Si, como todos los sondeos parecen indicar, Barack Obama se convierte el próximo de 4 Noviembre en el nuevo Presidente de los Estados Unidos, una de las primeras cuestiones en su agenda será elegir a un Chief Technology Officer, o CTO, para el país. Business Week recoge en un artículo la que se considera la “libreta azul” del candidato en este sentido, una short list de candidatos entre los que se incluyen nombres tan atractivos como Vint Cerf, Larry Lessig, Jeff Bezos o Ed Felten, o tan pavorosos e injustificables como el mismísimo Steve Ballmer.
Pero más allá del nombre del candidato en sí, que imagino proviene más de una serie de conjeturas acerca de quiénes tienen el perfil adecuado para el puesto que de filtraciones del propio Barack Obama, me parece interesante pensar en el papel de un puesto como éste. Definido como un puesto dependiente directamente del Presidente, el CTO de los Estados Unidos tendrá, como tal, una responsabilidad enorme, pues correrán a su cargo muchas de las decisiones relacionadas con el futuro de la sociedad de información en su conjunto: desde los modelos de adopción de software por parte de la Administración, a las prioridades en investigación o en cuotas de inmigración selectiva, pasando por cómo solucionar el tremendo embrollo de un modelo de copyright como el marcado en la DMCA, completamente incompatible con el progreso, o cómo gestionar las infraestructuras de telecomunicaciones - tema en el que Obama parece tenerlo extraordinariamente claro con su apuesta decidida por la neutralidad de la red. Realmente, el abanico de posibilidades y temas candentes que la figura del CTO tiene ante su horizonte da verdadero vértigo, y lleva a pensar en él como en uno de los puestos de mayor responsabilidad del gabinete de gobierno, una persona que marcará la agenda tecnológica de todo el mundo en un futuro casi inmediato.
De gobiernos y gobernantes absolutamente analfabetos en tecnología que ignoran desde el funcionamiento de la red hasta las implicaciones del copyright, y que se dejan influenciar de manera innoble por lobbies que les llevan de facto una agenda tecnológica que no alcanzan a entender, a gobiernos con un CTO dotado de una cuota de poder y responsabilidad que resulta mareante y con los que las decisiones estarán, sin duda, tomadas con un criterio mucho mayor. La decisión de Obama de nombrar un CTO para su gobierno va a influir, sin duda, en los planteamientos de la política tecnológica de muchos países en el futuro, ya no solo de los Estados Unidos. A ver quién es el siguiente país en darse cuenta de que la importancia de la tecnología hoy requiere decididamente una figura de este calibre.
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