La precariedad de las tropas de ocupación
Los militares españoles ganan un mínimo de 3.000 participando en misiones de paz
Se oye un bum y poco después, otro. «Ese ha sido cerca», dice alguien. Los soldados se miran y bajan corriendo las escaleras del puesto avanzado de combate Amanche, en el suroeste de Bagdad, hasta el centro de mando. Allí, el teniente Pace, con una radio en cada mano, intenta hacerse una idea de lo sucedido. «¡Tenemos un caído en acción y tres heridos!», concluye. Nadie dice nada.Miradas al suelo. Es el tercero en seis días. Enseguida llegan los heridos. A uno le han administrado morfina y mira al vacío, perdido, con la cara ensangrentada. Otro se echa las manos a la cabeza, sin querer mirarse la pierna herida. El tercero, el sargento Edgy, jefe del pelotón atacado, está ligeramente herido, pero no quiere que lo atiendan. Da vueltas pensando en que uno de sus chicos ha caído. Tiene los ojos vidriosos. Le hablan, pero no escucha. Está más allá, reviviendo lo pasado.
Las horas siguientes son para el dolor y las confesiones. Algunas tan comprometedoras para sus protagonistas que sólo se darán sus iniciales.
El sargento E. se acerca. «Espero que contéis que todos estos muertos no nos están haciendo aprender nada. Luchamos contra un enemigo que no vemos y la información que tenemos sobre él no es buena. La primera vez que estuve en Irak apenas vi al enemigo tres veces en más de un año», dice.
Condiciones
El sargento es uno más entre las dos compañías de soldados norteamericanos que se apiñan en esta base. Duerme en un camastro de lona, unas pocas horas cada vez, y se mantiene despierto entre patrullas y asaltos a base de refrescos Rip It, que saben a rayos, pero están cargados de cafeína y taurina. Hace sus necesidades en un bidón y orina en un tubo. Se ducha una vez a la semana, en su día de descanso, cuando vuelve a la base más grande y puede dormir en un colchón. Come mal, comida prefabricada o raciones de combate. Así quince meses con apenas quince días de vacaciones, que terminan siendo más dolorosas que felices, por la inminente vuelta al combate. Todo por 1.700 euros al mes y teniendo en su mano la vida de una sección de soldados que perciben unos 1.200.
Cuando les decimos que un soldado raso español en misión de paz cobra unos 3.000 se echan las manos a la cabeza.
?Ricos y pobres
«Somos siempre los pobres los que venimos a luchar. No vas a ver a ningún rico por aquí», dice el sargento J. mientras fuma nervioso y recuerda a los seis amigos que ha perdido en esta guerra.
La noche pesa. «Yo, la verdad, nunca quise estar en el ejército. Me alisté porque mi hermano pequeño también iba a hacerlo y tenía que cuidar de él. No tengo ningún problema en defender a mi país, pero no sé si es lo que estamos haciendo. Quiero ayudar, pero no sé si esta gente quiere que les ayudemos. Ven que los insurgentes nos ponen una bomba, matan a uno de los nuestros y no dicen nada. ¿Recuerdas lo que dice Sun Tzu en El arte de la guerra ? Un pez no nada sin agua. Pues la insurgencia es el pez y aquí tiene agua bien calentita para nadar», dice. J. tiene apenas 25 años y ha pasado dos en esta guerra.
No todos comparten la opinión de J. y de E. Sigue habiendo creyentes en la causa, en que Irak es el elemento central de la guerra contra el terrorismo, igual que hay aventureros en busca de emociones fuertes. Gente que te espeta que está aquí para pegar tiros. «No soy un asesino, pero sí un profesional de matar», dice otro.
Pero la opinión de J. y de E. sí resulta representativa, porque se va haciendo cada vez más común, sobre todo entre los soldados que ya han luchado en este país en más de una ocasión.