"Muchos laboratorios están estudiando si los organismos modificados genéticamente son seguros para el consumo humano pero, hasta donde yo sé, el nuestro es el único que estudia si serán seguros para el planeta", declaró en febrero de 2004 el biólogo Richard Howard, de la Universidad de Purdue (EEUU). Exageraba. Científicos de la Universidad de Ohio, por ejemplo, habían analizado en 2003 más de 150.000 semillas cultivadas en México para buscar huellas de contaminación de genes de plantas transgénicas en el maíz nativo. No hallaron ni rastro, pero estos estudios eran poco conocidos cuando Howard se topó con una peligrosa carambola producida por un pez transgénico.
Su equipo, con dinero del Departamento de Agricultura de EEUU, descubrió con un modelo matemático (no en condiciones naturales) que la versión modificada genéticamente de una especie de pez, el medaka japonés, se reproducía tres veces más rápido que sus hermanos no transgénicos debido a su mayor tamaño. Sin embargo, por cada 100 crías naturales que llegaban a adultas, sólo 70 transgénicas lo conseguían. "Imagina un pastel, y que te comes un tercio al día. La mitad habrá desaparecido en dos días y en una semana sólo te quedará una décima parte. Es concebible que un efecto similar ocurra en las poblaciones de peces si un organismo modificado con estos genes troyanos se escapa", alertaba Howard.
Su estudio, publicado en la revista PNAS, es la principal munición de las ONG que se oponen a los "peces frankenstein". Para AquaBounty, la empresa que desarrolla el salmón transgénico, el riesgo es ínfimo. La compañía, que sólo venderá los huevos a las piscifactorías, asegura que todos sus salmones serán hembras estériles que se criarán en instalaciones cerradas. "Como estos peces son incapaces de reproducirse, no puede haber flujo genético a los salmones salvajes", arguyen.
Su equipo, con dinero del Departamento de Agricultura de EEUU, descubrió con un modelo matemático (no en condiciones naturales) que la versión modificada genéticamente de una especie de pez, el medaka japonés, se reproducía tres veces más rápido que sus hermanos no transgénicos debido a su mayor tamaño. Sin embargo, por cada 100 crías naturales que llegaban a adultas, sólo 70 transgénicas lo conseguían. "Imagina un pastel, y que te comes un tercio al día. La mitad habrá desaparecido en dos días y en una semana sólo te quedará una décima parte. Es concebible que un efecto similar ocurra en las poblaciones de peces si un organismo modificado con estos genes troyanos se escapa", alertaba Howard.
Su estudio, publicado en la revista PNAS, es la principal munición de las ONG que se oponen a los "peces frankenstein". Para AquaBounty, la empresa que desarrolla el salmón transgénico, el riesgo es ínfimo. La compañía, que sólo venderá los huevos a las piscifactorías, asegura que todos sus salmones serán hembras estériles que se criarán en instalaciones cerradas. "Como estos peces son incapaces de reproducirse, no puede haber flujo genético a los salmones salvajes", arguyen.
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