Fuente: 20minutos.
"¿Estrella del rock? ¡Qué coño estrella del rock!" Fito Cabrales se desliga, entre humo y risas, de un apelativo que no va con él. Porque, en las distancias cortas, este pequeño bilbaíno es exactamente lo que aparenta: un tipo corriente, cercano y con ese punto macarra tan entrañable. Todo Fito.
¿Qué van a encontrar los fans en el nuevo disco?
Lo único que trato es de que encuentren canciones, que creo que no es poco. No intento dirigir a nadie ni ofrezco verdades absolutas. Simplemente hago rock, hago canciones y espero que hagan sentir bien a la gente, o mal. Cuando compro un disco sólo le pido que las canciones se cuelen por aquí dentro y me hagan sentir cosas.
¿Qué pasará antes de que cuente diez?
¡Que me acabaré el cigarro! (lo apaga y ríe). El título del disco no tiene demasiada trascendencia. A la hora de poner nombre a un álbum rebusco entre las letras hasta dar con una frase que me parezca interesante. Ésta tiene significado en el contexto de la canción: habla de no perder el tiempo, de aprovecharlo.
¿Dónde busca Fito la inspiración a la hora de escribir?
Cada vez me doy más cuenta de que simplemente es una cuestión de trabajo. Si le dedicas 200 horas a una canción te saldrá mejor que si le dedicas 100. Si alguien tiene facilidad para hacer algo es porque no ha dejado de hacerlo nunca. La música no tiene otro secreto. De no haber sido músico le hubiera gustado ser…
Una cosa es lo que hubiera sido: está claro que sería camarero. Pero de gustarme… me gustaría haber sido Valentino Rossi (risas).
¿Qué queda de aquel chaval de barrio que era Fito hace 20 años?
Del chaval queda poco, porque vamos pa' viejos (risas). Pero el barrio marca. Queda toda una forma de ver la vida. La gente de barrio tiene unos valores, una forma de entender la vida y a la gente, y eso ya no se pierde, aunque vivas en un pueblo o en una gran ciudad.
Ahora está limpio. ¿Qué han significado las drogas en su vida?
¡Eso de que estoy limpio lo dices tú! (carcajada). No, no, es verdad. Pero no me gustan los talibanes. No me gusta la gente que deja de fumar y le molesta el humo. Todo en la vida te lleva a algún sitio. No quiero decir que las drogas sean un camino a seguir, ni me gustaría que la gente lo interpretara de esa forma, pero no me voy a poner en contra de las drogas. A mí me dan miedo las armas, no me dan miedo las drogas. Es una parte de la vida que viví y me llevó a otra parte.
Cuando uno llega a un determinado número de discos, o a una determinada edad, el término madurez suele aparecer en las entrevistas. ¿Cree que es apropiado para definir este momento de su carrera?
¿Madurez? ¡Nooo! (Risas). No, es verdad que hay ciertas cosas que sí maduran. Pero en el fondo sigues haciendo cosas mal, cometiendo los mismos errores que pensaste que nunca repetirías. Esas cosas. El estar muchos años haciendo cosas te da una madurez, pero nunca la suficiente.
Hace tiempo que no pisa los escenarios. ¿Hay mono?
Sí. Realmente, la recompensa de todo esto es la gira. Cuando uno se hace músico, su sueño es tocar. Nadie se hace músico para hacer entrevistas. Ni siquiera piensa en grabar un disco. Bueno, hoy en día quizás un poco, porque te puedes montar un estudio casero, pero cuando yo empecé no era así.
¿Alguna vez llegó a imaginar este éxito?
No se puede soñar con lo que no se conoce. Cuando empezamos con Platero éramos cuatro amigos que queríamos tocar. Nada más. Si se hubiera acabado ahí, ya hubiera estado bien. De repente hicimos ocho discos, doce giras, empezamos a vivir de ello... Cuando empecé con FItipaldis, igual: empiezas a tocar en bares y eres feliz. Pero como el éxito llegó poquito a poco, lo vas asimilando. Hay grupos que arrasan con un primer disco, lo que viene a ser como si el primer coche que tienes en tu vida es un Porsche GT. Es de puta madre, es la hostia, pero no lo valoras. Y hay que saber lo que hay hasta llegar ahí. Cuando subo a un escenario y hay diez mil tíos viéndome, sé que no es lo normal. Sé que el rock and roll es otra cosa: garitos pequeños –que los conozco todos–, furgoneta, hacer cuentas para ver si no pierdes pasta...
¿Añora algo de su época con Platero y Tú?
¡El pelo! (carcajada). No, ni tan siquiera eso. Para mí es algo como de hace 500 años. Pero es una alegría saber que hay gente que sigue escuchando aquellos discos. Cuando te viene un chaval de 18 años y te dice que le encanta Platero me mola un montón, porque es como si la banda aún siguiera viva. Es curioso, porque ninguno de los miembros de Platero sentimos nunca que fuéramos demasiado importantes. El tiempo distorsiona las cosas y las llena de carga nostálgica.
¿Cómo ve el negocio musical de cara al futuro?
Está claro que el CD se va a ir a tomar por culo. ¿Cuál va a ser el soporte?, ¿un archivo? No lo sé. Eso me la pela. Todos los cambios nos dan miedo, y éste no tiene por qué ser necesariamente malo. Que desapareciera la industria discográfica tal y como yo la conozco me daría pena, porque yo tengo la costumbre de ir a tiendas, comprar discos o simplemente mirarlos. Pero si te pones a pensarlo fríamente... como si desaparecen los discos. Como si no hay. Hace 200 años no había ni Internet, ni CD, ni vinilos ni singles. Había bandas que tocaban. La música no necesita a la industria discográfica. La música es música y sólo necesita músicos.
¿Qué tal compagina la paternidad con la música?
Bueno, tampoco tiene nada de especial. Si fuera marinero también vería menos a mis chavales. Es verdad que a veces es duro, pero están acostumbrados desde siempre. Y además, según se van haciendo mayores, eres tú el que tiene más necesidad de verlos que ellos a ti, que están con sus amigos (risas).
Diga la verdad, ¿cuántas boinas tiene?
¡No tantas! De hecho tengo muy pocas. Tengo seis.
BIO. Adolfo Cabrales nació el 6 de octubre de 1966 en el barrio bilbaíno de Zabala. De joven trabajó de camarero en un prostíbulo del que su padre era jefe. En 1989 formó con un grupo de amigos Platero y Tú, con quienes publicó ocho discos. En 1998 montó Fito y Fitipaldis, con la idea inicial de grabar una serie de canciones acústicas.
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