"En una oportunidad mi carro se echó a perder aquí. Tuve que esperar tres días para ser rescatado. No tenía ni agua ni comida", cuenta Tomás Jiménez, al tiempo que nos adentramos en un camino desértico que parece no tener fin.
Estamos en el Chaco, en Paraguay, un vasto territorio de bosques y de matorrales espinosos. Se trata de un área extremadamente caliente y tan inhóspita que, incluso, a los conquistadores españoles se les dificultó penetrar en ella en su ansia por hacerse ricos.Esta región conocida como el infierno verde de Sudamérica se extiende por Paraguay, Argentina, Bolivia y Brasil.
El documentalista del medioambiente David Attenborough la llama "una de las últimas áreas de mayor riqueza silvestre en el mundo".
Este desierto también es hogar de tribus indígenas aisladas.
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Con el paso de los años, algunos extranjeros se han asentado aquí. Entre ellos está una comunidad de cristianos menonitas que llegó buscando un hogar, en la primera parte del siglo XX.
Pero en años recientes, se les han unido ganaderos brasileños e inversionistas europeos, principalmente oriundos de Francia, Alemania y Holanda.
Promesas y mentiras
La fiebre por conseguir tierras ha llevado a la destrucción de un millón de hectáreas, cerca de 10% del bosque, según muestran imágenes satelitales.La vegetación se ha quemado y ha sido arrasada para crear un pasto que satisfaga las necesidades de la cría de ganado, principalmente para la exportación de carne para los mercados internacionales.
Con los precios de las tierras 10 veces más baratos que los que establecen sus vecinos, el Chaco se ha convertido en una opción muy atractiva para los empresarios.
En ninguna parte esa transformación puede ser más evidente que en el pequeño poblado de Ijnapui, en el corazón del Chaco.
Se trata de una pequeña isla rodeada de haciendas de ganado.
Es hogar de una de las tres comunidades de 200 indígenas Ayoreo, quienes regresaron a lo que quedó de sus tierras ancestrales.
Los Ayoreo han estado viviendo en condiciones precarias en barrios a las afueras de las tres principales colonias menonitas.
"Salimos del bosque cuando yo tenía siete años. Un ayoreo enviado por un sacerdote salesiano vino un día para sacarnos", indicó Carlos Etacore, el líder comunitario de 46 años de edad.
"Él nos dijo que en la ciudad donde los blancos viven había mucha agua, comida y medicinas. Él nos prometió muchas cosas, pero todas fueron mentiras. Después de tres años, mi madre murió de sarampión", recordó Etacore.
Advertencia
Pero las cosas están tan solo un poco mejor en Ijnapui: hay unas pocas chozas de madera y con techos de hojalata.Los habitantes lucen hinchados debido a su dieta pobre y a que hay muy poco para comer. De hecho, cocinaron las pocas cosas que les traje como presentes: un poco de carne, arroz y una bolsa de pasta.
Los hombres viven del carbón que producen con la quema de árboles. Cada kilo lo venden en US$1. Las mujeres, por su parte, tejen pequeños bolsos y pulseras que intentan, la mayoría de las veces en vano, vender.
"La deforestación es muy seria en estos días", indicó Etacore.
Elías Peña, un prominente científico paraguayo, advirtió que Paraguay podría ver desaparecer sus bosques en sólo 20 años.
"En Paraguay nuestra legislación de bosques data de los años '70 y permite que hasta 75% de una parcela de tierra sea deforestada", indicó.
"Esto le da derecho al propietario de un terreno a deforestar, por ejemplo, tres cuartos de una parcela de 100.000 hectáreas. Esa persona puede vender las restantes 25.000 hectáreas a alguien, quien a su vez, deforestará otro 75% y así sucesivamente".
Así fue como la mayoría del bosque en el este de Paraguay desapareció, indicó, y esto es lo que está pasando en el Chaco.
Mercado de la carne
Las autoridades locales señalaron que la ganadería es una clave en el desarrollo económico de la región.Walter Stockl, gobernador de la provincia de Boquerón, en el Chaco, aseguró que las organizaciones no gubernamentales están exagerando el problema en la región.
Su objetivo, señaló, es menoscabar las exportaciones de carne paraguaya por medio de campañas contra la expansión de tierras agrícolas.
Aunque Stockl no quiso profundizar en los problemas, admitió que no todo ha salido bien.
"La presencia del Estado en esta zona empezó a inicios de los años '90. Antes, sólo había comunidades menonitas y misiones católicas. El Chaco siempre ha sido un área olvidada", dijo.
Un funcionario gubernamental que pidió no ser identificado indicó que la deforestación está fuera de control.
Las regulaciones, mencionó, son inadecuadas y se necesita un cambio urgente.
Agricultores que han pasado gran parte de sus vidas en esa región también están preocupados.
Aumento de precios
Heinrich Dueck, de 58 años, es un agricultor menonita ortodoxo, cuya familia llegó a la región en los años veinte.Pese a haber pasado toda su vida aquí, la fiebre por la tierra lo tomó por sorpresa.
Él compró 2.100 hectáreas de tierra para adherirlas a su hacienda de 500 hectáreas. Temía que en el futuro el precio fuera inalcanzable.
"Las cosas están cambiando muy rápidamente", señaló Dueck.
"Hace cuatro años, pagué US$70 por hectárea de mi nueva parcela. Hace 15 años, habría pagado US$20".
Ahora, Dueck indicó, el precio es US$200, incluso puede llegar a US$500 por hectárea.
En diciembre de 2010, el Congreso paraguayo rechazó una propuesta para detener la deforestación en el Chaco.
Reuniones de alto nivel están llevándose a cabo entre el gobierno y los intereses locales por producir carne más compatible con los cánones de la protección ambiental.
Pero, al tiempo que los precios de la carne continúan en aumento, dada la débil presencia del Estado, pocos en el Chaco creen que las cosas cambiarán.
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