La próxima vez que tenga que explicarle a alguien un caso práctico de que «el dinero no compra la felicidad» puede echar mano de cómo ha tratado la vida a Jack Whittaker y su familia. Este estadounidense de 62 años ganó 315 millones de dólares (unos 226 millones de euros actuales) en la lotería el día de Navidad de 2002. Sin ningún parecido con nuestro Gordo, la Powerball es uno de los sorteos multiestatales más importantes de Estados Unidos que por casualidad había caído en esa fecha tras semanas de acumular millones. Nadie hasta entonces había ganado un premio tan alto, de ahí que la imagen de un sonriente Whittaker sosteniendo un cheque gigante se instalara en el imaginario colectivo de EE UU como uno de esos grandes momentos del sueño americano.
Es verdad que Whittaker no era un anónimo asalariado que sufría para llegar a fin de mes, sino un exitoso empresario de la construcción que había amasado una fortuna calculada en unos 13 millones de euros, pero su vida empezó a complicarse la mañana que adquirió el boleto ganador en un supermercado donde se había parado a comprar un sandwich. Acostumbrado a manejar millones, sus primeras decisiones fueron las del hombre generoso dispuesto a compartir su suerte con los demás. En total repartió un 10% del premio entre varias iglesias y organizaciones de caridad. También donó 11 millones de euros para crear su propia fundación, dedicada a dar comida y alimentos a las familias pobres en su West Virginia natal, uno de los estados más deprimidos de EE UU. Ni siquiera se olvidó de la empleada que le vendió el boleto de la suerte, a quien compró una casa, un todoterreno y dio una 'propina' de 40.000 euros en efectivo.
Sin embargo, la presión que le creaba manejar tanta riqueza empezó a agrietar de algún modo su personalidad y los problemas se sucedieron uno tras otro. La Policía lo detuvo por conducir borracho tres semanas después de ganar el premio. Más tarde, unos ladrones irrumpieron en su coche mientras estaba aparcado en un club de 'striptease' y se llevaron más de medio millón de euros en billetes. En otro robo parecido le desaparecieron otros 200.000 euros. Sus tropiezos con la ley se sucedían uno tras otro. Un día era denunciado por amenazar de muerte a alguien y otro una mujer lo acusaba de manosearla durante una carrera de perros.
Y entre tantos rifi rafes, un día de septiembre de 2003, la tragedia le golpeó de lleno. Jesse Tribble, el novio de su nieta Brandi, apareció muerto en la vivienda del rico ganador por sobredosis de drogas. Luego, en una carrera de destrucción que parecía no tener fin, la chica, de 17 años, murió también de una sobredosis. Tras este duro golpe, en 2004, la mujer de Whittaker le pidió el divorcio. El pasado 5 de julio, su hija Ginger, madre de Brandi, maltratada por el alcohol y la cocaína, murió sola en su domicilio a la edad de 42 años. Demasiado dinero puede ser un problema.
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