Una coalición de cinco países, liderados por EE.UU. y Japón, va a desarrollar una central térmica de carbón de emisión cero, es decir, que no libera dióxido de carbono a la atmósfera en su funcionamiento.
Los otros tres países son India, China y Corea del Sur. La central va a construirse en los Estados Unidos, y los demás países van a proporcionar financiación y tecnología. Sin embargo, el núcleo financiero del proyecto va a ser estadounidense: de los mil millones de dólares que costará el proyecto, los otros cuatro países van a proporcionar diez millones cada uno.
¿Cómo consigue una planta de carbón no emitir CO2 en absoluto?
En primer lugar, gasificando el carbón: básicamente, el carbón se introduce en una caldera y se inyecta oxígeno y vapor de agua dentro. Al calentarlo suficientemente, el resultado es un gas mezcla de varios compuestos, en su mayor parte monóxido de carbono e hidrógeno - el denominado syngas. Las impurezas del carbón, que son uno de los mayores problemas de estas centrales (como los compuestos del azufre) son entonces muy fácilmente filtradas, de manera que lo que se obtiene al final es un gas combustible relativamente limpio. Este paso, en sí mismo, ya reduce la emisión de dióxido de carbono a la atmósfera en un 20%.
A continuación, el gas procedente del carbón se quema en una caldera similar a las de las centrales convencionales. Probablemente conoces el resto del proceso: el calor de la combustión hace hervir agua, el vapor de agua mueve turbinas conectadas a alternadores, y éstos producen corriente eléctrica alterna. Entonces, el agua se refrigera y vuelve a iniciar el proceso de nuevo.
Pero en esta central, de los dos tipos de chimeneas que existen, uno de ellos es diferente. Probablemente has visto ambas clases de chimeneas en una central térmica: unas son enormes, suelen ser de hormigón gris, y son las que siempre sacan en las noticias, porque de ellas sale una enorme pluma blanca que, por supuesto, no es más que agua procedente de las chimeneas de refrigeración.
Son las otras chimeneas las que contaminan - las que son muy largas y muy finas, de las cuales a veces ni siquiera se ve salir nada, pero el aire sobre ellas parece tililar por la elevada temperatura a la que se encuentra: las chimeneas conectadas a la caldera y que emiten (en las centrales convencionales) el dióxido de carbono, los óxidos de azufre, las partículas de ceniza…
Sin embargo, en el prototipo que se está construyendo estas chimeneas no dejan salir el gas: éste se licúa y se lleva por tuberías a depósitos subterráneos en los que se almacena. Puesto que al licuar un gas su volumen disminuye muchísimo, los depósitos pueden acumular una enorme cantidad de gas, que no se emite al exterior.
Puesto que la central que va a construirse es un prototipo tendrá una potencia de tan sólo 280 Mw (más o menos la mitad de una central típica, y mucho menos que una de las realmente grandes como la de la foto del inicio del artículo). Una vez la tecnología se haya demostrado viable, se empezarán a construir centrales comerciales. Lo que el comunicado no indica es a qué plazo estará la central en funcionamiento.
¿Por qué es esta noticia importante? ¿No deberíamos centrarnos en las energías renovables y olvidarnos de un combustible tan primitivo como el carbón? Bien, la respuesta no es agradable, pero hay que ser realistas, de modo que examinemos los datos como son:
Más de la mitad de la energía eléctrica de los EE.UU. proviene de centrales de carbón, y es el país que más emite dióxido de carbono en el mundo. China aún está por detrás en este aspecto, pero de aquí a 2012 planea construir 500 centrales de carbón. Sí, has oído bien: 500 centrales - las dimensiones de todo lo relacionado con China son difíciles de asimilar. Aunque es evidente que hay que seguir investigando fuentes de energía alternativas, es una realidad incontestable (cualesquiera que sean las razones) que los combustibles fósiles no van a desaparecer en mucho tiempo, especialmente con el aumento de consumo en las economías emergentes como la china o la india. Y el carbón sigue siendo uno de los más abundantes y baratos, especialmente el de peor calidad - que sería el que más se beneficiaría de esta tecnología.
De modo que, aunque a nadie le gusta el carbón, va a seguir aquí. Y, si vamos a seguir quemando la cantidad de toneladas anual que quemamos, es necesario hacerlo de una manera más racional. Por lo tanto, proyectos como éste, aunque no suenen muy ecológicos, son pasos hacia delante.
¿Cuál es el problema actual con todo esto? El precio. Una planta de carbón convencional produce energía a un coste de 4.5 céntimos de dolar por kilowatio-hora. Gasificar el carbón añade 1 céntimo, y licuar y almacenar el gas añade más o menos 2 céntimos, de modo que estamos pasando a 7.5 céntimos cada kwh: un aumento del 67% en el precio. Por supuesto, estos procesos también cuestan energía, de modo que la planta no produce la misma cantidad de potencia que una convencional que no desvíe parte de la energía que produce para alimentar procesos laterales de “limpieza” como éstos.
De hecho, el coste total de esta central va a ser el doble que una normal. Sin embargo, los cinco países participantes esperan que el proceso sea económicamente rentable hacia 2020 - yo sería escéptico, porque se basan en predicciones acerca del coste de materias primas de aquí a trece años, lo cual es extraordinariamente difícil de estimar. Sin embargo, el factor económico es sólo uno de los que hay que considerar cuando estamos hablando de utilizar un combustible abundante y barato sin emitir un solo kilogramo de dióxido de carbono en el funcionamiento de la central.
Por supuesto, el resultado son enormes depósitos llenos de gas que no queremos liberar nunca jamás, pero al no ser gases combustibles no son peligrosos, simplemente incómodos - en mi opinión, un precio más que razonable.
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