Las calles del centro de Santa Ana, en California, son un muestrario de los productos y servicios de la nostalgia: los que vienen a comprar los inmigrantes latinos llegados a Estados Unidos.
Aquí conviven las vidrieras de vestidos despampanantes para quinceañeras y las joyerías con nombres mexicanos inscritos en neón; las costureras que visten niños Jesús de plástico con trajes folklóricos, las estanterías repletas de botas texanas y los puestos de churros calientes o mangos recién cortados.Por décadas, esta ciudad californiana ha sido el corredor comercial latino del condado de Orange, al sur de Los Ángeles.
Pero por estos días en sus calles hay mucho más que ajetreo de compraventa.
La zona está siendo sometida a un proceso de renovación que ha fomentando la llegada de nuevas tiendas con una oferta orientada a una clientela más amplia y angloparlante.
Y con los cambios llegó la disputa.
Los comerciantes tradicionales, hispanos en su mayoría, denuncian que el proyecto de "regeneración urbana" es un plan sistemático para desplazarlos, orquestado por los dueños de las propiedades que ellos alquilan y que son "blancos y preocupados sólo por ganar más dinero", según señalan.
Los encargados de llevar adelante la transformación, en cambio, consideran que lo que está ocurriendo en Santa Ana no es sino el reflejo de una realidad demográfica: cada vez hay más jóvenes de origen hispano, pero nacidos en territorio estadounidense, que prefieren consumir otra clase de productos y el perfil de las calles está destinado a transformarse inexorablemente.
"Somos desplazados"
En Santa Ana pocos pueden permanecer ajenos a una polémica que tiene en el centro a los inmigrantes latinoamericanos y sus hijos.
Aquí los hispanos son casi 80% de la población total, la segunda mayoría hispana en una gran ciudad de California después del Este de Los Ángeles.
Todos los concejales municipales son latinos y hasta el alcalde es oriundo de México.
Y en la calle 4, corazón del paseo de compras donde apenas se escucha el inglés, muchos de los vendedores han estado detrás del mostrador por décadas.
La recesión de 2007, sin embargo, se cobró varias "víctimas": tiendas que hoy están cerradas.
Y a la situación económica, aseguran los que subsisten, se ha sumado el impacto de los impuestos asociados al plan de renovación.
"Nuestros impuestos aumentaron cuatro veces. Es una vergüenza", dice a BBC Mundo Fina Chávez, dueña de un estacionamiento y un pequeño salón de belleza.
"Esta gente viene a sacarnos nuestro dinero. Tengo 81 años y trabajo duro para mis hijos, no quiero que me quiten todo estos gringos… con perdón", agrega.
La imposición económica tiene nombre: Propiedad Basada en el Mejoramiento del Distrito (PBID, en inglés).
Es una tasa que, desde 2008, se aplica a los comerciantes para ser destinada a remozar el distrito céntrico.
Unos 60 de ellos dirigieron una petición de anulación a las autoridades, que refuerzan con carteles escritos a mano en los escaparates, "Stop PBID", o en reuniones periódicas que, con dosis de enojo y activismo, realizan en el segundo piso de una mueblería.
"Yo llamo 'deslatinización' del centro, un movimiento para expulsar a los comerciantes hispanos", señala Samuel Romero, que desde hace cuarenta años atiende una librería católica.
Y un recorrido por la calle 4 le pone un viso de realidad a la acalorada disputa verbal: aquí un cartel de "liquidación por cierre", allí otro de "detengan la limpieza étnica".
En la zona del East End Promenade sólo queda el letrero de Mercado Fiesta. Y donde hubo mariachis y un carrusel hoy se levantan una plaza prolija y un local nocturno.
Se fue la disquería Ritmo Latino para dejar paso a una barbería de decoración deliberadamente retro, y en la esquina donde servían tacos funciona una hamburguesería.
"Con las nuevas generaciones vemos necesidades distintas, pero el problema ha sido que aquí no se ha dado voz a las comunidades", dice a BBC Mundo Carolina Sarmiento, líder del grupo comunitario Centro Cultural de México.
"Y muchos aspectos de la realidad latina, como el hecho de que muchos son indocumentados y no pueden ingresar a un bar si le piden una identificación (estadounidense), no están siendo contemplados en los nuevos espacios que se están abriendo", agrega.
Los vecinos coinciden: uno de los grandes reclamos es que, con la nueva cara del centro, se ha perdido el foco en la clientela familiar asociada con la comunidad hispanohablante.
"No hay promociones para incentivar que vengan las familias, como se hacía antes, porque los nuevos negocios son restaurantes y locales de trago", señala Claudia Arellanes, dueña de una mueblería al final de la calle.
"La gente ahora viene aquí a la noche, un público joven que no gasta ni en una porción de pizza. Los productos que vendemos nosotros no son para ellos", se queja.
Con una veintena de miembros en su directorio, la corporación tiene la mirada puesta en el centro al que le han lavado la cara, un área de 47 cuadras delineadas por negocios con olor a pintura fresca y carteles de "gran inauguración" a la vista.
El proyecto de modernización, según señalan a BBC Mundo, es el resultado de una realidad económica que hizo que, desde 2003, quienes son dueños y rentan los negocios a terceros vieran sus ganancias reducidas a la mitad por el cierre de distintas tiendas.
"La razón por la que no les iba bien es que no podían competir. Pensamos que teníamos que ofrecer algo distinto, a la moda o cool, y nos orientamos al negocio de la comida y el entretenimiento, que es una de las maneras en que se renueva la clientela en un casco urbano", señala Ryan Chase, presidente de DTI y dueño, junto a su familia, de vastos espacios en alquiler.
Así, los Chase -el apellido que más resuena en boca de los comerciantes disconformes- invirtieron unos US$5 millones para reacondicionar sus propiedades y atraer a nuevos inquilinos o conservar a los antiguos que lograran "ampliar el atractivo" de sus negocios.
La receta se las dictó el mercado: las nuevas generaciones, dicen, tienen más interés en comprar en Walmart que en los negocios tradicionales de la calle 4.
Y ellos son, precisamente, el público que tienen en mente.
"No es una cuestión racial, es un cambio sistemático en los patrones de compra y una transformación socioeconómica", argumenta Chase.
"El mercado impulsa la demanda y, como empresarios inmobiliarios, miramos los negocios a los que les va bien porque si ellos se benefician, nos beneficiamos nosotros", sostiene.
A la hora de responder a las acusaciones, esgrimen las estadísticas: de los 22 nuevos emprendimientos que abrieron en 2011, 18 están en manos de hispanos.
"Queremos que todos tengan éxito, hispanos o no, aquí no hay un intento de expulsar a nadie", asegura Vicky Baxter, directora ejecutiva de la organización, en diálogo con BBC Mundo.
"Si (la disquería) Ritmo Latino cerró, después de haber sido muy exitosa, no es culpa de Downtown Inc. sino de no haber podido adaptarse a las nuevas tecnologías", afirma.
El negocio de Rudy Córdova es uno de los que mejor ejemplifica la polémica: este hijo de inmigrantes mexicanos mudó su local al centro remozado y vende artesanías mexicanas pero de estética moderna.
El furor por Frida Kahlo o el Día de los Muertos le ha ganado un público joven, sin renunciar al de siempre.
"Nos alegra que haya otra gente viniendo de compras, se ha convertido en una zona deseada, de moda… Esperemos que el nuevo público también se interese por conocer la historia y las tradiciones de lo que ha sido este lugar y no sólo venga a consumir y se vaya. Porque seguirán siendo siempre los hispanos quienes definen la vida de Santa Ana", apunta Córdova.
Puerta a puerta, el negocio de quinceañeras seguirá batallando frente a la flamante tienda de camisetas con diseño pop; la taquería se medirá con el emprendimiento gastronómico de un chef premiado recién mudado a Santa Ana; el bar orgánico verá pasar por la puerta la competencia a bordo de un colorido carrito de fruta cortada.
Una disputa entre la tradición y el cambio en la que, quizás, haya espacio para el negocio de todos. La última palabra, parece, la tendrá el mercado.
Aquí los hispanos son casi 80% de la población total, la segunda mayoría hispana en una gran ciudad de California después del Este de Los Ángeles.
Todos los concejales municipales son latinos y hasta el alcalde es oriundo de México.
Y en la calle 4, corazón del paseo de compras donde apenas se escucha el inglés, muchos de los vendedores han estado detrás del mostrador por décadas.
La recesión de 2007, sin embargo, se cobró varias "víctimas": tiendas que hoy están cerradas.
Y a la situación económica, aseguran los que subsisten, se ha sumado el impacto de los impuestos asociados al plan de renovación.
"Nuestros impuestos aumentaron cuatro veces. Es una vergüenza", dice a BBC Mundo Fina Chávez, dueña de un estacionamiento y un pequeño salón de belleza.
"Esta gente viene a sacarnos nuestro dinero. Tengo 81 años y trabajo duro para mis hijos, no quiero que me quiten todo estos gringos… con perdón", agrega.
La imposición económica tiene nombre: Propiedad Basada en el Mejoramiento del Distrito (PBID, en inglés).
Es una tasa que, desde 2008, se aplica a los comerciantes para ser destinada a remozar el distrito céntrico.
Unos 60 de ellos dirigieron una petición de anulación a las autoridades, que refuerzan con carteles escritos a mano en los escaparates, "Stop PBID", o en reuniones periódicas que, con dosis de enojo y activismo, realizan en el segundo piso de una mueblería.
"Yo llamo 'deslatinización' del centro, un movimiento para expulsar a los comerciantes hispanos", señala Samuel Romero, que desde hace cuarenta años atiende una librería católica.
En la zona del East End Promenade sólo queda el letrero de Mercado Fiesta. Y donde hubo mariachis y un carrusel hoy se levantan una plaza prolija y un local nocturno.
Se fue la disquería Ritmo Latino para dejar paso a una barbería de decoración deliberadamente retro, y en la esquina donde servían tacos funciona una hamburguesería.
"Con las nuevas generaciones vemos necesidades distintas, pero el problema ha sido que aquí no se ha dado voz a las comunidades", dice a BBC Mundo Carolina Sarmiento, líder del grupo comunitario Centro Cultural de México.
"Y muchos aspectos de la realidad latina, como el hecho de que muchos son indocumentados y no pueden ingresar a un bar si le piden una identificación (estadounidense), no están siendo contemplados en los nuevos espacios que se están abriendo", agrega.
Los vecinos coinciden: uno de los grandes reclamos es que, con la nueva cara del centro, se ha perdido el foco en la clientela familiar asociada con la comunidad hispanohablante.
"No hay promociones para incentivar que vengan las familias, como se hacía antes, porque los nuevos negocios son restaurantes y locales de trago", señala Claudia Arellanes, dueña de una mueblería al final de la calle.
"La gente ahora viene aquí a la noche, un público joven que no gasta ni en una porción de pizza. Los productos que vendemos nosotros no son para ellos", se queja.
"No discriminamos"
Los reclamos apuntan fundamentalmente en una dirección: las oficinas de Downtown Incorporated (DTI), una organización privada de empresarios y propietarios de locales que encabezan el plan de mejoramiento.Con una veintena de miembros en su directorio, la corporación tiene la mirada puesta en el centro al que le han lavado la cara, un área de 47 cuadras delineadas por negocios con olor a pintura fresca y carteles de "gran inauguración" a la vista.
El proyecto de modernización, según señalan a BBC Mundo, es el resultado de una realidad económica que hizo que, desde 2003, quienes son dueños y rentan los negocios a terceros vieran sus ganancias reducidas a la mitad por el cierre de distintas tiendas.
"La razón por la que no les iba bien es que no podían competir. Pensamos que teníamos que ofrecer algo distinto, a la moda o cool, y nos orientamos al negocio de la comida y el entretenimiento, que es una de las maneras en que se renueva la clientela en un casco urbano", señala Ryan Chase, presidente de DTI y dueño, junto a su familia, de vastos espacios en alquiler.
Así, los Chase -el apellido que más resuena en boca de los comerciantes disconformes- invirtieron unos US$5 millones para reacondicionar sus propiedades y atraer a nuevos inquilinos o conservar a los antiguos que lograran "ampliar el atractivo" de sus negocios.
La receta se las dictó el mercado: las nuevas generaciones, dicen, tienen más interés en comprar en Walmart que en los negocios tradicionales de la calle 4.
Y ellos son, precisamente, el público que tienen en mente.
"No es una cuestión racial, es un cambio sistemático en los patrones de compra y una transformación socioeconómica", argumenta Chase.
"El mercado impulsa la demanda y, como empresarios inmobiliarios, miramos los negocios a los que les va bien porque si ellos se benefician, nos beneficiamos nosotros", sostiene.
A la hora de responder a las acusaciones, esgrimen las estadísticas: de los 22 nuevos emprendimientos que abrieron en 2011, 18 están en manos de hispanos.
"Queremos que todos tengan éxito, hispanos o no, aquí no hay un intento de expulsar a nadie", asegura Vicky Baxter, directora ejecutiva de la organización, en diálogo con BBC Mundo.
"Si (la disquería) Ritmo Latino cerró, después de haber sido muy exitosa, no es culpa de Downtown Inc. sino de no haber podido adaptarse a las nuevas tecnologías", afirma.
El negocio de Rudy Córdova es uno de los que mejor ejemplifica la polémica: este hijo de inmigrantes mexicanos mudó su local al centro remozado y vende artesanías mexicanas pero de estética moderna.
El furor por Frida Kahlo o el Día de los Muertos le ha ganado un público joven, sin renunciar al de siempre.
"Nos alegra que haya otra gente viniendo de compras, se ha convertido en una zona deseada, de moda… Esperemos que el nuevo público también se interese por conocer la historia y las tradiciones de lo que ha sido este lugar y no sólo venga a consumir y se vaya. Porque seguirán siendo siempre los hispanos quienes definen la vida de Santa Ana", apunta Córdova.
Puerta a puerta, el negocio de quinceañeras seguirá batallando frente a la flamante tienda de camisetas con diseño pop; la taquería se medirá con el emprendimiento gastronómico de un chef premiado recién mudado a Santa Ana; el bar orgánico verá pasar por la puerta la competencia a bordo de un colorido carrito de fruta cortada.
Una disputa entre la tradición y el cambio en la que, quizás, haya espacio para el negocio de todos. La última palabra, parece, la tendrá el mercado.