Primero declinaron los casetes y los vinilos, después los discos compactos y el celuloide. ¿Es el papel la próxima víctima de la revolución tecnológica que vivimos? Casi seiscientos años después de que Gutenberg inventara la imprenta, ¿ha llegado la hora de libro digital? ¿Estamos en el principio del fin de una era?
Ahí va el dato. Kindle, el flamante lector electrónico lanzado por Amazon hace un mes, capaz de alojar en su corazón mecánico más de 200 obras literarias, está agotado. Según proclama el gigante del comercio en su web (www.amazon.com), no quedan aparatos a la venta. Han volado.
Kindle, que pesa unos 300 gramos, tiene las dimensiones de un libro normal (18 centímetros de alto y 13 de ancho) y no es el primer lector digital de la historia. Tampoco es el único en el mercado. Quizá tampoco el mejor. Pero ha sido bautizado como el iPod de los libros. Y a imagen y semejanza del popular reproductor musical de Apple, goza de éxito comercial. ¿O no?
En la Red se especula con qué Amazon ha seguido la estrategia preferida de márketing de los fabricantes de videoconsolas: poner a la venta pocas unidades para crear una aureola de producto deseado. Da igual que sea un superventas o no, el Kindle ha acaparado titulares en los medios de comunicación de todo el mundo. Pasará a la historia por haber puesto los lectores digitales en el horizonte de compras de los consumidores. Hasta ahora, en la carta a los Reyes Magos figuraban reproductores MP3, deuvedés portátiles, cámaras digitales y consolas. Quizá el próximo año en las listas de peticiones de regalos aparecerán aparatos como Kindle. Al menos en Estados Unidos.
El papel electrónico
¿Con qué armas puede luchar el libro clásico frente al electrónico? Estos dispositivos pueden incorporar diccionarios, mapas y callejeros, también permiten variar la iluminación o conectar pequeñas lámparas orientables. También cada lector puede adaptar el tamaño de los cuerpos de letra al gusto y la vista de cada cual.
Todos los que han posado alguna vez sus ojos sobre una pantalla de ordenador estarán de acuerdo: no se lee tan bien como sobre el papel. Para sortear este fundamental escollo, los últimos lectores electrónicos utilizan una pantalla de alta definición, construida con el llamado papel electrónico, que imita el efecto de la tinta impresa sobre el papel. A diferencia de los monitores normales, esta tecnología no requiere mucha energía y proporciona una imagen muy estable, con alto contraste: las letras no bailan; se lee muy bien.
Estas características también las poseen la mayoría de los competidores de Kindle. Entre ellos habría que destacar el Sony Reader, lanzado por la compañía japonesa a principios del 2007. Pero el dispositivo de Amazon, que es más caro y limitado en muchos sentidos, cuenta con una ventaja momentánea: los contenidos. Cualquier persona que adquiera un Kindle tendrá a su disposición hasta 90.000 obras literarias para descargar.
En cualquier momento, en cualquier sitio, sin cables, podrá conectarse con su dispositivo a la web de Amazon y adquirir un libro en un catálogo que aumenta ta día a día. Cuestan mucho menos que sus versiones en papel. Y no hay obligación de leerlos en el acto.
En el aparato caben hasta 200 obras, y la batería dura siete días, por lo que puede ser considerado una biblioteca de bolsillo. Eso sí, los fondos solo tienen un origen: Amazon. El Kindle, como en su momento el iPod de Apple, solo admite los contenidos que proporciona la afamada tienda. No permite pasarlos a un ordenador u otro dispositivo. Y su precio también puede resultar elevado: cuesta 400 dólares (más gastos envío), unos 270 euros. De momento, solo se vende en Estados Unidos, el mecanismo de descarga ?utiliza la red de una compañía de móviles? impide que pueda funcionar en otros países. E impone una limitación fundamental: sin cobertura no hay contenido.
El Kindle no va a ser el aparato definitivo, quizá no se convierta siquiera en un estándar, pero sí va a abrir brecha. Los lectores electrónicos han venido para quedarse. Y, con ellos, cambiará la forma de leer. ¿Para siempre?
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