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2011/05/02

Los grandes dinosaurios toman Manhattan

Durante siglos la han llamado la "enfermedad de los reyes", pero la hemofilia es un trastorno genético que afecta a alrededor de 3.000 españoles y que aún no tiene cura, aunque sí tratamiento profiláctico. Hace ahora 40 años, nació la Federación Española de Hemofilia (Fedhemo), una entidad que se creó en 1971 en el Hospital de la Paz (Madrid) para intentar solucionar las necesidades de un colectivo muy lejano a palacios reales y muy cercano a unidades de transfusión de sangre, lo único que, en aquellos años, podía salvar su vida.
Como recuerda el jefe de la sección de Hematología del Hospital Virgen de la Arrixaca, Manuel Moreno, a principios de la década de 1970, sólo algunos centros pioneros empezaban a tratar a los hemofílicos con plasma humano que, además de contener los factores de coagulación deficitarios en su sangre (el VIII y el IX), contenía todo el resto de componentes sanguíneos. "En esa época se empezó a purificar", cuenta el especialista que es, además, presidente de la Real Fundación Victoria Eugenia, llamada así por la reina de España portadora de hemofilia. "Quizás haya alguna mujer de la familia real española que sea portadora, pero no nos consta", comenta.

El Museo de Historia Natural de Nueva York ha traído a Manhattan los dinosaurios más grandes del mundo, unos bichos gigantescos que podían medir hasta 50 metros, en una ambiciosa exposición que intenta acercar y explicar estos increíbles animales usando los descubrimientos de las últimas investigaciones científicas.
La estrella de la muestra es una reproducción en tamaño natural de un mamenchisaurio hembra que, aunque no era el saurópodo más grande ese es el argentinosaurio, descubierto en Argentina, destaca por su cuello de nueve metros, la mitad de lo que medía la criatura. Para conocer mejor a este gigantesco animal, que ni siquiera cabe erguido en la sala de exposiciones y tiene que recibir a los visitantes con la cabeza y parte del cuello pegados al techo, uno de sus laterales reproduce la textura que tenía su piel, mientras el otro está diseccionado para mostrar sus huesos y músculos.
Los saurópodos eran unos dinosaurios de cuellos larguísimos (que podían sumar hasta diez cervicales que les permitían acceder a las hojas más altas) que vivieron desde el Triásico Superior hasta el Cretácico Superior (hace aproximadamente 210 y 65 millones de años). Eran herbívoros y cuadrúpedos, y tenían hábitos gregarios.

Piedras para moler la comida

El mamenchisaurio neoyorquino muestra el sistema digestivo de este herbívoro, que se calcula que tardaba en hacer la digestión hasta dos semanas, ya que tragaba la comida media tonelada de plantas al día sin masticar, y la cortaba con unos incisivos muy afilados. Debido a ello, los saurópodos ingerían piedras (gastrolitos) que facilitaban el proceso digestivo al remoler los vegetales en el estómago. Necesitaban unas 100.000 calorías diarias para sobrevivir (un humano necesita unas 2.200). Los restos del primer mamenchisaurio fueron descubiertos en 1952 en la provincia de Sichuan, en China, durante la construcción de una carretera. El fósil, un esqueleto parcial, fue estudiado y nombrado en 1954 por el paleontólogo chino Yang Zhongjian, conocido como C. C. Young.
Los dinosaurios más grandes del mundo, que se podrá visitar hasta principios de 2012, desvela los últimos descubrimientos sobre cómo vivían estos enormes animales a través de fósiles, reconstrucciones, proyecciones y toda clase de instalaciones interactivas. La exposición "explica cómo funcionaban estos dinosaurios en toda su complejidad biológica", dice la presidenta del museo, Ellen Futter. "Al mostrar los nuevos avances en el estudio de estos animales, enriquecemos la colección del museo, que siempre ha inspirado a visitantes de todas las edades", una colección paleontológica que suma 4,75 millones de especímenes incluidos 4,25 millones de fósiles invertebrados, la más diversa del mundo.
La ambiciosa iniciativa del museo, "nos lleva a otro nivel: aquí tratamos a los dinosaurios como a criaturas vivas y desvelamos cómo comían, cómo respiraban y cómo se movían", explica el vicepresidente de la institución, Michael Novacek. Y también permite explorar aspectos hasta ahora poco conocidos de estos gigantes. "Hemos descubierto que ponían muchos huevos, del tamaño de un balón de fútbol, y que las crías nacían muy pequeñas, aunque crecían muy rápido", añade Novacek. Los animales llegaban al mundo con unos cinco kilos y a los 30 años superaban las 50 toneladas, un récord en la naturaleza. "Sólo las ballenas han superado en tamaño a los saurópodos", dice Novacek al explicar que el gigantismo tenía entonces sus ventajas: protegía de otros depredadores y permitía asegurar una cierta longevidad.
La investigación que ha llevado a la muestra, dice Mark Norell, su comisario, "representa una nueva etapa en el estudio de los dinosaurios al aunar descubrimientos de varias disciplinas científicas que nos ayudan a entender cómo vivían en su época" y cómo consiguieron sobrevivir un centenar de millones de años con un organismo que necesitaba mucha más energía y oxígeno para moverse y desempeñar sus funciones vitales.
Entre esos científicos obsesionados por los saurópodos se encuentra un grupo liderado por el profesor de la Universidad de Bonn (Alemania) Martin Sander, que subrayó durante la presentación de la muestra a la prensa que muchos investigadores "aceptaron participar en el proyecto precisamente porque estaban fascinados por los dinosaurios".
Tanto el equipo de Sander, formado por especialistas en biomecánica, medicina o nutrición animal, como los investigadores del museo neoyorquino estudiaron a los saurópodos como si estuvieran vivos, y para ello los compararon con algunos de sus parientes actuales más cercanos, como las aves o los cocodrilos. Así fue como descubrieron que los pulmones de los saurópodos eran tan eficientes como los de las aves, y que con cada inhalación podían extraer más oxígeno que un mamífero y permitirles invertir menor esfuerzo en el proceso.

Gigantes de piel seca y caliente

En la exposición se puede contemplar una gigantesca réplica de los pulmones de un saurópodo, unos órganos que eran ligeros y a la vez capaces de extraer la cantidad de oxígeno necesaria para abastecer sus grandes cuerpos. Además, se muestra la reproducción también a tamaño real de un corazón de saurópodo, que bombeaba con mucha presión la sangre (cien veces más rápido que los humanos) para permitirle recorrer todo el cuello del animal y llegar a su pequeño cerebro, que pesaba unos 113 gramos (diez veces menos que un cerebro humano). La exposición también explica cómo los dinosaurios, al no tener glándulas sudoríparas, tenían una piel seca y caliente, cubierta de pequeñas escamas, para evitar la evaporación de los fluidos.
Un tema que sigue siendo un misterio son los hábitos reproductivos de los dinosaurios. Se supone que la penetración se realizaba por la cloaca, el término en zoología que describe la porción final, ensanchada y dilatable, del intestino de las aves y otros animales, en la cual desembocan los conductos genitales y urinarios. Se ha llegado a encontrar hace unos años, en los restos de un tiranosaurio hembra en el estado de Montana, una cavidad que debía de tener una membrana, parecida a la que tienen las aves, donde albergaba sus huevos, que podían sumar de 15 a 40 piezas del tamaño de un pelota de baloncesto, durante la ovulación.


Publico

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