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2012/04/07

Los teléfonos básicos resisten el avance tecnológico


"Zack Morris quiere que le devuelvas su teléfono celular," he oído más de una vez, en referencia al mítico celular, del tamaño de un ladrillo, que portaba el personaje de Salvados por la campana (un Motorola DynaTAC, el primer teléfono celular de venta comercial, lanzado en 1983). Para esta comedia estadounidense, transmitida entre 1989 y 1993, la adopción temprana de este teléfono por parte de Zack simbolizaba su prosperidad en Los Ángeles y su facilidad para salirse con la suya.
Si Zack continuara haciendo bromas telefónicas al director Belding, en estos días, seguramente tendría un modelo más actualizado que el mío. Es un teléfono pesado, con tapa, seleccionado por su robustez de corte militar, tal como lo indica su nombre: el Samsung Convoy . Me lo dieron gratis con mi contrato de dos años. El único momento en el que tiene acceso a Internet es cuando presiono accidentalmente un botón que lanza un navegador primitivo (el cual abandono como un edificio en llamas por temor a las tarifas de Verizon).
A pesar de que mi teléfono suscita miradas en las partes más elegantes de Nueva York, soy tan solo un miembro de un contingente pequeño pero resistente (un convoy, si se quiere) de los que aún se resisten a los teléfonos inteligentes o smartphones, personas que se parecen al propietario ideal de un iPhone (menor de 40 años, profesional urbano), pero que lo rechazan y también a sus primos repletos de aplicaciones, a cambio de un teléfono básico o dumbphone (teléfono tonto, en la jrga), de baja tecnología.
Según un informe llevado a cabo por el Centro de Investigaciones Pew, el cual fue publicado el año último, el 35 por ciento de los estadounidenses tenía un teléfono inteligente en mayo de 2011 . Como era de esperar, este porcentaje es más elevado entre los jóvenes, los ricos y los habitantes de las ciudades. El 58 por ciento de la franja comprendida por jóvenes de entre 25 y 34 años (franja a la que yo pertenezco) son propietarios de teléfonos inteligentes. Y, en ciertos estratos sociales, aquel que no posee uno queda excluido.
Tal como expresó Kristin DiPasquo, una maestra de segundo grado, de 33 años, que vive en Filadelfia, a la que no le agrada la distracción y el costo de los teléfonos inteligentes: "Me encontré con cuatro personas, ninguna de las cuales tenía un teléfono inteligente. ¡Todos reaccionamos sorprendidos!'"
Entiendo las ventajas de los teléfonos inteligentes: he recibido mensajes importantes demasiado tarde, me he perdido en las zonas más remotas de Brooklyn y espontáneamente he deseado buscar en cuántos episodios aparece el DynaTAC de Zack. También temo por mi propia susceptibilidad a la adicción de revisar el correo electrónico, como el personaje de Ryan en un episodio reciente de The Office , quien entró en pánico cuando le quitaron su teléfono durante un juego de preguntas y respuestas en un bar.
Nicholas Carr, el autor de "The Shallows: What the Internet Is Doing to Our Brains" ( "Superficiales: lo que Internet está haciendo a nuestros cerebros" ), argumenta en el libro que, debido a la neuroplasticidad del cerebro, la navegación en Internet reprograma a las personas para ser más expertas en muchas tareas superficiales a la vez, pero disminuye la capacidad de mantener la concentración y pensar de manera interpretativa.
Los teléfonos inteligentes son especialmente perniciosos, ya que "aumentan la facilidad de acceso a Internet más allá que cualquier otra cosa que hayamos tenido con las computadoras portátiles", dijo Carr en una entrevista realizada a través de su teléfono fijo (él también es propietario de un teléfono tonto, al igual que los miembros de su familia). "Vemos un tipo similar de conducta compulsiva" a la navegación en Internet con la computadora, "pero puede seguir en forma continua desde el momento en que te despiertas hasta el momento en que te vas a dormir".
Este estado permanente de conexión, dijo Carr, significa que "dejamos de tener la oportunidad de estar a solas con nuestros pensamientos, algo que solía suceder naturalmente".
"Cada vez que tenemos un segundo libre", señaló, "nos sentimos obligados a ver lo que está sucediendo fuera de nosotros".
Él ha encontrado un acólito en el escritor Jonathan Safran Foer, quien se deshizo de su teléfono inteligente después de leer "The Shallows" y "darme cuenta de que estaba revisando mi teléfono mientras bañaba a mis hijos", escribió en un correo electrónico desde su computadora. "Puede ser bueno estar en contacto, pero los teléfonos inteligentes necesariamente redefinen el concepto de 'estar en contacto' para significar algo que casi no tiene valor. (¿Qué estaba revisando? Correo electrónico sin importancia de personas que apenas conozco.)"
¿Ha notado Foer un cambio en su atención al escribir? "Sin lugar a dudas, y de manera dramática", escribió.
¿Y les permitiría a esos niños a quienes baña, si tuvieran la edad suficiente, tener un teléfono inteligente? Un rotundo no.
No es de extrañar que los escritores, históricamente tecnofóbicos y que requieren cierto espacio mental para la composición o una mayor conciencia proximal para recoger material, rechacen los teléfonos inteligentes. Pero, ¿qué sucede con otras profesiones?
FOTOGRAFÍA 3: Nicholas Carr, en Boulder, Colorado, tiene un teléfono de baja tecnología.
Mi amigo Andrew Epstein, de 32 años, oncólogo y becario de medicina paliativa del Hospital Monte Sinaí, en Manhattan, se ha resistido a los teléfonos inteligentes a pesar de su ubicuidad entre los médicos. Hay computadoras en cantidades adecuadas en los hospitales, dijo, y los médicos pueden enviarse mensajes de texto.
Por otra parte, en un área en la que a menudo hay reuniones con los pacientes y sus familias acerca de una enfermedad grave o problemas de vida o muerte, Epstein ha observado cómo los teléfonos inteligentes pueden poner en peligro la calidad de atención profesional. "En ocasiones, he visto a médicos más jóvenes revisando subrepticiamente sus teléfonos inteligentes, espero que por motivos de trabajo, durante esas reuniones", dijo.
En cuanto a su vida personal, expresó que no necesita "una aplicación que me diga dónde estoy en la ciudad o qué restaurantes están cerca". El valor relacionado con el entretenimiento también tiene poco atractivo. "Un juego como Fruit Ninja, donde haces señas con tu dedo para picar alimentos a medida que vuelan a través de la pantalla. yo no necesito hacer eso, o lanzar pájaros hacia diversos objetivos", señaló, refiriéndose al juego de la aplicación telefónica más vendida, Angry Birds.
Epstein admitió que probablemente tendrá que cambiar a un teléfono inteligente cuando termine su formación médica y reciba más mensajes de correo electrónico relacionados con el trabajo, y que algunas veces depende de la bondad de sus seres queridos. "Mi esposa y yo estábamos de vacaciones, y ella tenía su iPhone, su iPad, su BlackBerry y una laptop (a todos los necesita para el trabajo). Le dije: Tienes muchos dispositivos diferentes con los que puedes acceder a Internet. ¿Me prestas uno de ellos? ", dijo el especialista.
También existe una serie de artilugios que apuntan al desafío tecnocrático y la frescura retro de abrir un teléfono espartano.
Urban Outfitters, un proveedor contracultural, vende el estuche para teléfonos de los años '80 (20 dólares), un macizo estuche de plástico de 19 por 6 centímetros aproximadamente, el cual protege a los frágiles iPhones. La armadura tiene un gran parecido con el DynaTAC. El teléfono Aesir Copenhague , de Yves Behar, por su parte, favorece la artesanía clásica por encima de los adornos modernos. El teléfono enchapado en oro de 18 quilates, con una lente de cristal de zafiro y tapa de cerámica, se vende a unos 55.430 dólares; para los cazadores de gangas, la versión en acero inoxidable se puede conseguir por 9.570 dólares. En el centro del espectro, los diseñadores Hein Mevissen y Diederiekje Bok, de John Doe Amsterdam, han creado el muy básico John's Phone. El dispositivo, de 100 dólares, que posee una libreta de direcciones integrada al dorso y una lapicera oculta para almacenar números de teléfono, sólo tiene dos funciones: llamar y colgar.
Un buen candidato para estos teléfonos despojados de funciones podría ser Jim Harig, de 24 años, analista de evaluación senior en Ernst & Young, en Chicago. Él compró su teléfono Casio con tapa, resistente al agua, hace cuatro años. Harig dijo que se preocupaba por la distracción y veía a la mayoría de las aplicaciones como una pérdida de tiempo, en lugar de considerarlas herramientas para aumentar la productividad. "Yo no quiero acabar como víctima del teléfono inteligente, en el que me sumerjo y me pierdo durante horas", dijo.
Al igual que Epstein, tiene un desdén particular por Angry Birds, al que jugó una vez en el teléfono de su novia. "Sentí como si hubiera perdido media hora de mi vida", expresó Harig. "Le dije: Nunca más, simplemente aléjalo de mí ". Y él también aprecia el hecho de mantener las esferas de la oficina y el hogar separadas. "Es bueno desconectarse una vez que apago mi computadora al final de la semana", afirmó. Pero él también cree que finalmente tendrá que sucumbir ante un teléfono inteligente para el trabajo.
"Creo que puedo esperar por lo menos otro año más", contó Harig. Hasta entonces, cuando sus compañeros se burlen de su dispositivo antiguo, dijo, "puedo decirles que por lo menos es resistente al agua".

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