El Mundo
En los congresos de hackers, es muy habitual organizar un campeonato de “Toma de la Bastilla”, en el que el objetivo no es otro que conseguir privilegios de administrador o root, para así tener el control absoluto del sistema. Para conquistar el objetivo, es necesario un profundo conocimiento de la arquitectura de la máquina, para saber dónde están sus defensas y dónde sus puntos más débiles.
La arquitectura fundamental de nuestro sistema político fue diseñada en 1978, y se levantó en torno a dos columnas fundamentales: los Pactos de la Moncloa y la Constitución del 6 de diciembre. La historia oficial cuenta que todo se articuló en torno a un gran consenso de sindicatos y partidos políticos, para alzar el impoluto edificio de la Transición. Pero la realidad fue mucho más sucia y oscura, como corresponde al trabajo de los fontaneros que se emplearon a fondo en las cloacas.
Los sindicatos verticales del Régimen tenían que ser sustituidos por sindicatos democráticos. Y vistos los antecedentes de los años 30, los elementos más azules del nuevo Gobierno consideraron que un sindicato anarquista fuerte podía ser un obstáculo para el clima social que se pretendía conseguir. Quien quiera profundizar en el tema, tiene a su disposición los libros de historia, y puede tomar como punto de partida el artículo de la Wikipedia sobre el Caso Scala.
Una vez desactivada la principal vulnerabilidad del sistema, los arquitectos de la Constitución decidieron que había que poner correa y bozal a los guardianes del nuevo Régimen. Si los Juzgados de Guardia, la Guardia Civil y los Cuarteles del Ejército se ponían en huelga, el Sistema podía devenir particularmente inestable. En consecuencia, decidió prohibirse constitucionalmente la afiliación política o sindical de jueces, fiscales y militares.
El esqueleto fundamental del sistema ha aguantado tres décadas: la capacidad de movilización sindical, basada en esquemas del siglo pasado, no puede poner seriamente en peligro la estabilidad del Régimen. A menos, claro está, que se obtenga la colaboración de hackers que conozcan a fondo las nuevas vulnerabilidades. Unos hackers que, por definición, deberían ser “insiders”: nadie conoce mejor el sistema que aquellos que participan en su administración.
A la espera que jueces, fiscales, guardias civiles y militares decidan de verdad empezar a reclamar sus derechos como ciudadanos de primera, hay que contar con otro tipo de hackers. Durante algunos años colaboré en su reclutamiento, y hoy los mejores están trabajando en tres tipos de empresas: eléctricas, telefónicas y sistema financiero.
Para mover un sistema corrupto, sólo hace falta una palanca y un buen punto de apoyo. A partir del próximo miércoles, algunos hackers deberán decidir dónde quieren estar. Vivir en libertad entraña riesgos y responsabilidades; a veces se sobrevive más tranquilo con correa y bozal, pero se trata de una vida mucho más aburrida.
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