A mediados de agosto, la revista The Lancet Infectious Diseases publicó un estudio preocupante. Investigadores británicos habían identificado en Reino Unido, proveniente de India, una nueva enzima (NDM-1) que hacía resistentes a varias bacterias muy comunes a una familia de antibióticos: las carbapenemasas .
Tras la publicación el artículo, la Sociedad Europea de Microbiología Clínica y Enfermedades Infecciosas (ESCMID) publicó un comunicado en el que advertía de que, si los profesionales de la salud pública no tienen suficientes planes de preparación y recursos, "las infecciones causadas por bacterias resistentes a las carbapenemasasas suponen una amenaza sustancial tanto para los pacientes como para el sistema sanitario".
La comunicación se hacía pública poco más de un año después del comienzo de la gripe A, una enfermedad que se presentó como una amenaza para la salud y que, en la actualidad, ya finalizada la pandemia, se ha visto que ha sido un tipo de gripe incluso más leve que la observada otros años. Algunos medios de comunicación no tardaron en sustituir la antigua amenaza gripal por una nueva bacteriana, con titulares tan alarmistas como "Una nueva superbacteria se extiende desde Asia" (AFP), "Un gen convierte a una bacteria en un superpatógeno" (ABC) o "La superbacteria causa el pánico en todo el mundo" (la agencia de noticias china Xinhua).
La historia, sin embargo, dio pronto un giro cuando el Ministerio de Salud de India tildó la advertencia de exagerada y mostró su repulsa a que la nueva enzima hubiera sido bautizada a partir del nombre de una ciudad de su país (las siglas NDM-1 corresponden a metalobetalactamasa de Nueva Delhi 1). Un equipo de médicos del hospital Hinduja (en el sur de India) declaró por su parte que la nueva bacteria no lo era tanto y que ya se habían descrito casos similares entre agosto y noviembre del año pasado.
Detrás del enfado indio estaba una de las conclusiones de los investigadores, que afirmaban que la mayoría de los pacientes británicos en los que se había detectado la bacteria multiresistente había recibido tratamiento reciente en hospitales de India o Pakistán. El denominado turismo médico a estos países se está volviendo relativamente común en Reino Unido, sobre todo para operaciones estéticas o para aquellas para las que hay una larga lista de espera. El estudio de The Lancet, que especificaba que la bacteria ya se había trasmitido de persona a persona en Reino Unido, suponía pues un duro revés para esta fuente de ingresos.
Mientras se desarrollaba esta polémica, la Organización Mundial de la Salud (OMS) se pronunciaba de forma un tanto ambigua: sin llegar a juzgar si la situación descrita por los británicos era alarmista, se felicitaba de que el estudio llamara "la atención sobre el asunto de las resistencia antimicrobiana". El penúltimo capítulo de este estudio lo han protagonizado las autoridades sanitarias canadienses que, tras detectarse una bacteria con NDM-1 en un tercer paciente de esta nacionalidad, declararon la semana pasada que la enzima "no supone una amenaza para la salud pública".
Aunque en España todavía no se ha detectado ningún caso de bacteria que haya adquirido la nueva encima, sí se han localizado otras similares, que convierten a bacterias que provocan infecciones fáciles de tratar como las urinarias en dolencias que ponen en riesgo la vida del paciente.
En una línea similar a la OMS, el microbiólogo del Hospital Clínic de Barcelona Francesc Marco reconoce que la prensa ha influido en la importancia que se le ha dado a la aparición de la nueva enzima pero apunta que es muy importante que "se tome conciencia" del problema de la resistencia antimicrobiana. "Hay otras enzimas que hacen a las bacterias resistentes y muchas de ellas, como la VIM [de la que hay 13 variantes identificadas] o la KPC, sí se han localizado en España", apunta.
El papel de la industria
Este miembro de la Sociedad Española de Enfermedades Infecciosas y Microbiología Clínica (SEIMC) rechaza, sin embargo, una de las acusaciones que los políticos británicos hicieron hacia el estudio: que este estuviera financiado por un laboratorio (el antiguo Wyeth, que comercializaba varios antibióticos). "Tenemos que recurrir a la industria para financiar nuestros estudios porque es difícil obtener fondos de los organismos oficiales. Esto no quiere decir, ni mucho menos, que no seas libre a la hora de investigar o que estés influido por el laboratorio patrocinador", sostiene.Marco cree que hay dos factores que influyen en el problema de la resistencia antimicrobiana, uno de los cuales involucra precisamente a la industria farmacéutica: "Necesitamos que se desarrollen antibióticos nuevos y a la industria no le compensa investigar en ello, algo muy costoso, porque el beneficio económico es escaso; no son fármacos que haya que tomar de por vida, como los de las enfermedades crónicas". Por esta razón, Marco señala que se debería dar a las compañías biomédicas "facilidades para poder invertir".
El jefe del Servicio de Microbiología Clínica del Hospital Gregorio Marañón, Emilio Bouza, coincide con esta idea y reclama un "pacto con la industria" para que esta siga buscando nuevos antibióticos.
Bouza considera que The Lancet "ha estado oportuno" en aceptar la publicación del artículo de la polémica, porque este demuestra que hay una nueva familia de enzimas que confieren resistencia a antibióticos que se desarrolla en enterobacterias (una familia común de estos microorganismos) y que, además, "se transmite con facilidad y puede extenderse de forma secundaria, aunque no sea frecuente".
Para Bouza, aunque el problema "no es cuantitativamente importante", sí lo es "conceptualmente". El experto explica que "empieza a haber bacterias comunes con resistencias que las hacen difícilmente tratables y no están en guetos. Lo que ocurre en India pasa en Reino Unido, lo que da una idea de la globalización", sostiene.
El segundo factor que Francesc Marco apunta como causa de la situación sobre la que ha llamado la atención el artículo es el mal uso de antibióticos. Para Bouza, es irreal pensar en que "pueda pasarse a un uso correctísimo". Para Marco, sin embargo, aún hay mucho trabajo que hacer en este campo y habría que conseguir "en la calle" el mismo control que ya se tiene en los hospitales. "No sólo es que el paciente no termine los tratamientos; en ocasiones, tampoco los toma bien y, si se consume menos dosis de antibióticos de la prescrita (tomándolos, por ejemplo, cada doce horas en lugar de cada ocho), se generan igualmente resistencias".
Ambos especialistas recuerdan que las infecciones bacterianas son un gran problema de salud pública en España, uno de los países donde más antibióticos se consumen y donde cada año mueren más de 6.000 pacientes debido a este tipo de infecciones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario