El pasado 28 de enero, el Consejo General de Médicos del Reino Unido (GMC) concluyó, tras una auditoría de más de dos años, que el gastroenterólogo Andrew Wakefield actuó de forma "deshonesta e irresponsable" en la elaboración de un estudio que, en 1998, asoció la administración de la vacuna triple vírica que protege contra la rubeola, las paperas y el sarampión al autismo. Pocos días después, el 2 de febrero, la revista The Lancet, que publicó en su día el trabajo de Wakefield, lo rechazaba públicamente.
Sería lógico pensar que el médico que se desplazó de Austin (EEUU), donde ejerce en la actualidad, a Reino Unido a escuchar la sentencia estaría devastado tras tantas malas noticias. Pero las imágenes que mostraron los medios de todo el mundo diferían mucho de esa suposición. El especialista, al que se acusó de elegir a sus pacientes para el estudio, de estar contratado previamente por los abogados de unos padres que querían demandar al laboratorio fabricante de la vacuna de su hijo e, incluso, de someter a los niños a pruebas innecesarias, aparecía en las fotografías rodeado de partidarios que, como él, habían recibido indignados la sentencia.
Y es que, para algunos, Wakefield es un héroe, el personaje que ha demostrado científicamente lo que muchos padres creen a ciencia cierta: que el autismo que padecen sus hijos no se debe, como establece la medicina, a causas genéticas o ambientales aún por determinar, sino que es consecuencia de las vacunaciones sistemáticas a las que se somete a la gran mayoría de los menores.Son los miembros del llamado movimiento antivacunación, una tendencia muy visible en EEUU y en algunos países europeos (con Holanda a la cabeza) y con escasa presencia en España. Las tesis de los más radicales en estos grupos no atienden a los estudios publicados en las revistas científicas de mayor impacto y, en algunos casos, llegan a acusar a las autoridades sanitarias de intentos velados de envenenamiento masivo, como sucedió con algunas de las teorías que circularon en Internet sobre las vacunas para la gripe A.
No es el caso del mayor representante del movimiento en España, la Liga para la Libertad de Vacunación. Esta entidad, con 700 miembros de toda España, se formó en Barcelona hace 22 años y, según explica a Público su secretario, Vicenç Robles, "no tendría sentido" si la Administración "diera a los padres la información necesaria para poder decidir si quieren vacunar a sus hijos o no".
Robles se queja de que "existe un gran equívoco" en torno a la creencia de que en España la vacunación es obligatoria. "Son recomendadas, pero hay una presión muy fuerte por parte de la Administración sanitaria, el entorno escolar y los propios padres, que dan a entender que se trata de una obligación", apunta.
Para el presidente de la Asociación Española de Vacunología, el especialista en Medicina Preventiva del Hospital Clínic de Barcelona José María Bayas, estos movimientos surgen porque no se tiene en cuenta "la base de la pirámide" o, lo que es lo mismo, los beneficios intangibles de las vacunas: "Se ahorran muertes".
Bayas reconoce que es "una cuestión de balanza" y no niega que algunas vacunas hayan tenido o puedan tener efectos secundarios. "Pero la gente no duda en tratarse de un cáncer con quimioterapia, que es mucho más tóxica que una vacuna", apunta. El experto explica que existe en la comunidad científica una preocupación por las noticias difundidas últimamente sobre dos vacunas, que han cuestionado no sólo su eficacia y su seguridad sino, sobre todo, la necesidad de administrarlas de forma sistemática a toda la población. Se trata de la vacuna contra la gripe A y de la que protege frente a cuatro subtipos del virus del papiloma humano, causantes del 80% de los casos de cáncer de cuello de útero.
Necesidad de inmunización
Los opositores a la administración masiva de esta última vacuna aducen que la neoplasia de cérvix es muy infrecuente en España y que, además, es fácilmente prevenible con las revisiones ginecológicas habituales. Con respecto a la gripe A, aunque ha habido teorías que algunos han calificado de conspiranoicas, muchos se han opuesto a sus vacunas por considerar que la enfermedad no era lo suficientemente grave como para inmunizar a la población.
No hay duda de que estos dos casos han jugado en contra de lo que la mayoría de los científicos califican de la mayor medida preventiva de la historia de la humanidad. Según explica el secretario de la Liga para la Libertad de Vacunación, las consultas en su web se triplicaron cuando empezaron a surgir informaciones que cuestionaban la idoneidad de la vacuna del papilomavirus y se multiplicaron por cinco en la reciente campaña de vacunación contra la gripe A. "La gente se preguntó si podía pasar lo mismo con otro tipo de vacunas más aceptadas", resume.
Para el director de la Fundació Institut Català de Farmacologia, Joan Ramón Laporte, la clave está en no generalizar. "Hay vacunas mejores o peores, algunas que protegen sólo al 30% de los que la reciben y otras que benefician casi al 100%", puntualiza. Laporte, por ejemplo, reconoce que ni se vacunó ni recomendó a nadie vacunarse contra la gripe A y que, del mismo modo, no ha inmunizado a su hija de 14 años contra el virus del papiloma humano.
Evaluar la necesidad
El experto catalán apunta a que las agencias regulatorias de fármacos no evalúan las vacunas en términos de necesidad, sino que analizan sólo la eficacia y la seguridad. Son las autoridades sanitarias las que toman a posteriori la decisión de incluirlas o no en el calendario vacunal.
Laporte cree que las vacunas más necesarias y que han demostrado ser más eficaces son la DTP (contra la difteria, el tétanos y la tos ferina), la de la polio y la triple vírica. Respecto a esta última, la protagonista del escándalo de Wakefield, el farmacólogo considera que no está asociada al autismo. Sin embargo, no da tanta importancia a la retirada del artículo por parte de The Lancet. "Cuando son ensayos promovidos por la industria farmacéutica, la revista no se retracta, sólo publica comentarios críticos, y es algo relativamente habitual", comenta.
Laporte señala que, tal y como recoge un reciente artículo de British Medical Journal, los casos de sarampión en Reino Unido aumentaron entre 1998 y 2008 a causa de la difusión de los resultados del estudio de Wakefield.
Precisamente una de las consecuencias que más preocupa a los médicos en este sentido es que el descenso en el porcentaje de vacunados incida en una disminución de la denominada inmunidad grupal o de rebaño, el fenómeno por el que se protege un porcentaje mayor de la población que el vacunado, siempre que reciba la inmunización un número suficiente de personas.
Vicenç Robles que no ha administrado ninguna vacuna a su hija de 15 años reconoce que esto es "un hecho" pero que, para que ocurriera, la población no vacunada debería superar el 50%. Aún así, cree que el asunto es debatible. "¿Qué primaríamos, la libertad de la persona o la del grupo?", se pregunta.
Para este activista, que puntualiza que en la Liga "no hay pedigrí" y que hay personas "a favor y en contra" de la vacunación, tampoco es un argumento válido el hecho de que los que no vacunan decidan sobre la salud de unos seres humanos, sus hijos, que no pueden opinar y que podrían sufrir las consecuencias de la falta de vacunación. "Se presupone que la mayoría de los padres hace lo que cree lo mejor para sus hijos y, de hecho, siempre estamos tomando decisiones por ellos".
En cualquier caso, España está lejos de alcanzar a Europa en este movimiento y la tasa de vacunación de las inmunizaciones del calendario se acerca al 100%. Para Robles, es cuestión de que la sociedad civil de otros países es "más madura"; para la mayoría de los científicos se trata, sobre todo, de una buena noticia.
Los primeros años del movimiento
Leyes pioneras
Reino Unido fue pionero en la aplicación de leyes a favor de la vacunación. La ley de vacunación de 1840 proveía a los miembros más desfavorecidos de la sociedad de la inoculación del precedente de la vacuna de la viruela. En 1853, se hizo obligatoria para los bebés de hasta tres meses y, en 1867, se extendió a los 14 años. Estas leyes eran innovadoras porque extendían el poder del Gobierno a áreas de libertades civiles, en nombre de la salud pública.
Inicio de las protestas
Desde la Ley de 1853, empezaron las protestas en varias ciudades inglesas. En dicho año se fundó la Liga Antivacunación que, en 1867, se rebautizó como Liga Antivacunación Obligatoria. En su manifiesto fundacional hacían hincapié en la apropiación por parte del Gobierno del papel de los padres de proteger a sus hijos. Tras promover múltiples movilizaciones, el movimiento consiguió que se aprobara una nueva Ley en 1898, que introducía por primera vez una cláusula de conciencia, que permitía a los padres que no querían vacunar a sus hijos obtener un certificado de excepción y que introdujo el concepto de objetor de conciencia en la ley británica.
Extensión geográfica
A finales del siglo XIX, el movimiento antivacunación se extendió al resto de Europa y a EEUU. En Estocolmo, por ejemplo, la mayoría de la población dejó de vacunarse, de forma que las tasas de inmunización bajaron al 40%. Una epidemia de viruela en 1874 volvió a cambiar la tendencia. En 1904, ciudadanos y soldados brasileños protagonizaron la ‘Revolta da Vacina’, en oposición a la ley de vacunación.
"Una cosa es cuestionar y otra mentir"
José María Bayas. Medicina Preventiva. Hospital Clínic
¿Por qué cree que se han asociado distintas vacunas al desarrollo del autismo?
Creo que es porque el autismo es una enfermedad relativamente nueva para la que no hay explicación. Los síntomas se manifiestan poco después de la administración de muchas vacunas. Y puesto que estas son de uso muy generalizado, es lógico que todos los niños estén inmunizados. Pero secuencia no es lo mismo que consecuencia.
¿Por qué cree que en España no hay un movimiento muy activo antivacunación, como en otros países?
Estos movimientos se dan sobre todo en sociedades muy desarrolladas, donde se tiende al riesgo cero. Y ese nivel de riesgo no existe. ¡Hasta coger el ascensor tiene algún
peligro!
¿Qué pasaría si la tendencia calara en España?
Es algo que nos preocupa, porque vemos que está aumentando el número de informaciones negativas respecto a las vacunas, como ha pasado recientemente con la vacuna de la gripe A. Una cosa es cuestionar actitudes y otra decir mentiras, como cuando el parlamentario Wolfgang Wodarg dijo ante la CE que una de las vacunas contra la gripe A contenía células neoplásicas. ¡Eso está demostrado que es una barbaridad! El problema es que se ignoran los beneficios ocultos de las vacunas, que son todas las enfermedades que no se ven gracias a las campañas de inmunización. Si en España nos dejáramos de vacunar, por ejemplo, del sarampión, habría 200 muertes por esta causa al año.
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