Internet está cambiando nuestras vidas tan rápido que no solemos pararnos a reflexionar en ello. Hasta que lo sufres en tu propia carne.
Estaba buscando por Internet críticas de mi última película, No-Do, un filme de terror, en Polonia, donde se distribuye desde hace un par de semanas. Inesperadamente, Google me devolvió 10 páginas de archivos con nombres como No-Do DVDRip. Se trata de copias que la gente puede bajarse a sus casas. Esto es: haces una película, alguien hace una copia de ella sin que lo sepas y la pone accesible en Internet. Ello permite a millones de personas tener tu película en sus discos duros domésticos y poder verla gratis.
No-Do ha salido en alquiler en España hace unos días, y es normal que a partir de la edición en DVD las copias en Internet proliferen. Puedes ver en tiempo real la cantidad de copias que la gente se está bajando. Treinta mil en un sitio, 50.000 en otro... cuando vender 4.000 DVD de una película española es un éxito.
En España hacemos cine independiente. Nos pagamos los websites oficiales de nuestras películas, ponemos nosotros mismos los tráilers en YouTube, mantenemos páginas en Facebook para que la gente conozca la película y, en resumen, hacemos toda la publicidad vírica que podemos. Encontrarte algo así en Internet es agridulce. Por un lado, te enteras de que hay mucho interés en tu película, y es una oportunidad para que mucha gente que se la perdió en el cine pueda echarle un vistazo. Pero también sabes que esas copias están realizadas sin tu permiso y no verás ni un euro de ellas.
Hace un par de años vivimos un caso similar con La hora fría, mi segundo largo como director, que he producido, como No-Do, con Margaret Nicoll. Ella me avisó un buen día de que habían aparecido decenas de copias de la película en Internet. Calculamos que se ha descargado un millón de veces en todo el mundo. Aunque se ha vendido a 15 países, los mercados han encogido tanto por las descargas que los distribuidores locales todavía no han recuperado sus inversiones.
No quiero entrar en debates. En todo el asunto de las descargas hay opiniones encontradas, y no soy quién para opinar sobre lo que nadie se baja a su disco duro en la intimidad de su hogar. Pero hay que hacer algo. Somos el segundo país del mundo, tras China, en descargas realizadas sin el consentimiento de sus propietarios, ¡con una población 25 veces menor! Tenemos que encontrar un punto en común entre todos: entre el legislador, el ciudadano y el proveedor de acceso; entre el principio de neutralidad de la Red y el de legalidad; entre el derecho de copyright y el de difusión de la cultura. Creo que también falta la opinión de los ciudadanos -la gente que se baja las películas- al respecto.
En España estamos pasando una crisis muy dura. Somos un país pequeño que no ha podido o no ha sabido convertirse, salvo contadas excepciones, en potencia tecnológica ni de investigación. Dentro de los nuevos modelos económicos que nos harían competitivos están la producción de software, la creación de contenidos y conocimiento, el audiovisual y, en resumen, la propiedad industrial e intelectual. En cambio, somos uno de los países que menos protegen esa propiedad. Parecemos incapaces de defender una de las pocas industrias que podría darnos un valor competitivo en el mundo. Ciudadanos, legisladores, jueces, operadoras, servicios de alojamiento de archivos, productores, creadores... tenemos que entendernos o pronto no habrá industria que defender.
El mío es un caso diminuto en un océano, pero piensen en la industria española del videojuego. ¿Cómo podrán afrontar un coste de millones de euros para producir un título que va a ser bajado masivamente sin contrapartida económica?
Cuando sabes que tu producto funciona, pero no puedes recibir el beneficio que justamente te corresponde, algo muy básico está fallando.
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