sombríos avisos, economistas y Gobiernos vislumbran tímidos rayos de luz. El español José Viñals se aferró ayer también a ese "horizonte de salida" en su estreno como director de asuntos monetarios y mercados financieros del Fondo. "La respuesta sin precedentes de los Gobiernos está empezando a restablecer la confianza en los mercados y la cifra final de pérdidas podría ser inferior si se confirma la recuperación", apuntó. Aunque los pesimistas todavía no se han equivocado en esta crisis.
Viñals pidió más dinero público para el sector bancario. El FMI cifra los requerimientos de capital de la banca americana en 275.000 millones de dólares. Se trata del dinero necesario para afrontar la pérdida de valor de los activos y el proceso de reducción de deuda después de la barra libre de crédito que alimentó la última burbuja. Esa cifra asciende a 600.000 millones de dólares para las entidades europeas, que han aflorado muchas menos pérdidas que las norteamericanas.
Buena parte de los economistas del sector privado apuesta sin ambages por las nacionalizaciones para cerrar de una vez la herida bancaria. La paradoja es que los funcionarios del Fondo prefieren una solución privada. "Hay que poner en marcha soluciones privadas para captar capital, y sólo en caso de que no funcionen hay que optar por la intervención pública o una alianza público-privada
[como la que plantea EE UU]", aseguró Viñals. El control estatal sería una solución extrema. "Las nacionalizaciones deben ser temporales y nunca la norma", zanjó.
Recién aterrizado en el Fondo tras dos años como subgobernador del Banco de España, Viñals apenas hizo referencias a la economía española ni a su sistema bancario. Preguntado por los países de la eurozona que se enfrentan a las turbulencias y al pinchazo inmobiliario -Irlanda, Grecia y España-, aplaudió los planes que garantizan la deuda bancaria y remachó: "No contemplo problemas para estos países, pero en todo caso es necesario desatascar los mercados financieros".
Para el Fondo, está claro que la salida de la crisis será "lenta y dolorosa". Como una larga enfermedad. La economía es la ciencia del "ya veremos": el Fondo considera que el activismo de los Gobiernos para apuntalar al sector financiero es condición necesaria para dejar de hablar de esa palabra, crisis, que hace unos meses era impronunciable. Y que ahora parece tener el don de la ubicuidad.
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