Fuente: La Vanguardia.
Nada en su apariencia externa revela que este móvil de nombre tan soso, G1, sea el producto que se esperaba de Google. En la carcasa sólo lleva dos marcas grabadas: la del fabricante taiwanés HTC y la del operador T-Mobile. Porque, formalmente, Google sólo es responsable por su sistema operativo, Android. Lo que realmente le importa es que el dispositivo, este y los que se le unirán, dé acceso de la manera más fácil e inmediata a sus aplicaciones más comunes y, a través de ellas, abarcar nuevos campos para su prodigiosa capacidad de captación publicitaria. En ese planteamiento, los fabricantes que se han adherido al consorcio Open Handset Alliance son socios industriales, pero falta la correa de transmisión con los usuarios. No está claro, todavía, que Google consiga convencer a los operadores para que acepten el cambio en las reglas de juego. La mayoría, o al menos los de primera línea, se muestran recelosos ante la posibilidad de ceder a quien sea el control acerca de lo que sus clientes hagan con los móviles, cuyo precio han subvencionado para animarlos a generar tráfico. El dilema de los operadores tiene dos vertientes, que pueden expresarse así: ¿cómo evitar verse degradados a la condición de transportistas de servicios ajenos? y ¿cómo retener a los usuarios, si alguien les promete móviles gratuitos a cambio de recibir publicidad?
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