Los dinosaurios dominaron la Tierra durante 165 millones de años y, hace 65 millones de años, se extinguieron de repente. ¿Cómo y por qué? La hipótesis más románticamente extendida es que el impacto de un meteorito en la península del Yucatán provocó un efecto parecido al de varias bombas atómicas simultáneas, fulminó un 75 por ciento de las especies vivas de la Tierra y dio el tiro de gracia a estos ingentes reptiles, cada vez más inadaptados. En su lugar, prosperaron los mamíferos, es decir, los futuros nosotros. Pues eso podría no ser así, según un estudio publicado en «Nature» sobre la astucia evolutiva de nuestros antecesores. La moraleja parece ser que quien resiste, gana.
Un equipo internacional capitaneado por John Gittleman, director del Instituto de Ecología de la Universidad de Georgia, y con participación del Imperial College y de la Sociedad Zoológica de Londres, ha elaborado un «super árbol» genealógico de hasta 4.500 tipos de mamíferos. Por primera vez se han cruzado los datos fósiles con los nuevos análisis moleculares. Las conclusiones son sorprendentes.
Gran diversificación
La primera es que, aunque es cierto que inmediatamente después de la extinción de los dinosaurios se produjo una diversificación de nuevas especies de mamíferos, la mayoría de ellas se han extinguido ya. Los mamíferos triunfantes, las líneas biológicas que han llegado hasta hoy, proceden de especies que ya existían bajo el imperio de los dinosaurios.
Deducir a partir de los fósiles es apasionante, pero arriesgado. Introducir el examen molecular en la ecuación es mucho más seguro. Los autores del estudio de «Nature» han encontrado cómo ir contando mutaciones para medir con creciente exactitud la distancia que separa cada especie de sus orígenes. Así ha empezado a debilitarse la antigua idea de que los mamíferos de éxito arrancan 15 ó 20 millones después de la ausencia de los dinosaurios. En realidad vienen de mucho antes, de hace 85 millones de años por lo menos.
Esto coincidiría con otros datos recogidos por otras investigaciones de las que también se ha hecho eco recientemente «Nature». Está, por ejemplo, el hallazgo al norte de China del fósil de un mamífero del tamaño de una ardilla, ya extinguido, que se cree que vivió hace 125 millones de años, durante el período cretácico, es decir, en pleno apogeo de los dinosaurios. El interés de este pequeño mamífero radica en que los huesos de su oído medio acreditan que tenía una capacidad de audición muy desarrollada.
Sus descubridores bautizaron a este animal con el nombre de Yanoconodon, (en honor de las montañas Yan de la provincia china de Hebei, donde se encontraron sus restos). Los científicos están bastante seguros de que Yanoconodon se alimentaba de insectos y vivía de noche, gracias a su oído privilegiado. La superior capacidad de audición ha sido una de las claves del éxito evolutivo de los mamíferos sobre otros vertebrados.
La fuerza de la paciencia
El caso de Yanoconodon resulta esclarecedor de cómo una especie que no tendría nada que hacer frente a otra más fuerte, encuentra una manera de tener «paciencia» para aguardar tiempos mejores. Dicho de otra manera: no siempre se impone el más fuerte, como se tiende a creer después de una lectura apresurada de Darwin.
Buena parte de la fascinación que ejercen los dinosaurios tiene que ver con el misterio de su extinción. En el imaginario colectivo se asume como natural que alguien tiene que ser el rey de la creación. Entonces, nada más lógico que la caída de los grandes reptiles, seguida del ascenso de los mamíferos y de su mejor colofón, la especie humana.
Pero, según los datos que John Gittleman y su equipo han recopilado durante nada menos que diez años, las cosas no son tan sencillas. El éxito de los mamíferos parece haber sido más bien el éxito de la optimización de recursos y la maximización de opciones. Los primeros mamíferos asomaron hace 220 millones de años. Les llevó decenas de milllones de años empezar a acercarse a las configuraciones anatómicas que nos son familiares en la actualidad. Hubo subidas y bajadas, avances y retrocesos. Hubo períodos de discreción, como en tiempos de Yanoconodon, y otros de más visibilidad, como ahora. Si hay que establecer algún corolario, sería que la biodiversidad ayuda a salir adelante a las especies.
Esto no contradice a Darwin, cuya idea de «el más fuerte» no se refería ni al más grande, ni al más fiero. La fuerza es un concepto ambiguo. Otra cosa es que a la misma ciencia le cueste a veces sustraerse a los tópicos de ver la evolución como un choque de trenes, no como una armonía, sangrante a veces, pero armonía.
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