Si te gusta matar nazis y te gusta matar zombis, ya tienes juego. Wolfenstein es un juego de disparos en primera persona que traslada al jugador hasta lo más profundo de la Alemania nazi, al corazón de la Segunda Guerra Mundial. Eso sí, se trata de una interpretación libre del acontecimiento que, por respetar, sólo respeta la tradición paranormal de la saga.
Si matar nazis era poco, casi desde el principio de la serie (en la huida de Castle Wolfenstein no ocurría), la gente de Raven Software pensó que sería interesante ver cómo el jugador se las apañaría con zombis, supersoldados y eventos de lo más extraños en mitad del campo de batalla. La idea cuajó.
En el último juego de la saga, que acaba de salir a la venta, el jugador tendrá cierto control sobre los eventos misteriosos. En su mano, además de las armas habituales, el agente aliado B.J. Blazkowicz, tendrá un medallón que le permitirá acceder al Sol Negro, un talismán que los alemanes quieren convertir en su arma de combate y que Blazkovicz utilizará a su antojo (no hay que ir recaudando ningún 'combustible' para que funcione). Las funciones clave son: el Velo, el Mire y el anti-escudos.
Con el Velo, el jugador se 'traslada' a otra dimensión en la que, además de ver todo en azul en una especie de sistema de visión nocturna, los puntos débiles de los contrarios se resaltarán y no sólo eso, sino que descubrirás atajos para atravesar muros o alambradas. El Mire es el nombre que en esta ocasión se le ha dado al conocidísimo y explotadísimo 'tiempo bala' que ya funcionaba en tiempos de Max Payne. El sistema anti-escudos, pues eso, atraviesa cualquier oposición rival en situaciones que tengamos que ir liquidando a 'los malos' sí o sí. Pero lo de recurrir a la 'magia negra' será momentáneo. En realidad el jugador se las apañará casi siempre con las armas convencionales de la Segunda Guerra Mundial que, en este caso y gracias a un sistema de recolección de oro, gira en torno a la transformación y mejora de estas hasta convertirlas en un arsenal de destrucción sin igual.
El planteamiento, en lugar de hacerse a través de una historia lineal en la que se suceden los niveles, traslada al jugador a determinados escenarios a 'explorar' en los que Blazkovicz irá encontrándose con miembros de diferentes facciones de la resistencia alemana que le harán sus encargos. Suena bien, pero está mal resuelto. Los argumentos de las diferentes misiones no se entrelazan y no existen motivos para que no se nos planteasen todas las misiones seguidas. La exploración, que podía ser un aliciente, se convierte en un obstáculo para la acción, y en una serie de anodinos paseos por escenarios que, bien resueltos gráficamente, no llegan a acaparar la atención del jugador. Isenstadt, ciudad que se convierte en el epicentro del juego, se queda pequeña enseguida y entra una sensación de 'aquí he estado antes' que, definitivamente, termina por ser verdad porque pasas una y otra vez por las mismas calles.
Enfrente, el jugador se irá encontrando con todos los rangos de soldados arios del ejército de Hitler y, por supuesto, algunas de sus perversas creaciones experimentales que, como no, en el juego ganan en espectacularidad. Un soldado con una armadura y casco a lo Darth Vader o toda una serie de esqueletos andantes a los que no les falta detalle en los uniformes, serán sólo algunos de los contrarios a batir. Eso sí, se echa en falta un Hans Grosse como el de aquel Wolfenstein 3D de principios de los noventa y, como no, a un Mecha-Hitler (un robot gigante con la apariencia del líder alemán) que en la nueva generación hubiera sido poco menos que memorable.
La persecución a la que se ve sometido el agente Blazkovicz durará poco más de ocho horas, una buena campaña en solitario que se une a un multijugador en el que sí que encontramos demasiados detalles que lo dejan algo 'cojo'. Por un lado que sólo tiene tres modalidades y algo anticuadas en su planteamiento: Asesino por equipos; Objetivos, en el que un equipo trata de cumplir una misión y el otro impedirlo; y Contrarreloj, en el que los equipos compiten por cumplir una misión en el menor tiempo posible. A eso se le une que sólo podrán participar hasta 12 jugadores.
Si matar nazis era poco, casi desde el principio de la serie (en la huida de Castle Wolfenstein no ocurría), la gente de Raven Software pensó que sería interesante ver cómo el jugador se las apañaría con zombis, supersoldados y eventos de lo más extraños en mitad del campo de batalla. La idea cuajó.
En el último juego de la saga, que acaba de salir a la venta, el jugador tendrá cierto control sobre los eventos misteriosos. En su mano, además de las armas habituales, el agente aliado B.J. Blazkowicz, tendrá un medallón que le permitirá acceder al Sol Negro, un talismán que los alemanes quieren convertir en su arma de combate y que Blazkovicz utilizará a su antojo (no hay que ir recaudando ningún 'combustible' para que funcione). Las funciones clave son: el Velo, el Mire y el anti-escudos.
Con el Velo, el jugador se 'traslada' a otra dimensión en la que, además de ver todo en azul en una especie de sistema de visión nocturna, los puntos débiles de los contrarios se resaltarán y no sólo eso, sino que descubrirás atajos para atravesar muros o alambradas. El Mire es el nombre que en esta ocasión se le ha dado al conocidísimo y explotadísimo 'tiempo bala' que ya funcionaba en tiempos de Max Payne. El sistema anti-escudos, pues eso, atraviesa cualquier oposición rival en situaciones que tengamos que ir liquidando a 'los malos' sí o sí. Pero lo de recurrir a la 'magia negra' será momentáneo. En realidad el jugador se las apañará casi siempre con las armas convencionales de la Segunda Guerra Mundial que, en este caso y gracias a un sistema de recolección de oro, gira en torno a la transformación y mejora de estas hasta convertirlas en un arsenal de destrucción sin igual.
El planteamiento, en lugar de hacerse a través de una historia lineal en la que se suceden los niveles, traslada al jugador a determinados escenarios a 'explorar' en los que Blazkovicz irá encontrándose con miembros de diferentes facciones de la resistencia alemana que le harán sus encargos. Suena bien, pero está mal resuelto. Los argumentos de las diferentes misiones no se entrelazan y no existen motivos para que no se nos planteasen todas las misiones seguidas. La exploración, que podía ser un aliciente, se convierte en un obstáculo para la acción, y en una serie de anodinos paseos por escenarios que, bien resueltos gráficamente, no llegan a acaparar la atención del jugador. Isenstadt, ciudad que se convierte en el epicentro del juego, se queda pequeña enseguida y entra una sensación de 'aquí he estado antes' que, definitivamente, termina por ser verdad porque pasas una y otra vez por las mismas calles.
Enfrente, el jugador se irá encontrando con todos los rangos de soldados arios del ejército de Hitler y, por supuesto, algunas de sus perversas creaciones experimentales que, como no, en el juego ganan en espectacularidad. Un soldado con una armadura y casco a lo Darth Vader o toda una serie de esqueletos andantes a los que no les falta detalle en los uniformes, serán sólo algunos de los contrarios a batir. Eso sí, se echa en falta un Hans Grosse como el de aquel Wolfenstein 3D de principios de los noventa y, como no, a un Mecha-Hitler (un robot gigante con la apariencia del líder alemán) que en la nueva generación hubiera sido poco menos que memorable.
La persecución a la que se ve sometido el agente Blazkovicz durará poco más de ocho horas, una buena campaña en solitario que se une a un multijugador en el que sí que encontramos demasiados detalles que lo dejan algo 'cojo'. Por un lado que sólo tiene tres modalidades y algo anticuadas en su planteamiento: Asesino por equipos; Objetivos, en el que un equipo trata de cumplir una misión y el otro impedirlo; y Contrarreloj, en el que los equipos compiten por cumplir una misión en el menor tiempo posible. A eso se le une que sólo podrán participar hasta 12 jugadores.
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