Usted está en una fiesta y la persona que tiene en frente no está escuchándolo realmente. Sí, ocasionalmente murmura su asentimiento a lo que usted dice, o hace algún gesto en el momento indicado, pero mayormente no lo mira.
Lo gracioso es que si ella estuviera mirando por sobre su hombro a un cuarto lleno de gente potencialmente más interesante, se diría que es una mal educada. Pero si no está haciendo eso, sino que está atenta a un celular en su mano, no solo está manejándose dentro de las normas sociales modernas aceptadas, sino que se la considera una persona coherente y actualizada.
Es otro logro de la revolución digital: ha hecho que esté de moda ser descortés.
Pensé mucho acerca de eso en South by Southwest Interactive , el encuentro anual de los interesados en todo lo digital que se realiza en Austin, Texas, en la segunda semana de marzo. Había salas de conferencias llenas de conexiones inalámbricas y la gente en el estrado competía con pantallas de notebooks o, aún más comunes, de tabletas, presentes casi en cada asiento. En ese contexto, la presentación en vivo que la gente del público había venido a ver desde grandes distancias era solo un elemento acompañante.
Aún más llamativo, una vez que la horda salía de las salas a los corredores e iba rumbo a los cientos de fiestas que son parte del ritual, casi todos caminaban o hablaban con uno o ambos ojos pegados a pequeñas pantallas. Estábamos adyacentes pero esencialmente solos, enviando mensajes de texto y hablando a través de teléfonos en medio de lo que debió haber sido una gran oportunidad para tomar contacto con seres humanos de carne y hueso. La espera en fila para acceder a paneles, obtener credenciales o conseguir comida se convirtió en otra oportunidad más para conectarnos digitalmente en vez de una oportunidad para conocer a alguien.
Yo fui moderador de un panel bautizado "Soy tan productivo que nunca logro hacer nada", referido a que al responder correos electrónicos y seguir avatares en Facebook, Twitter y Tumblr deja poco tiempo para lo que nos importa o aquello por lo que nos pagan un sueldo. La mayor reacción en la sesión la provocó Anthony De Rosa, un gerente de producto y programador de Reuters con gran presencia en Twitter y Tumblr, al decir que la conexión móvil ha erosionado las cortesías fundamentales.
"Cuando la gente sale y está en contacto con otra gente tiene que dejar todo de lado", dijo De Rosa. "Está bien cuando nos encontramos en casa o en el trabajo y uno se ve distraído por estas cosas, pero tenemos que recuperar el respeto del uno por el otro".
Sus palabras provocaron un repentino y tumultuoso aplauso. Fue un momento importante, dado que estábamos sentados en medio de alguna de la gente más dedicada a lo digital del hemisferio. Quizás en algún punto del camino a la fusión entre los mundos online y offline habíamos cruzado una frontera sin saberlo.
En un correo electrónico posterior, De Rosa escribió: "No me molesta que la gente se retire un momento a verificar algo, pero cuando estoy parado delante de alguien y en medio de la conversación sacan el teléfono, dejo de hablar y me alejo. Si son descorteses, yo les respondo del mismo modo."
Luego del panel, una de las personas más jóvenes del público se me acercó para hablar acerca de la importancia de la conexión en persona, cosa que resultó agradable, salvo por el hecho de que continuamente miraba de soslayo a su iPhone mientras hablábamos. No estoy seguro de que fuera consciente de que lo hacía. Eso no sucede solo en las conferencias llenas de aficionados a la tecnología. Por todo el país, en teatros, estadios deportivos y departamentos, la gente se reúne pero para dispersarse al mismo tiempo en sus respectivas relaciones con sus celulares.
Cada salida con amigos o colegas representa una negociación entre la conectividad a la red y la interacción con los presentes. "El año pasado, para el cumpleaños de una amiga, mi regalo fue no hablar por el celular en su cena de celebración" dijo Molly McAleer, que entra en blogs y envía mensajes de Twitter bajo el seudónimo Molls. "Qué vergüenza".
Si South by Southwest es, como sostienen sus participantes, un indicador de lo que está por venir, no nos veremos mucho con otra gente aunque nos encontremos en el mismo cuarto. Anthony Breznican, reportero de Entertainment Weekly, dice que basta con que una persona en una cena se disculpe y atienda su teléfono, para que todos los demás hagan lo mismo.
"En vez de continuar la conversación, todos sacamos los celulares para concentrarnos en ellos", dijo. "Por unos minutos todos se dedican a escribir mensajes. El grupo queda en silencio y todos nos involucramos en una gran competencia de pulgares, la lucha entre el hombre y la pequeña máquina. Luego pasa el momento, los BlackBerry y iPhones se guardan en sus respectivas fundas, y volvemos a ser humanos nuevamente".
En cuanto a la etiqueta en pantalla, compartir no es siempre igual a preocuparse el uno por el otro y a veces, cuanto más grande la pantalla, tanto mayor el faux pas: en un ascensor en el Centro de Convenciones de Austin, un promotor de medios sociales enloquecido metió su iPad en mi cara y comenzó a demostrar su complicada aplicación de redes sociales que va a cambiar el mundo. Me aleje de un salto en cuanto se abrió la puerta.
Aún así muchos ya ni piden disculpas por lo que se ha convertido en una mezcla muy natural de acciones on line y la vida real. En un ensayo sobre la avalancha tecnológica titulado "Yo voy a mirar mi teléfono en la cena y tu sabrás manejarte", MG Siegler escribió: "Perdonen, pero es cena 2.0".
"Es la manera en que funciona el mundo ahora. Siempre estamos conectados y al habla. Y algunos preferimos que así sea", agregó.
Se considera progreso, pero no siempre parece serlo. Hay una cantidad de motivos por los que la gente en conferencia y en el mundo en general trata a sus celulares como un Tamagotchi, la mascota digital inventada en Japón que se muere si no se la atiende y alimenta continuamente.
Por empezar, los teléfonos emiten luz. Es un impulso normal mirar algo luminoso que uno tiene en la mano.
Más allá del dispositivo, la pantalla ofrece una corriente de datos de mucha gente, por oposición al individuo que uno tiene al lado. Su correo electrónico, cuenta de Twitter, de Facebook y otros grupos sociales online ofrecen corrientes de datos de muchos individuos y uno puede escoger los más interesantes, a diferencia de lo que sucede con el ser humano aburrido con el que uno puede estar atrapado en una fiesta.
También hay un tipo de narcisismo específico que engendra la red social. Al atender y actualizar sus varios avatares, usted se asegura de estar junto a la gente más popular. Uno de los aspectos más seductores de los medios de tiempo real es saber lo que la gente piensa de uno. Las métricas de seguidores y respuestas ofrecen un índice siempre actualizado de los movimientos de la inestable divisa que es uno mismo.
"Mi cosa favorita es la gente que responde en el momento con cada interacción", dijo Roxanna Asgarian, estudiante de la Escuela de Posgrado de Periodismo CUNY, que fue a South by Southwest este año. "Prefiero la experiencia de la cosa misma antes que la experiencia de contar a la gente lo que hice".
De todos modos, para los que siempre nos preocupa perdernos algo, tener la red al alcance de los dedos nos tranquiliza de que estamos en el lugar indicado o, al menos, ofrece señales de donde hay calor.
Pero no todo son vanidades. Para cualquiera que tenga hijos, un empleo o alguien querido, la expectativa en estos tiempos es que cierta gente especial, empezando por lo general por nuestro jefe, pueda ubicarnos en cualquier momento de cualquier día. Cada tanto algo realmente importante aparece en la bandeja de entrada requiriendo atención inmediata.
Los dispositivos móviles, efectivamente, nos dan más movilidad, pero eso es también una correa que nos ata, porque todos saben que pueden encontrarnos en cualquier momento para avisar que llegan tarde pero vienen en camino. Otro elemento de descortesía que el mundo siempre conectado facilita, dicho sea de paso.
En la conferencia, vi gente que esperó 90 minutos para lograr entrar a una fiesta de difícil acceso, observando a cada instante sus celulares en la cola. Y cuando finalmente pasaban la puerta seguían mirando la misma pantalla, con muy breves interrupciones.
En ese sentido, el escenario no cambia realmente cuando uno cabalga con su socio digital a mano. Vi gente que integraba paneles y mientras tanto navegaba o mandaba mensajes de correo electrónico en los momentos que no le tocaba hablar. (Y no es solo en este caso. Yo era el anfitrión en otro debate de una conferencia con Martha Stewart, que sabe cuidar los modales, y nos tuvo esperando a todos mientras veía "una cosa más" en su Twitter).
Con vergüenza debo admitir que estaba en alerta máxima frente a descortesías electrónicas porque había apagado mi celular antes de South by Southwest y usaba un nuevo androide que estoy seguro que podría orientar la próxima misión a Marte, pero que resultaba complicado para enviar mensajes y manejar Twitter.
Los nativos digitales (es decir "jóvenes") le dirán que pueden pasar fácilmente del mundo online a offline. Mi colega Brian Stelter casi resulta convincente cuando lo intenta, en parte porque siempre parece estar creando y consumiendo medios al mismo tiempo.
Y en Austin vi a Andy Carvin, la personificación de la torre de señales de NPR respecto de la revolución del norte africano en Twitter, sentado frente a una pantalla mientras la banda británica Yuck se mandaba un tema matador en Stubb's. Mandaba mensajes de Twitter sobre la banda y sobre Bahrein al mismo tiempo.
William Powers, autor de "Hamlet's BlackBerry", un libro que enseña a controlar la vida digital, apareció en un panel en South by Southwest y escribió que se fue pensando que había atestiguado "una gigantesca competencia para ver quién puede estar más ajeno a la gente y las conversaciones que suceden en derredor. Todos en Austin miraban sus pequeños dispositivos, un poco desesperados, como si sus vidas dependieran de no perderse el siguiente tweet".
En una conversación telefónica unas pocas semanas más tarde, Powers dijo que está lejos de ser un ludista, pero que "no creo en la idea de que los nativos digitales pueden mirar la pantalla y mantener contacto visual con otra persona al mismo tiempo".
"No están plenamente presentes porque no somos así" dijo.
Donde otra gente ve libertad -del escritorio, de las convenciones sociales, del tipo aburrido que tenemos enfrente- Powers ve "un a especie de encierro".
"En realidad hay mucho conformismo", agregó.
Y ese es el verdadero problema. Cuando alguien con quien queremos hablar termina ocupado con el teléfono, la respuesta más natural no es criticar sino emular. Lo que asegura la mutua distracción.
La Nacion
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