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2009/07/04

Alien, el monstruo que desafió a Darwin

Fuente: La Informarcion.

Los grandes iconos del cine de terror sufren de envejecimiento prematuro. Drácula o el monstruo de Frankenstein inspiran ya más compasión que miedo, e incluso el reestreno de El exorcista (William Friedkin, 1973) hace nueve años se saldó con más risas que pánico en las butacas. Pero que levante la mano quien no sienta un hormigueo nervioso en el estómago cada vez que se enfrenta a Alien, el octavo pasajero (1979). En el Festival de Sitges lo saben bien. Por eso, coincidiendo con su trigésimo aniversario del estreno de la película, le rendirán un homenaje en su nueva edición, que este año se celebra del 2 al 12 de octubre.

¿Por qué nos sigue inspirando pánico Alien? No es por la novedad. En realidad, el eficaz matrimonio entre ciencia-ficción y horror que propone, un reverso tenebroso de la imaginería pop de Star Wars, ya había sido ensayado por Mario Bava en Terror en el espacio (1964). Si nos seguimos retrepando en el asiento cada vez que la vemos es por culpa de su criatura protagonista, un gigantesco insectoide antropomórfico.

Las grandes productoras de Hollywood rechazaron el guión de Alien, porque lo consideraban demasiado mórbido y explícito, hasta que llegó a manos de la Fox. El storyboard diseñado por Scott (sustituto de un Walter Hill que se apeó del proyecto al verse incapaz de manejar tal artillería de efectos visuales) convenció a sus ejecutivos incluso para doblar el presupuesto inicial hasta los 8 millones de dólares. El aterrador aspecto de la criatura se decidió en las primeras semanas de la pre-producción. Scott recurrió a los servicios del artista suizo Hans Ruedi Giger, tras enamorarse de la imaginería de sus obras Necronomicón IV y V.

Giger, considerado el padre de la biomecánica, está seguro de que la fusión de elementos biológicos y tecnológicos llevará al ser humano a la próxima escala evolutiva. En su diseño del alien aplicó a fondo esta máxima. Construyó la parte frontal de la cabeza de la criatura a partir del molde de una calavera de ser humano real, a la que serró la mandíbula y dotó de un cráneo fálico (todas sus obras rezuman un componente sexual explícito que ha dado lugar a no pocas lecturas freudianas de su trabajo). Para el cuerpo de latex del alien utilizó a partes iguales plastilina y componentes mecánicos, entre ellas las piezas del motor de un Rolls-Royce. Con el tiempo se añadieron más detalles, como esos temibles tendones que muestra el alienígena al abrir sus fauces y que no eran sino preservativos desgarrados.

Mediante el fabuloso diseño de la bestia extraterrestre, Alien proyecta nuestro miedo subsconsciente a vernos atrapados en metal, una de las imagenes recurrentes de las novelas distópicas de la época como Crash (J.G. Ballard, 1973) y nos transporta a un futuro deprimente en el que la unión entre tecnología y biología nos retrotrae a un estado primario. La criatura de Alien es una bestia depredadora que se limita a satifacer sus necesidades alimenticias y reproductivas, y con la que no cabe razonar. Para reforzar esta poderosa imagen de animal frío y sin emociones, Giger decidió extirparle los ojos, que sí tenía en los primeros bocetos.

Ridley Scott decidió afrontar Alien como un inteligente ejercicio de suspense y claustrofobia que juega con el ancestral miedo humano a lo desconocido. Tomando ideas de La matanza de Texas (Tobe Hopper, 1974), uno de sus referentes declarados, rodó a la criatura desde ángulos inverosimiles, nunca de frente, y muy pocas veces en su totalidad. Con todo, este macabro lirismo se alternaba con algunas secuencias brutalmente explícitas (¿cómo olvidar al parásito que se pega amorosamente a la cara de Kane o el bebé alien que nace posteriormente de su pecho) que le valió la calificación de X en Gran Bretaña y de paso la convirtió en un éxito de taquilla. La película ha recaudado más de cien millones de dólares en todo el mundo.

Darwinismo alienígena

Aliens (James Cameron, 1986), la primera secuela de la película, tardó siete años en estrenarse. Para entonces, la criatura había ganado en movilidad. Ya sabía gatear y saltar hacia sus víctimas, olvidándo la sigilosa coreografía de la primera entrega. La película mantenía la claustrofobia y los tonos oscuros de Alien, así como algunos de sus personajes principales, pero ya planteaba un escenario de guerra hipertecnológica a gran escala salpimentado por alucinantes niveles de testosterona. Desilusionado por no poder participar en el diseño de la criatura para la secuela, Giger ofreció directamente sus servicios para Alien3 (1992), el irregular estreno cinematográfico de David Fincher. La criatura ya no tenía tuberías orgánicas en su espalda y había desarrollado labios más pronunciados (el suizo incluso propuso que la bestia acabase con sus víctimas a base de besos de ácido). Otros de sus diseños, como ese alien en forma de puma con afiladas garras, fueron desechados a las primeras de cambio.

La última entrega de la saga hasta la fecha, Alien: resurrección (Jean-Pierre Jeunet, 1997) ya ni contaba con Giger en los títulos de crédito. Probablemente el suizo no hubiera aceptado que la cola de su criatura hubiera mutado para permitirle nadar, o que su cabeza y mentón fueran más picudos para hacerla parecer aún más viciosa y mortífera. Claro que en el despropósito argumental de la cinta de Jeunet las estrellas de la función ya no eran las criaturas de Giger, sino el híbrido xenoformo al que da a luz una reina alien. Originalmente concebida como un engendro cuadrúpedo que lucía gruesas venas rojas a ambos lados de la cabeza, en su aspecto final lucía ojos, nariz y unos enormes genitales que fueron debidamente liquidados en la pos-producción.

La prole bastarda de Alien
La criatura de Giger y Scott ha ejercido una notable influencia en el cine y el cómic de las tres últimas décadas. Títulos como Species (el diseño de la criatura, por cierto, también corrió a cargo de Giger) profundizaron en la delgada línea que une sexo y horror, aunque en esta ocasión el híbrido alienígena protagonista se camuflaba bajo el aspecto de una escultural modelo con el objetivo de aparearse con humanos y perpetuar su especie. Otros homenajes fueron aún más bastardos. En 1980 se estrenó en España Alien 2, pero el título era sólo un reclamo para incautos. En realidad, se trataba de un subproducto de serie Z, firmado por el italiano Ciro Ippolito, que ni siquiera se ambientaba en el espacio, sino en una caverna. Ese año también llegó Contaminación: Alien invade la tierra (Luigi Cozzi), otro infame ejercicio de exploitation, en el que, para colmo, aparecían unos gigantescos huevos verdes que plagiaban al original de Ridley Scott.

Los aliens también han visitado el terreno del cómic, en una longeva y exitosa franquicia de la editorial Dark Horse, y en los últimos años los hemos podido ver en chapuceros productos de serie B como las dos entregas de Alien Vs. Predator, que actualizan el concepto del cocktail de monstruos de la Universal de los años 40. Ahora Fox baraja un remake de la película. Difícil tarea. En sus treinta años de vida el Alien original ha sido manipulado, modificado y desvirtuado, pero nunca mejorado. Y es el que nos sigue mantando de miedo.

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