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2009/01/24

La máquina que pensaba diferente cumple 25 años

Fuente: Publico.

Steve Jobs y Steve Wozniak son las semillas de la manzana más conocida del mundo de la informática. El primero ponía la visión comercial y la creatividad, y el segundo, los conocimientos técnicos. La historia de la exitosa Apple, la que ha conseguido que el iPod se convierta en sinónimo de MP3 y la misma que acaba de anunciar un beneficio neto trimestral récord de 1.242 millones de euros en el último trimestre de 2008 -mientras su enemigo Microsoft prevé 5.000 despidos en los próximos 18 meses-, es la de empresa plagada de altibajos, traiciones, renaceres y egocentrismos.

Hoy se cumplen 25 años del lanzamiento del Macintosh 128K, la máquina que marcó un hito en el manejo de los ordenadores personales. Dos días antes se emitió por primera vez el anuncio que se usó para su presentación. Durante un intermedio publicitario de la Super Bowl, millones de estadounidenses asistieron a un cortometraje de apenas un minuto dirigido por Ridley Scott en el que una deportista destrozaba una pantalla que representaba a IBM, que había presentado tres años antes su primer PC. El anuncio terminaba con el mensaje "El 24 de enero, Apple presentará Macintosh y verás por qué 1984 no será como 1984". Y no lo fue.

Cuenta la leyenda que, en 1983, Steve Jobs, fundador de Apple, convenció a John Sculley, hasta entonces vicepresidente de Pepsi, de que se convirtiera en el presidente de su compañía con la frase "¿Quieres pasarte el resto de tu vida vendiendo agua con azúcar o quieres cambiar el mundo?".


El Macintosh era la gran apuesta de Jobs. Tras el fracaso de los ordenadores Apple III y Lisa, la compañía estaba obligada a recuperar el prestigio y el dinero perdido. Empleando los beneficios del Apple II, Jobs creó el Macintosh en un edificio dentro del complejo de Apple al que llamaron "Siberia". Colocó en él una bandera pirata, que simbolizaba la lucha contra el gigante IBM, y el resultado fue el primer ordenador plug&play (enchufar y listo), el primero que tenía un fin verdaderamente doméstico. Con una interfaz que trataba de enterrar los códigos de MS-DOS y sustituía las letras y los números de este sistema por iconos, Jobs había contribuido a cambiar, en buena parte, el mundo de la informática, como anunció a Sculley un año antes. Lo que el visionario fundador de Apple nunca esperó es que sus enfrentamientos personales y profesionales con Sculley le llevarían, tras sucesivos desaires, a abandonar su propia compañía en 1985, herido y humillado.

Macintosh se convirtió en un sistema bueno y bonito, la que, a la vista de los lanzamientos más recientes, parece la máxima del astuto Jobs y, por tanto, de su empresa. Nunca fue barato (2.495 dólares en 1984), otro de los pilares que se han mantenido inamovibles en la filosofía Apple, pero su precio estaba muy por debajo de su predecesor, el Apple Lisa, que costaba 9.995 dólares. Las ventas anuales previstas para el Macintosh rondaban las 80.000 unidades, pero sólo se vendieron 20.000, algo que empezó a erosionar el buen entendimiento entre Jobs y Sculley. Las luchas por el control de la compañía se saldaron con la airada salida de Jobs.

Expulsión y regreso heroico

Steve Wozniak se marchó de Apple el mismo año con un argumento oficial que apuntaba a motivos de salud. Pero las biografías no oficiales de este genio técnico apuntan al egocentrismo de Jobs como uno de los motivos de su retirada. No en vano, el periodista de The Wall Street Journal Jim Carlton tituló a su libro-radiografía Apple: una historia de intriga, egomanía y meteduras de pata. Pero si alguna vez los trabajadores de Apple han resaltado la tiranía de Jobs ejemplificada en la leyenda de que el empleado que no era capaz de justificar su trabajo en medio minuto era despedido, también han tenido que reconocer, junto al resto del mundo, que Jobs es un genio visionario y un portento del marketing.

Mientras Jobs aprovechó los once años que estuvo fuera de Apple para fundar NeXT (que después sería adquirida por la propia Apple), comprar Pixar y conseguir un Oscar por Toy Story, su "primer amor", como él mismo define a Apple, sufría su ausencia. Con equipos que no lograban cautivar a las masas y sonados fracasos como la agenda Newton y la consola Pippin, Microsoft, el mediático enemigo de Apple que en realidad es su mejor socio, renovó su sistema operativo con una interfaz gráfica y lanzó Windows, que comenzó a instalarse en millones de PC clónicos más baratos ante una impávida y agonizante Apple.

El regalo de navidad que fue visto como un salvador para los analistas de la época llegaría en diciembre de 1996, cuando se anunció que Apple compraba NeXT y, con ella, Jobs volvía a la empresa de la que, a la vista de los resultados, nunca debió salir.

Del producto a la cultura

El lanzamiento del iMac, salido de la cabeza de Jobs y del excelente equipo técnico del que siempre ha sabido rodearse, supuso algo más que la incorporación de un nuevo ordenador a la historia de la compañía. En los últimos años de la ausencia de Jobs muchos expertos pensaban que Apple estaba obligado a desarrollar un producto arrasador o le esperaba el fin. De hecho, el presidente de la época, Gil Amelio, acababa de conseguir financiación para mantener a flote la compañía. Entonces llegó Jobs y contribuyó a hacer crecer su propio mito reinventando el ordenador que en parte provocó su salida: el Macintosh.

El iMac fue un cambio de estrategia que sustituía la sobriedad tradicional por colores alegres. Compacto y translúcido, se convertía, tras el primer Macintosh, en el nuevo ordenador diseñado para el usuario que integraba monitor y CPU. Y se convirtió en el sistema de sobremesa más vendido en EEUU las navidades de 1998. En paralelo, Jobs empezó a tejer una imagen que iba un paso más allá de los buenos equipos, creando la que los expertos denominan "cultura Apple" en contraposición a los más clásicos Windows o IBM: una imagen divertida con un toque de elitismo.

Nadie podía prever en aquel momento que el área de negocio más lucrativa de Apple todavía estaba por llegar, una vez más de la mano de Jobs. Los analistas se preguntaban cuánto podrían aguantar las ventas de la escasa gama de productos de Apple. En solo dos años, Jobs supo ver el potencial que se escondía detrás de un desarrollo independiente, el iPod, un reproductor portátil de música digital que, pese a no ser el más barato ni el que tenía mayor capacidad de almacenamiento, arrasó en el mercado.

Concebido inicialmente sólo para ordenadores Apple, tardó menos de un año en adaptarse a los usuarios de Windows. Después llegarían las distintas generaciones, los colores, las miniaturas, las pantallas táctiles y las mil y una formas de tratar de adaptar un modelo de éxito. Superado este nivel y ampliado el mercado informático, Jobs lanzó una nueva bomba de la mano de la telefonía: el iPhone. Con la etiqueta de Invento del año para la revista Time en 2007, tardó un año en llegar a Europa, esta vez ya con una versión mejorada.

Otro círculo completo

Como si de una vuelta a los orígenes se tratara, aunque bajo circunstancias muy distintas, Jobs anunció la semana pasada que se veía obligado a abandonar la compañía por un "desequilibrio hormonal". Pero, en esta ocasión, la salida tiene un planteamiento muy diferente: mientras que la primera vez fue invitado a marchase, en esta ocasión Jobs prevé un pronto regreso en junio, consciente de cómo afecta su ausencia a la imagen de la compañía.

Pese a que Wozniak ha expresado recientemente que "la cultura de Apple puede seguir aunque Jobs se vaya", su cotización en bolsa está unida a su presencia en ella. Las autoridades bursátiles estadounidenses (SEC) están investigando si la compañía informa correctamente a sus accionistas sobre la salud de Jobs y, en paralelo, se abre una nueva etapa sin él. Comienza una época de incertidumbre reflejada en los mercados, una dura prueba que pondrá de manifiesto si la maquinaria Apple está tan bien engrasada como parece o si, por el contrario, necesita a Jobs para continuar pensando diferente.

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