En el segundo caso, vía Lost remote, tiene que ver con Beyoncé Knowles, quien en medio de un concierto da un mal paso en unas escaleras, y se cae cuan larga es. Aunque la pobre sigue cantando como puede, una persona que estaba en el concierto filma el incidente y lo cuelga en YouTube, para encontrarse con tres cuartos de lo mismo: que la discográfica, en este caso SonyBMG, ordena la retirada del vídeo por escucharse de fondo la canción que estaba interpretando, con una calidad penosa. El vídeo está ahora disponible en Break (la caída, en el segundo 25″).
La reflexión es evidente: ¿es el copyright algo capaz de “impregnar” cualquier cosa y convertirla en propiedad automática de quien lo posee? ¿Podemos impedir, basándonos en algo como el copyright, la difusión de una noticia o de un vídeo casero? Obviamente, pensar algo así es completamente del género absurdo. Pero el clima de talibanismo y miedo al que pretende la industria llevarnos a todos, asistida por legiones de abogados, parece sugerir lo contrario. En cierto sentido, es como si estuviesen haciendo un concurso para ver quién consigue cometer una estupidez mayor y ponerla presuntamente bajo el amparo de la DMCA, casi como desafiando o pidiendo a gritos una revisión de la misma. Una revisión que, ante tanta ofensa permanente al sentido común, no puede tardar demasiado, porque el estado actual ofende precisamente el propósito de diseño de la DMCA: preparar el sistema de copyright para su validez en el contexto de un milenio digital. En lugar de prepararlo, la DMCA lo está convirtiendo en ridículo, en anacrónico, en risible. En algo que, simplemente, las personas normales somos incapaces de tomarnos en serio.
Fuente: Blog de Enrique Dans.
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