Uno de los primeros expertos en manipular el clima fue el estadounidense Charles Hatfield. A comienzos del siglo pasado, este vendedor de máquinas de coser creó un sistema para provocar la lluvia. Con una fórmula secreta de 23 elementos químicos, aseguraba que podía hacer llover. Afincado en California, y apoyado en una fuerte inversión publicitaria de su socio inversor, Hatfield consiguió que los agricultores le pagaran. Aunque sus resultados no se apoyaban en ningún estudio científico, el Consejo Municipal de San Diego le contrató a finales de 1915 para combatir una prolongada sequía.
Tras construir una torre desde la que liberó su fórmula secreta, el 5 de enero de 1916 comenzó a llover. Lo hizo durante 17 días, pareció un nuevo diluvio, con más de un metro cúbico de precipitaciones acumuladas. Murieron decenas de personas, los ríos se desbordaron y centenares de puentes cayeron bajo la presión de las aguas. Dos presas también se derrumbaron. El desastre fue tal que el Ayuntamiento decidió no pagarle, es más, le exigió daños y perjuicios. Hatfield acudió a los tribunales pero la sentencia dictaminó que la lluvia fue un "acto de Dios".
Aunque no recibió un dólar por aquello, Hatfield se hizo famoso en todo el país y fuera de él. El Gobierno italiano le invitó a Nápoles para luchar contra la sequía en 1922 y, años más tarde, el de Honduras, para combatir un gran incendio. Hasta Burt Lancaster interpretó su historia en la película The Rainmaker, estrenada en España con el revelador título de El farsante. No en vano, no sería hasta los años treinta en que se empezarían a usar los cristales de yoduro de plata, ahora sí, con una base científica.
Las peripecias de Hatfield se han incorporado a la cultura popular estadounidense. Muchos de ellos creen a pies juntillas que su Gobierno manipula desde hace mucho los cielos. Una de las teorías conspiranoicas más persistentes es la de las chemtrails. Esas estelas de condensación no serían ni nubes ni provocadas por los aviones sino por la liberación de aerosoles con las más aviesas intenciones, como la guerra química o el control del clima.
De hecho, una encuesta internacional publicada la semana pasada en Environmental Research Letters sobre geoingeniería revela que un 14% de los más de 3.000 entrevistados (la mayoría de EEUU) creen que su Gobierno esta jugando con el clima. Este segmento de la población es precisamente el más contrario al uso de las técnicas de remediación climática como arma contra el cambio climático. Sin embargo, cerca del 70% se mostraba a favor de experimentar con el clima. Los más favorables a la geoingeniería son los que, al mismo tiempo, confían más en la ciencia.
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