Los científicos que trabajan en la conservación de la Antártida se han convertido en una amenaza para este ecosistema. La mitad de las estaciones de investigación presentes en el continente vierte sus aguas residuales directamente al entorno, sin ningún tratamiento previo, según un estudio publicado en el último número de la revista Polar Research. El trabajo, dirigido por el ecólogo Fredrik Gröndahl, señala que la orina y las heces de los científicos podrían haber introducido varios patógenos invasores encontrados en el aparato digestivo de focas, pingüinos y aves marinas, como las bacterias Salmonella enteritidis y Escherichia coli.
"Es un disparate. Los investigadores que van a estudiar el ecosistema antártico para protegerlo introducen especies patógenas", explica Gröndahl a Público. A su juicio, el riesgo no es insignificante. Hace un siglo, la Antártida era un continente deshabitado, pero actualmente unos 4.000 científicos viven durante el verano en las 82 estaciones de investigación, pertenecientes a 28 países, que existen en este confín del planeta.
Las aguas fecales no son el único problema. Las estaciones que no cuentan con un sistema de tratamiento de sus aguas residuales también arrojan al entorno los líquidos procedentes de la lavandería, el lavaplatos y las duchas. Según el estudio, estos vertidos son menos peligrosos, pero también pueden contener patógenos potencialmente peligrosos, como virus y bacterias.
El mayor asentamiento humano de la Antártida, la base estadounidense de McMurdo, que cobija a un millar de personas en los meses de verano, dispone de sistemas de tratamiento de sus residuos, según asegura el trabajo. Sin embargo, puntualiza Gröndahl, se instalaron en 2003, lo que significa que, hasta entonces, los científicos estadounidenses derramaron sus vertidos sin ningún tipo de control.
Un estudio previo, elaborado en 2004, encontró altas densidades de bacterias coliformes, habitantes habituales de los intestinos humanos, a lo largo de un kilómetro de la costa cercana a la base estadounidense. "Una enfermedad provocada por estos microorganismos podría llegar a esquilmar una colonia de pingüinos, que viven en grupos de millones de ejemplares", advierte Gröndahl, que trabaja en el Instituto de Tecnología de Estocolmo (Suecia).
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