Entre las fachadas de cuento infantil de una de las plazas más hermosas de Europa, un angosto callejón se abre a la portada de la iglesia de Nuestra Señora de Týn. Amalgamado con los edificios colindantes, en uno de los cuales residió Franz Kafka y dónde no, parece ser el chiste que circula entre los visitantes a la capital checa, el templo de Praga alberga la tumba de una de las lumbreras de la edad de oro de la astronomía, el danés Tycho Brahe (1546-1601). A la derecha del altar, una lápida en el suelo marca su lugar de descanso bajo una corona de flores frescas depositada por la embajada danesa. Desde el pilar vecino contempla la losa un relieve en mármol rojo de la figura de Brahe, a la que se diría que alguien tuvo que reparar una nariz rota.
¿Qué justifica una corona de flores para un personaje que murió hace más de 400 años? La respuesta es que el último entierro del astrónomo tuvo lugar el mes pasado. Los restos de Brahe volvieron a su sepultura tras una visita de cuatro días al mundo exterior en la que sus huesos pasaron por una maratón contrarreloj de pruebas científicas. ¿Y con qué fin concreto? El portavoz de la iglesia de Týn no lo aclara: "Pregunte usted a los daneses, ellos sabrán", larga a este diario justo antes de excusarse para asistir a una reunión.
Lo cierto es que los daneses sí lo tienen muy claro, y en el meollo del asunto no hay ninguna sombra de rivalidad entre la patria de nacimiento del científico y su país de adopción, donde ejerció como astrónomo de cabecera para el rey de Bohemia y emperador del Sacro Imperio Romano Germánico Rodolfo II de Habsburgo, sobrino nieto del también emperador y rey de España Carlos I.
El proyecto que busca esclarecer la causa de la muerte de Tycho Brahe es un esfuerzo científico de cooperación entre Dinamarca, la República Checa y Suecia a cuyo territorio pertenece hoy la comarca natal de Brahe, además del empeño personal de Jens Vellev, arqueólogo medieval de la Universidad de Aarhus que en los medios de su país no escapa al inevitable apodo del Indiana Jones danés. Para Vellev, el de Brahe es el proyecto de una vida. Como en una pesadilla kafkiana, le ha costado diez años atravesar la selva burocrática para que le dejen husmear en los restos del científico. La iglesia de Týn dio por fin luz verde "de acuerdo con una opinión vinculante del Ayuntamiento de Praga [...] con el consentimiento de Roma", según el comunicado oficial.
Un proyecto de arqueología forense a menudo se origina en una versión oficial insostenible. En el caso de Brahe, el relato clásico aseguraba que el astrónomo murió por educación: durante un banquete en la corte, el respeto al protocolo le refrenó de ausentarse de la mesa para acudir al baño. Resultado: le reventó la vejiga. La leyenda pasó al acervo checo como frase hecha que sirve para levantarse de la mesa: "Discúlpenme, pero no quiero acabar como Tycho Brahe". En su formulación moderna, la muerte se atribuye a algún padecimiento renal.
Claro que la historia de su fallecimiento no es lo único estrafalario en la biografía de Brahe. La nariz que se rompió no fue la del relieve de la iglesia, sino la del propio astrónomo, que la perdió de un tajo en un duelo de juventud; según una versión, por una discusión sobre matemáticas. En adelante tapó su defecto con una prótesis de metal. La de su pituitaria era una más de las singularidades de un personaje acaudalado, bebedor y vividor, con costumbres a la altura de las manías de cualquier divo moderno. Tenía por mascota un alce que murió al caer escaleras abajo tras emborracharse con cerveza, y bajo su mesa se sentaba un bufón enano llamado Jepp al que Brahe atribuía dotes de clarividencia. Desde su castillo de Uranienborg, en la isla de Hven, ejerció como reyezuelo de los isleños, a los que tiranizaba encadenándolos en las mazmorras cuando osaban contrariarlo.
Bebedor y vividor
De su vida disipada nace una hipótesis alternativa sobre su muerte que defiende el historiador danés Peter Andersen: el astrónomo fue envenenado con mercurio por su primo lejano Eric Brahe a las órdenes del rey Christian IV de Dinamarca, furioso con Tycho porque este se había acostado con la madre del monarca. El análisis de los pelos de su bigote procedentes de una primera exhumación de 1901 reveló un nivel tóxico de mercurio, pero este dato no prueba el atentado, ya que el metal líquido se empleaba entonces como fármaco y además era material de experimentación para un alquimista como Brahe.
Una vez realizados los exámenes químicos, de ADN, de tomografía y de rayos X, los científicos trabajan ahora para publicar sus conclusiones en primavera. Vellev no cree en la teoría del asesinato, sino más bien que al propio Brahe se le fue la mano con el mercurio. Pero advierte: "Me interesa más su vida que su muerte. Quizá nunca sepamos de qué murió", concluye.
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