David Choe debió pasar el 1 de febrero una noche kafkiana, Se acostó pobre y despertó siendo multimillonario. Siete años atrás, unos chicos jóvenes (22-23 años) le contrataron para que pintara grafitis de los suyos (vivos colores, caras que se tocan y salen de plantas extrañas, como de Avatar) en las paredes blancas de una compañía que había sido creada hace poco. Se puso a pintar las paredes, y cuando terminó de hacer su trabajo, fue felicitado por los chavales que lo contrataron por el buen trabajo que había realizado. Les gustó y, a la hora de abonar lo acordado, el jefe de la nueva empresa, un chico llamado Mark Zuckerberg, le preguntó: "Oye David, ¿prefieres que te pague en efectivo, cheque o deseas obtener algunas acciones en bolsa de nuestra empresa?". "Bueno, no sé... Dame las acciones", se decidió al final Choe.
Los chavales de la empresa le dieron un pequeño porcentaje en acciones de la nueva compañía. David Choe, de ascendencia coreana, ni siquiera preguntó por el nombre de la compañía, ¿para qué? No le hubiera sonado en absoluto. Pero pasando un tiempo se dio cuenta de que aquella empresa se llamaba Facebook Corp.
El pasado 1 de febrero, la empresa donde David Choe tiene el 0,02%, anunció que entraba en bolsa. El New York Stock Exchange en Wall Street se frotó las manos. La empresa en cuestión saldrá con un estimado de 100.000 millones de dólares. Así que haciendo sencillos cálculos, el valor que tiene Choe en Facebook es de aproximadamente 200 millones de dólares.
Uno se puede preguntar si David Choe es un gran artista. Considerando que hace poco el estado de Qatar con un mar de petróleo en el subsuelo pagó por una pintura de Cezanne Los jugadores de cartas, 250 millones de dólares. O que en 2006 se pagó 140 millones por un Jackson Pollock, 137 millones por un Kooning y le siguen Van Gogh, Picasso, Warhol… David Choe está ahí, medalla de plata, con ellos con toda esa buena compañía. Aunque hay que ser justos y decir que el trabajo de Choe no se vendió en una subasta, ni tan siquiera podemos saber si habría algún inversor de arte o amante del mismo que pudiera pujar por su grafiti. Pero estaba en el sitio justo y el momento indicado.
David Choe, nacido en Los Ángeles en 1976 (tenía 30 años cuando pintó su grafiti de marras) es hijo de inmigrantes coreanos. Choe declaró a la revista online Pixelsurgeon que empezó en el mundo del grafiti cuando alguien le recomendó que canalizara su furia juvenil en la pintura. Era un iconoclasta, como ocurre frecuentemente a otros muchos jóvenes. Empezó embadurnando con spray los bancos de las paradas de autobuses, siguió con las paredes del metro, y hasta tuvo algunos encargos, especialmente pintando chicas en posiciones eróticas.
Su inconformidad con la sociedad, le creó más de un disgusto: "Tenía un odio exacerbado a todos aquellos que no entendía la humildad, se sentían fuertes y poderosos, me molestaban muchas cosas que veía y me producía un resquemor que yo canalizaba a la violencia, era un anarquista...", declara Choe en la entrevista en Pixelsurgeon.
Todos estos elementos le hicieron vivir a David Choe en el centro de Los Ángeles, en sus congestionadas calles, pintando todo lo que podía, no hacía nada extraordinario que otros artistas del grafiti. Sus trabajos se perdían en un mar grafitero sin fin... Pero su mayor apuesta vino después, cuando el presidente de una compañía que empezaba en Palo Alto, California necesitaba decorar la oficina de la empresa.
En su trabajo, Choe empleó su estilo colorido de caras de ojos rasgados y estilizadas figuras, pero también utilizando elementos con brocha "superflat" que usaba el artista japonés Takashi Murakani en algunos de sus bocetos. Figuras cósmicas, surrealistas, sin patrón... Un ejercicio de libertad artística.
Hoy, y desde hace muy poco, el mural de Choe es parte del recorrido turístico de Facebook en Silicon Valley. La gente acude a ver como son los grafitis de los 200 millones de dólares, los más caros jamás pintado en el mundo.
Los jóvenes millonarios que trabajan en las compañías de este fabuloso valle, llegan y salen de los aparcamientos privados de las diferentes empresas, todas punteras en el mundo de la tecnología, con coches de ensueño. No tienen prisa, en esas compañías van en vaqueros y camiseta a trabajar. No tienen horario, algunos hasta se llevan su perro a la oficina, tienen una cancha de baloncesto, otros tienen unos dardos para practicar de vez en cuando al blanco que cuelga de la pared, un pin-pon… o bajan al gimnasio a pedalear un poco mientras ven las pantallas gigantes de televisión. ¿Qué se puede pedir a chicos que han revolucionado el mundo de la tecnología con empresas que valen 100.000 millones de dólares, que están en Wall Street, y que solo tienen 28 años?
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