La Guerra Fría siempre ha sido una gran fuente de inspiración para muchos escritores. Las novelas de espionaje están plagadas de tipos duros que arriesgan sus vidas en emocionantes misiones donde descubren los secretos mejor guardados del enemigo. El trabajo de la mayoría de estos espías literarios se parece muy poco al de los agentes secretos de verdad, aunque hay ocasiones en las que la realidad supera a la ficción.
Uno de esos casos es el Morris Childs, un norteamericano de origen ruso que durante 35 años trabajó como informante del FBI desde el interior del Partido Comunista soviético (PCUS), tal y como podemos leer en la bitácora “Jot Down”. Aunque nació en Ucrania, Morris Childs se crió en Chicago, ciudad a la que emigró su familia, opositora al régimen del zar Nicolás II. Allí vivió con simpatía la Revolución Rusa de 1917 y, tras su triunfo, decidió afiliarse al recién creado Partido Comunista de los Estados Unidos, del que llegó a ser un destacado activista en los años 20 y 30.
Tras la II Guerra Mundial, durante sus frecuentes viajes a la Unión Soviética, como enlace con el PCUS, Childs comenzó a desencantarse del régimen comunista, por lo que se planteó dejar la política. En ese momento surgió la propuesta que cambiaría su vida: el FBI le ofreció trabajar para ellos. Bajo la protección directa de su director, J. Edgar Hoover, se convirtió en el primer espía norteamericano que fue capaz de llegar al corazón del Kremlin.
Desde entonces y durante tres décadas, Childs desarrolló la “Operación solo”, con la que viajó en más de 50 ocasiones a la Unión Soviética. Allí fue escalando puestos dentro del Partido Comunista, lo que le llevó a convertirse en uno de los espías más valiosos para los Estados Unidos.
En varias ocasiones estuvo a punto de ser descubierto, como cuando su avión fue obligado a regresar a la URSS para que asistiera a una recepción, y protagonizó varias anécdotas que solo fueron desveladas, al igual que su identidad, tras su fallecimiento, ocurrido en 1991.
Conocido por las siglas “CG 5824-S” durante todo el tiempo que actuó como espía su identidad solo fue conocida por cuatro personas: el director del FBI, un agente que actuaba de enlace, el propio Childs y su esposa, que solía acompañarle en sus viajes. Jamás disfrutó del reconocimiento que han obtenido otros espías, pero, sin duda, disfrutó de una vida de película.
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