En 2100, una pantalla mural, Molly por darle un nombre, nos despertará con las noticias del día. Los sensores de la ducha comprobarán nuestro ADN y nivel de proteínas, veremos internet directamente en las lentes de contacto y un coche magnético sin conductor nos llevará a la oficina donde hologramas hipersofisticados nos trasladarán a cualquier parte del mundo. Por la noche ver el fútbol con los amigos ya no será sentarse en una pantalla sino trasladarse al propio campo gracias a imágenes en tres dimensiones. Y se podrán hacer las compras telepáticamente.
Según explica el físico estadounidense y experto divulgador Michio Kaku (San José, California, 1947) en La física del futuro (Mondadori), el futuro ya está aquí. Todos los inventos que alterarán nuestras vidas, según Kaku para bien, ya están inventados en los laboratorios más punteros de todo el mundo. E inevitablemente, tarde o temprano, y según un concurso de circunstancias no siempre muy científicas, acabarán por imponerse. La del autor de La física de lo imposible es una visión optimista, quizás excesivamente positiva, pero al fin y al cabo apabullante.
Kaku contestó a las preguntas de Público en la pequeña (caótica y abarrotada) oficina del City College de Nueva York donde desde hace 30 años ocupa la cátedra Henry Semat de Física Teórica.
Somos cada vez más conscientes de los cambios que se avecinan ¿El futuro va a llegar cada vez más rápido?
El conocimiento se multiplica por dos cada 20 años. En nuestra vida hemos acumulado más conocimiento que en toda la historia del mundo. Vivimos en un momento muy interesante. Ahora todo el mundo es más consciente de la ley de Moore, según la cual la potencia de los ordenadores se duplica más o menos cada 18 meses. Los teléfonos móviles, tipo iPhone, tienen más tecnología que la NASA en 1969 cuando mandaron a dos hombres a la Luna. Cuando ves las imágenes de la sala de control de la época hay que pensar que tenían procesadores de 64 K, y en el celular tienes gigabytes. En las tarjetas que te cantan el cumpleaños, el chip tiene más poder que todas las fuerzas aliadas de 1945. Stalin y Hitler hubieran matado, y de hecho lo hicieron, para tener ese pequeño chip. Y nosotros lo tiramos a la basura. Ese el poder de la teoría de Moore.
La mayoría de los inventos han sido financiados con dinero militar.
Sí. Internet fue creado en caso de guerra nuclear, por eso es tan abierto, porque los científicos lo crearon para reconstruir Estados Unidos después de una supuesta tercera guerra mundial. El GPS no se creó para que las madres localizaran a sus hijos sino para mandar misiles al Kremlin, por eso es tan preciso. Lo mismo pasa con los vehículos robotizados. Dentro de ocho años, Google espera poder vender un coche que se conduce a sí mismo mientras el conductor se relaja. Tendremos internet en las lentillas, podremos ver a la persona junto con sus datos personales, y también podrá actuar de traductor simultáneo. Ya tenemos un prototipo. Yo lo probé y, al mismo tiempo que miras, también puedes ver una imagen del campo de batalla, una evaluación de las fuerzas. Y todo eso se lo debemos a la investigación militar. Y hubo un momento crucial en que pasó a la esfera civil. En 1989, los científicos de la National Science Foundation de EEUU cedieron gratis los códigos de internet, así que antes de 1989 hubiéramos podido encontrarnos con un Gran Hermano, porque internet era un arma militar, pero después fue imposible porque todo el mundo tuvo acceso.
Pero no hay realmente una evolución lineal, muchas veces los descubrimientos son frutos del azar.
Hace falta un concurso de circunstancias. Tomemos el ejemplo de Steve Jobs. Él no creó la gran mayoría de la tecnología que le hizo famoso, fue a Xerox Park, en Palo Alto, donde nació el primer PC, los primeros gráficos Windows, el ratón, las impresoras láser, es decir, lo que iba a marcar la informática en los siguientes 30 años. Jobs dijo que eso era el futuro y puso dinero para promocionar estos inventos. La lección es que se necesita un conjunto de cosas. Inversores, empresarios, genios y sobre todo un mercado. A veces funciona y a veces no pero la lección es que siempre hay que ir adelante. Porque si decides ignorar la tecnología, la tecnología termina por arrollarte. Es el caso de la industria discográfica, que pensó que la gente siempre compraría CD, o de MerrillLynch, que también pensó que sus clientes comprarían acciones como siempre y les pasó encima el buldózer tecnológico. Ahora Apple dicta el futuro de la industria y la gente compra acciones por internet, y todo eso porque en su momento decidieron ignorar lo que más miedo les daba.
Los inventos van a relegar algunas profesiones a la irrelevancia...
Tomemos el ejemplo de la prensa. Existe en estos momentos un papel electrónico flexible. Será plegable, como un rollo de papel, lo podremos poner en nuestro bolsillo, apretar un botón y tener a tu disposición toda la biblioteca del Congreso. Eso va a crear un nuevo equilibrio. Antes los diarios se ganaban la vida con los anuncios. Eso ya ha desaparecido, pero lo que no ha desaparecido es la necesidad de tener una fuente fiable de información. Los diarios venderán sabiduría, un producto que no abunda en internet, donde hay mucha basura. Seguirá habiendo necesidad de información en la que puedes confiar para tomar tus decisiones, pero el modelo económico y tecnológico habrá cambiado. Es como el teatro. Seguirá habiendo teatro porque lo necesitamos, el cavernícola que llevamos dentro necesita ver actores en carne y hueso. Estas cosas permanecerán pero con una función distinta. Tenemos ahora más caballos que en el siglo XIX pero no para transportarnos sino para uso recreativo.
Si seguimos delegando funciones, los humanos vamos a cambiar.
Si y no. Y vuelvo a mencionar lo del cavernícola. Nuestro cerebro no ha cambiado en los últimos 100.000 años. Las oficinas no han desaparecido, como se pensaba, porque necesitamos pruebas tangibles de los resultados, saber que hemos matado a la presa que cazábamos de alguna forma, no confiamos en esos electrones que bailan en las pantallas de los ordenadores y que desaparecen en un clic. Las ciudades tampoco han desaparecido porque somos animales sociales. Si eres jefe quieres decirle a tu empleado cara a cara lo que piensas. No puedes hacer eso en una pantalla. La gente seguirá acudiendo a sus oficinas y las compañías preferirán establecer sus sedes en sitios como Nueva York.
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