Si busca un especialista en el desarrollo de software libre en la Universidad española, posiblemente Jesús M. González Barahona sea su investigador. Este doctor ingeniero de telecomunicaciones es docente en la Universidad Rey Juan Carlos, pero su perfil investigador y su vocación pedagógica están estrechamente vinculados a proyectos nacionales y europeos relacionados con el software no propietario.
Jesús M. González Barahona ha decidido que su actividad científica tenga como núcleo el desarrollo del software libre, en el centro del debate sobre la libertad de elección del usuario frente a las imposiciones de la grandes empresas. Este ingeniero de telecomunicaciones responde a las cuatro funciones: investigación, docencia, divulgación y reflexión, es decir, universidad y sociedad. Su actividad en torno al software libre supera el marco de la informática, para suscitar el diálogo de tintes sociológicos, económicos e, incluso, antropológicos.El equipo LibreSoft del Grupo de Sistemas y Comunicaciones de la URJC centra su actividad en torno a los aspectos cuantitativos, medibles, de los proyectos y desarrollo de software. En este sentido, el software tradicional, o propietario, o privativo, como también se denomina, presenta un obstáculo fundamental: sus datos no son accesibles, porque normalmente son fruto de trabajos que se hacen bajo acuerdos de confidencialidad. En el caso del software libre, todo el desarrollo se hace en abierto, y sus datos están al alcance de cualquiera con acceso a Internet.
“Es diferente porque podemos conocer no solo la evolución del programa en líneas generales, sino que suele haber fuentes públicas de información, que se actualizan automáticamente, donde se puede consultar qué hizo cada desarrollador en cada momento. Eso nos da mucha información, en proyectos en los que puede haber un millón de registros. También está guardada la información sobre la detección de errores y sobre cómo los desarrolladores fueron resolviendo los problemas que los causaron. Y lo mismo ocurre con la toma de decisiones, que queda registrada en una lista de correo, con lo que la información sobre quién propone o cómo se toma una decisión es perfectamente accesible”, argumenta el profesor.
Desde hace cinco años este grupo, y no hay muchos en el mundo, trata de entender e interpretar esos datos, que surgen en un marco de colaboración exhaustivamente documentado. “Hay que tener en cuenta que es un caso excepcional de colaboración voluntaria entre personas repartidas por todo el mundo y conectadas por medios telemáticos, sin verse cara a cara”, recalca Barahona. En esta línea, los principales proyectos internacionales en los que participa el GSYC/LibreSoft son actualmente FLOSSMetrics, QUALOSS y QUALIPSO (unos 20 millones de euros de presupuesto y alrededor de 20 empresas vinculadas), que analizan cómo el software libre puede beneficiar a la competitividad de la industria europea. “La posición de Europa ahora mismo es razonablemente buena, pero lo que se observa es que no se está rentabilizando tanto en términos de negocio como se está haciendo los Estados Unidos”.
Otro de los proyectos en los que están trabajando ahora, de nuevo en el marco de la UE, es el Open Source Observatory and Repository (OSOR), con el que se trata de promover, a nivel europeo, que las administraciones públicas colaboren en la producción, mantenimiento y reutilización de programas usando para ello modelos basados en software libre. "A veces no es un problema del tamaño de la comunidad, sino del poder adquisitivo, como es el caso que se da en la mayor parte de los países africanos. Desde otro punto de vista, las administraciones públicas usan el dinero de los contribuyentes, y queremos que lo hagan eficientemente", remacha. El profesor nos dice que, en general, a más usuarios, el coste de desarrollo crece muy poco. “Cuantas más acciones coordinadas tengas, no sólo más barato nos va a salir, sino más retorno social vamos a tener, y en el fondo incluso, más productivos vamos a ser”, concluye el profesor.
Sobre el software además hacen seguimiento a diferentes niveles, para conocer si cada vez tiene más funcionalidad, sus módulos son más independientes, o tienen más elementos interrelacionados, y, sobre todo, si su complejidad es manejable, teniendo en cuenta que cuantas más personas se involucran, más formas hay de relacionarse. “Eso en las empresas se está gestionando típicamente con jerarquías, además contractuales. En el mundo de software libre parece que se está gestionando de otra manera, hay cierta jerarquía, pero mucho más informal, no hay contratos por medio, tú participas en muchos casos porque quieres. Es algo que tiene que estar muy coordinado además, porque lo imprescindible es que funcione”, explica.
“Viene muy bien crear una comunidad alrededor del proyecto, y no sólo contar con la empresa que lo promueve, que de alguna manera aseguren que el proyecto se mantiene vivo, con gente nueva, pero también con cierta continuidad, y ahí vemos que el concurso de mucha gente haciendo pequeños cambios incrementables es muy potente”, argumenta Barahona. El profesor utiliza la analogía de una carretera:
“A todo el mundo le gusta financiar autovías nuevas, pero mantenerlas y tapar los baches es algo mucho menos agradecido. Sin embargo, en el caso del software hecho por voluntarios, con el paso del tiempo no parece que la autovía caiga en desuso por sus baches, sino que se van reparando a la vez que crece. Los baches serían nuevas necesidades, cambios de hábito, respuesta al consumidor, etcétera. Porque a nadie le importan los baches, salvo los que te afectan a ti”.
En términos de mercado, el soporte de software libre está superado hace muchos años. “En cuanto a penetración, todavía el software libre es muy minoritario con respecto al software tradicional, salvo en ciertos sectores, como es el caso de los servidores web”, señala.
Uno de los lastres que detecta a la hora de poder valorar con justicia la distancia entre uno y otro es la asimetría que existe en cuanto a la información de la que disponen los usuarios. Para explicarlo, destaca el ejemplo de las escuelas públicas, donde se enseña a los alumnos a manejar determinados programas, siempre propietarios, salvo en algunos casos como Andalucía y Extremadura, con sistemas basados en la plataforma Linux. “En las escuelas se debe enseñar a escribir y no a escribir sólo en el papel de una empresa determinada. Lo que importa es aprender a escribir, y cada cual elegirá a quién le compra el papel”, señala.
Otro factor decisivo en esta desigualdad de fuerzas es la falta de conocimiento de muchos responsables que toman las decisiones de compra en grandes empresas y administraciones públicas. “Al final eso influye en la propia competitividad de su empresa o en el servicio de la administración. Eso no quiere decir que la solución 'libre' siempre sea mejor, sino que exige una evaluación en igualdad de condiciones”.
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