Dios mío, esto es escalofriante". Ian Ramshaw y Ron Jackson se miraron, sorprendidos, tras analizar los resultados de una de sus investigaciones. Los científicos australianos habían modificado genéticamente el virus que causa la viruela en ratones, creando una nueva cepa que había causado la muerte de todos los animales involucrados en el estudio. El nuevo virus también había acabado con ratones previamente vacunados. Era finales del año 2000, y los biólogos tenían la primera evidencia científica de un virus que rebasaba la frontera de la vacunación.
Tras el logro, dudaron qué hacer con los resultados, despertando el gran dilema que les atormentaría los siguientes meses: se preguntaban si su investigación debería ser publicada o no, ya que la explicación de su descubrimiento podría provocar que mucha gente pensara que estaban creando la receta una potentísima arma biológica, aunque estaba controlada en el laboratorio y no afecta a humanos.
Todo comenzó en 1988, cuando Ron Jackson entró a trabajar en la organización de investigación en ciencia e industria de la Common-wealth, el CSIRO, en la división de control de pestes animales. En Australia, los conejos y los ratones devastan los campos y, con ellos, la economía. El objetivo inicial de Jackson era generar una vacuna que consiguiera esterilizar a los conejos, pero ciertas dificultades técnicas provocaron que se decidiera inicialmente realizar una "prueba de concepto" en ratones.
Dicha prueba consistía en introducir en el Virus Ectromelia (EV) que causa la viruela en ratones el gen ZP3 de los óvulos de las ratonas. Durante la infección con el virus modificado, las células infectadas producirían la proteína de los óvulos. El sistema inmunológico de los ratones podría identificar la proteína como propia de un virus, y empezaría a combatir y eliminar las células que la produjeran, esterilizando a los animales infectados.
En enero de 1998, Ron Jackson, junto con el experto en inmunología Ian Ramshaw, publicó que la prueba de concepto era válida. Al infectar ratones de laboratorio con el virus modificado, el 70% de las ratonas quedaban estériles tras el tratamiento. El problema surgió porque apenas funcionaba en otras cepas de ratón. El virus necesitaba nuevos factores que mejoraran su eficacia.
Publicar dicha información era tan necesario como peligroso. Todo dependía de las manos en las que cayera. Según Jackson, aunque su investigación "estaba movida por fines pacíficos y centrada en animales, no en humanos, había que ser un idiota para no ver que dicha tecnología era transferible."
Ambos científicos decidieron apoyarse en expertos en el campo, buscando asesoramiento. Frank Fenner, investigador en la John Curtis School, experto en poxvirus, fue uno de los elegidos por Ramshaw. Fenner pensaba que cualquier individuo que quisiera utilizar la investigación como receta bioterrorista se enfrentaría a numerosos obstáculos. En primer lugar, el efecto de la IL-4 sobre la viruela murina no tenía porqué ser el mismo que sobre la humana. Además, un virus que rompe la inmunidad de individuos vacunados implica un gran riesgo para quien quiera manipularlo. Por último, el supuesto supervirus no podría controlarse, y el terrorismo siempre ha buscado el control a cambio de terror, no simplemente el caos.
Jackson decidió comunicar los resultados del EV-IL-4 al director del CSIRO, quien a su vez lo trasladó a las autoridades competentes y universidades. Ni siquiera el Departamento de Defensa Australiano puso obstáculos a que el EV-IL-4 viera la luz.
Quien haría de la información una bomba de relojería sería Rachel Novack, una redactora de la revista New Scientist, que entrevistó a Ramshaw días antes de que saliera su artículo en la prensa científica. Su artículo Un virus de ratón manipulado nos deja a un paso del arma definitiva provocó que el CSIRO fuera objetivo de la prensa mundial, y que Ramshaw y Jackson pasaran de ser reputados investigadores reputados en vacunas a apologistas del bioterrorismo.
En medio de la tormenta mediática, Ramshaw recibió la llamada más extraña de su vida. "Un hombre de avanzada edad, que llamaba desde Londres, me dijo que había vida después de la muerte y que los muertos utilizaban las palabras para contactar con nosotros". No entendió nada. Hizo falta un email al día siguiente para entender la inquietud del anciano. "Me di cuenta que nuestro virus se llamaba EVIL [maldad, en inglés]", cuenta ahora a Público, diez años después.
Hoy, queda lejos el descrédito mediático sufrido. Ian Ramshaw es consciente de lo importante que era el artículo para New Scientist, ya que según el investigador, la revista "tiene un gran interés en problemas asociados con la ingeniería genética".
No se arrepiente de la entrevista. "Lo peor que podemos hacer como científicos es tratar de ocultar lo que estamos investigando; la sociedad ya sospecha de los científicos, y si tratamos de escondernos sólo llevará a incrementar la sospecha. No somos dioses que decidimos lo que podemos hacer y dónde lo hacemos. Cuanto más abiertos seamos, más respeto tendremos públicamente. Cualquier cosa científicamente interesante debe ser publicada", asegura.
Ramshaw es actualmente director del Centro Nacional de Bioseguridad australiano, creado en 2006 para facilitar el compromiso de la investigación con sus posibles riesgos. La organización que dirige reúne a expertos de diversas disciplinas, como la microbiología, la epidemiología, el derecho, la ética o la seguridad internacional. Ramshaw está acostumbrado a discutir sobre el llamado "doble uso" de la ciencia, e incluso ha encontrado en su anterior investigación nuevos dobles usos. "Creamos un virus transmisible que no mataba pero dejaba estéril, algo que no ha llamado la atención y que nunca debió examinarse", asegura.
Pero Ramshaw también defiende que el doble uso no sólo lo persiguen posibles bioterroristas anónimos. Diversos departamentos de defensa gubernamentales también modifican genéticamente patógenos para conocer su peligrosidad. Y su objetivo ya no es sólo realizar estudios en animales, sino conocer el potencial de diversos patógenos que sí afectan a humanos. Para Ramshaw, la biodefensa "sólo es una excusa para trabajar en dichas áreas, y está llegando demasiado lejos. Aunque la justificación sea la defensa, se pueden desarrollar organismos [que afecten a humanos] que no existen".
Publico
Tras el logro, dudaron qué hacer con los resultados, despertando el gran dilema que les atormentaría los siguientes meses: se preguntaban si su investigación debería ser publicada o no, ya que la explicación de su descubrimiento podría provocar que mucha gente pensara que estaban creando la receta una potentísima arma biológica, aunque estaba controlada en el laboratorio y no afecta a humanos.
Todo comenzó en 1988, cuando Ron Jackson entró a trabajar en la organización de investigación en ciencia e industria de la Common-wealth, el CSIRO, en la división de control de pestes animales. En Australia, los conejos y los ratones devastan los campos y, con ellos, la economía. El objetivo inicial de Jackson era generar una vacuna que consiguiera esterilizar a los conejos, pero ciertas dificultades técnicas provocaron que se decidiera inicialmente realizar una "prueba de concepto" en ratones.
Dicha prueba consistía en introducir en el Virus Ectromelia (EV) que causa la viruela en ratones el gen ZP3 de los óvulos de las ratonas. Durante la infección con el virus modificado, las células infectadas producirían la proteína de los óvulos. El sistema inmunológico de los ratones podría identificar la proteína como propia de un virus, y empezaría a combatir y eliminar las células que la produjeran, esterilizando a los animales infectados.
En enero de 1998, Ron Jackson, junto con el experto en inmunología Ian Ramshaw, publicó que la prueba de concepto era válida. Al infectar ratones de laboratorio con el virus modificado, el 70% de las ratonas quedaban estériles tras el tratamiento. El problema surgió porque apenas funcionaba en otras cepas de ratón. El virus necesitaba nuevos factores que mejoraran su eficacia.
Disminuir la respuesta
La posible solución consistía en introducir al virus el gen de la Interleucina 4 (IL-4), una molécula reguladora del sistema inmunitario, para aumentar la producción de anticuerpos y disminuir la respuesta frente al virus. Precisamente, el peligro del virus EV-IL-4 está en la capacidad que demostró para mermar las defensas.Publicar dicha información era tan necesario como peligroso. Todo dependía de las manos en las que cayera. Según Jackson, aunque su investigación "estaba movida por fines pacíficos y centrada en animales, no en humanos, había que ser un idiota para no ver que dicha tecnología era transferible."
Ambos científicos decidieron apoyarse en expertos en el campo, buscando asesoramiento. Frank Fenner, investigador en la John Curtis School, experto en poxvirus, fue uno de los elegidos por Ramshaw. Fenner pensaba que cualquier individuo que quisiera utilizar la investigación como receta bioterrorista se enfrentaría a numerosos obstáculos. En primer lugar, el efecto de la IL-4 sobre la viruela murina no tenía porqué ser el mismo que sobre la humana. Además, un virus que rompe la inmunidad de individuos vacunados implica un gran riesgo para quien quiera manipularlo. Por último, el supuesto supervirus no podría controlarse, y el terrorismo siempre ha buscado el control a cambio de terror, no simplemente el caos.
Jackson decidió comunicar los resultados del EV-IL-4 al director del CSIRO, quien a su vez lo trasladó a las autoridades competentes y universidades. Ni siquiera el Departamento de Defensa Australiano puso obstáculos a que el EV-IL-4 viera la luz.
Quien haría de la información una bomba de relojería sería Rachel Novack, una redactora de la revista New Scientist, que entrevistó a Ramshaw días antes de que saliera su artículo en la prensa científica. Su artículo Un virus de ratón manipulado nos deja a un paso del arma definitiva provocó que el CSIRO fuera objetivo de la prensa mundial, y que Ramshaw y Jackson pasaran de ser reputados investigadores reputados en vacunas a apologistas del bioterrorismo.
En medio de la tormenta mediática, Ramshaw recibió la llamada más extraña de su vida. "Un hombre de avanzada edad, que llamaba desde Londres, me dijo que había vida después de la muerte y que los muertos utilizaban las palabras para contactar con nosotros". No entendió nada. Hizo falta un email al día siguiente para entender la inquietud del anciano. "Me di cuenta que nuestro virus se llamaba EVIL [maldad, en inglés]", cuenta ahora a Público, diez años después.
Hoy, queda lejos el descrédito mediático sufrido. Ian Ramshaw es consciente de lo importante que era el artículo para New Scientist, ya que según el investigador, la revista "tiene un gran interés en problemas asociados con la ingeniería genética".
No se arrepiente de la entrevista. "Lo peor que podemos hacer como científicos es tratar de ocultar lo que estamos investigando; la sociedad ya sospecha de los científicos, y si tratamos de escondernos sólo llevará a incrementar la sospecha. No somos dioses que decidimos lo que podemos hacer y dónde lo hacemos. Cuanto más abiertos seamos, más respeto tendremos públicamente. Cualquier cosa científicamente interesante debe ser publicada", asegura.
Ramshaw es actualmente director del Centro Nacional de Bioseguridad australiano, creado en 2006 para facilitar el compromiso de la investigación con sus posibles riesgos. La organización que dirige reúne a expertos de diversas disciplinas, como la microbiología, la epidemiología, el derecho, la ética o la seguridad internacional. Ramshaw está acostumbrado a discutir sobre el llamado "doble uso" de la ciencia, e incluso ha encontrado en su anterior investigación nuevos dobles usos. "Creamos un virus transmisible que no mataba pero dejaba estéril, algo que no ha llamado la atención y que nunca debió examinarse", asegura.
Pero Ramshaw también defiende que el doble uso no sólo lo persiguen posibles bioterroristas anónimos. Diversos departamentos de defensa gubernamentales también modifican genéticamente patógenos para conocer su peligrosidad. Y su objetivo ya no es sólo realizar estudios en animales, sino conocer el potencial de diversos patógenos que sí afectan a humanos. Para Ramshaw, la biodefensa "sólo es una excusa para trabajar en dichas áreas, y está llegando demasiado lejos. Aunque la justificación sea la defensa, se pueden desarrollar organismos [que afecten a humanos] que no existen".
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