En un análisis sobre las consecuencias que la filtración masiva de documentos de la guerra de Afganistán sobre el periodismo mundial, Robert MacMillan y Peter Griffiths hacen un breve esbozo sobre la figura del fundador de Wikileaks, un sitio independiente que desde su nacimiento en 2006 ha venido protagonizando incómodas revelaciones. Sus polémicas declaraciones en torno a la filosofía que dirige los destinos de este portal han situado a Julian Assange, periodista y activista australiano, en el centro de todas las miradas, especialmente tras la difusión del vídeo «Collateral Murder» el pasado mes de abril que recogía el ataque contra civiles en un barrio de Bagdad.
Assange se presenta como un «talibán» de la transparencia informativa contra la corrupción y la censura. Y así lo demostró en unas recientes afirmaciones recogidas por el diario alemán Der Spiegel, en las que se envuelve en la bandera de la solidaridad con los más débiles: «Me gusta ayudar a la gente que es vulnerable. Me gusta aplatar a los bastardos», una idea a la que suele recurrir el impulsor de Wikileaks siempre que puede.
Su particular forma de vida, no tiene domicilio conocido y aprovecha la bondad de amigos repartidos por el mundo para refugiarse en sus casas, le convierten en un personaje extraño. El pasado 7 de junio The New Yorker publicó un extenso perfil de Julian Assange, en el que explica algunas de las ideas que circulan por la mente de este activista de 39 años sobre el papel del periodismo y de su organización.
Raffi Khatchadourian, autor del citado artículo, resalta el compromiso que dice tener Assange con la justicia: «Nuestros objetivos principales son los regímenes opresivos como China o Rusia, pero también aquellos de Occidente donde es necesario relevar el comportamiento ilegal o inmoral de sus gobiernos o instituciones». Y en este sentido Wikileaks como contenedor de filtraciones que llegan de usuarios anónimos podría «derribar muchas administraciones que viven de ocultar la realidad, incluida la Administración de Estados Unidos», aunque ello llevara a los miembros de Wikileaks «a ensuciarse las manos de sangre», en referencia a que la publicación de material confidencial pusiera en peligro la vida de los soldados de Estados Unidos.
MacMillan y Griffiths se preguntan al hilo del trabajo que está liderando Wikileaks en internet si es o no periodismo (no dejan de ser aportaciones de personas anónimas que remiten a este portal material para su posterior publicación) y qué repercusiones tiene sobre los medios tradicionales. Paul Steiger, jefe del grupo de investigación de ProPublica, va más allá al denominarlo como «un fenómeno nuevo».
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