Bangladesh puede ser un país poco conocido para muchos occidentales. Sin embargo, su nombre está estampado en buena parte de la ropa que se viste en los países ricos. Llevar prendas de
Timberland, Speedo o Arrow, por citar sólo algunas marcas, es sinónimo de contacto con ese país, ya que en la etiqueta cosida dentro de la prenda se leerá, en muchos casos, la frase
Made in Bangladesh. El país, independizado en 1971 de Pakistán y que ha crecido gracias a iniciativas como los microcréditos inventados por el economista y premio Nobel bengalí Muhammad Yunus, ofrece a las grandes empresas una mano de obra barata y eficiente.
En 2001, el Gobierno del país decidió prohibir el trabajo infantil. Aunque sigue existiendo, son muchos los intentos para acabar con esta práctica, que ha influido negativamente en la visión de muchas multinacionales. Lo que nadie pensaría al leer la etiqueta de una prenda es que las mujeres que convierten el algodón en la última camiseta de moda son uno de los
principales grupos de riesgo para adquirir el VIH y la tuberculosis, por las condiciones en las que están viviendo.
El Fondo Mundial de la Lucha contra el Sida, la Malaria y la Tuberculosis (FM) es el organismo internacional al que España ha destinado la mayoría de sus aportaciones (411 millones de dólares desde 2008) para acabar con las tres patologías infecciosas que más muertes provocan en el mundo. El fondo financia varios programas para mitigar el riesgo de que estas obreras el 80% de los trabajadores de las industrias textiles son mujeres contraigan el virus del sida. En las empresas a las que ayudan sus programas, las costureras tienen seguro médico y participan en programas educativos para saber cómo se contagia el VIH. Las formadoras, que imparten las charlas a la hora del almuerzo, reciben
unos cuatro euros por sesión, lo que puede implicar el aumento de 20 euros al mes en un sueldo de menos de 60.
La emigración, otro factor
El trabajo de la materia prima no es, sin embargo, el único factor de riesgo asociado a la mano de obra barata en Bangladesh. En Dacca, la capital del país, la médico Fadia Sultana, de la ONG Save The Children que gestiona gran parte de los fondos que el FM destina al país, explica que
"el primer punto pendiente de la agenda" en la lucha contra el VIH son "los emigrantes, los hombres que van a trabajar fuera del país, sobre todo a los Emiratos Árabes, Arabia Saudí y Malasia".
Este grupo concentra el 60% de las nuevas infecciones por VIH. "Son entre siete y ocho millones de hombres trabajando fuera que, además, tienen un concepto erróneo de cómo se transmite el VIH", subraya Sultana, anfitriona en un viaje organizado por el FM al país asiático. Para estos hombres, explica esta especialista en Salud Reproductiva,
"acostarse con su mujer no implica peligro". Ni para ellos, ni para sus esposas, las grandes perjudicadas por una infección que, en muchas ocasiones, es adquirida por sus maridos en las relaciones sexuales con prostitutas en el país donde trabajan.
Las prostitutas integran otro de los grandes grupos de riesgo en Bangladesh. Un 22% de los jóvenes practica el sexo por primera vez con una trabajadora sexual y, según los datos del Gobierno, sólo un 50% utiliza preservativo. Frente a la concienciación de la población, los especialistas creen más útil trabajar directamente con las prostitutas. Poco importa que un cliente no quiera utilizar preservativo por desconocer los riesgos, si estas profesionales lo exigen, a lo que pretenden contribuir los programas del FM.
La ONG Sylhet Jubo Academy (SJA) fue fundada en 1991 por un voluntario de la ONU llamado Faisal Ahmed. Su objetivo era averiguar las necesidades reales de las personas socialmente marginadas y ayudarlas a salir de la marginación. Uno de sus programas está
destinado a las trabajadoras sexuales, tanto a las que ejercen en la calle como a las que lo hacen en hoteles. Se calcula que los programas de prevención como el de SJA alcanzan al 50% de las prostitutas. El objetivo, para evitar que crezca la prevalencia del VIH actualmente inferior al 1% es llegar, al menos, al 80%.
La meta es difícil, apunta Sultana, porque estas trabajadoras comparten con las costureras dos factores de riesgo: viven en los
slums, los barrios de chabolas, y además se trasladan con facilidad de una población a otra.
SJA dirige un centro para prostitutas en Chittagong, la segunda ciudad de Bangla-desh, con unos cinco millones de habitantes. En esta urbe portuaria se concentran trabajadoras sexuales y de fábricas de ropa, ya que se trata de un puerto franco con un pago muy reducido de impuestos.
En una de las habitaciones del centro, unas 15 trabajadoras sexuales observan con atención las fotografías que les enseña una educadora. Se trata de imágenes de órganos sexuales afectados por distintas patologías de transmisión sexual. El objetivo: que acudan al médico (la ONG les ofrece esa posibilidad) si notan alguno de esos síntomas y, además, que se conciencien sobre la
importancia de utilizar preservativos.
Un panel con varios tipos de condones colgados en la pared ya indica al visitante cuán importante es el preservativo para este programa. Pero aquí los condones no son gratis, como explica la directora del centro, Nasdim Sutana. Se venden a un centavo de dólar, algo menos que en la calle, pero un poco más que el precio de coste. Es una de las formas de autofinanciación de la ONG que, como la mayoría en Bangla-desh, busca la sostenibilidad con independencia de la aportación de fondos internacionales. Una buena idea si se tiene en cuenta que la crisis económica ha supuesto un recorte de presupuestos de ayuda al desarrollo en muchos países ricos, incluida España.
Durante la sesión educativa en este lugar se celebran tres a la semana llama la atención que varias de las prostitutas no dejan de consultar su teléfono móvil. Los SMS, señalan los responsables del centro, son una herramienta más de trabajo para ellas.
Uso del condón
A las que participan en esta sesión no les parece mal que se cobre por los preservativos. Y eso que lo que cobran por servicio es cercano a la miseria,
entre 20 céntimos y un euro en la calle y de uno a dos euros en hoteles o domicilios. En ocasiones, el proxeneta
babú en bengalí se queda hasta con un 80% de sus ganancias. Rashmi, una trabajadora sexual que a los seis años quedó huérfana de padre y a los 15 fue presionada por sus hermanos para dedicarse a la prostitución, subraya que "si les dieran los condones gratis no podrían valorarlo y, además, existiría el riesgo de que los utilizaran mal". Mientras habla, la sesión educativa ha cambiado de lección y la trabajadora social explica ahora a las prostitutas cómo colocar un preservativo sobre un falo de madera.
"Igual no tendríamos tanto cuidado para no romperlo", apunta.
Las participantes en esta sesión parecen haber aprendido muy bien la lección. Tanto, que puede generar dudas. Una de ellas, que se erige como portavoz del grupo, asegura que "bajo ningún concepto" se acostaría con un cliente que se negara a utilizar preservativo. Otra, en voz algo más baja, apunta que en algunos casos "puede haber negociación" para hacer "otras cosas" que no requieran de un condón.
Pero en este centro las mujeres también aprenden otros oficios, además de fabricar artesanía que venden en los mercados. Todas confían en que, gradualmente,
volverán a la "vida normal". Los microcréditos que impulsó Muhammad Yunus también son gestionados a través de esta ONG, aunque sus receptoras se quejan de un exceso de requisitos. Para recibir un préstamo de 600 euros que permita establecer un negocio, una trabajadora requiere de cuatro avalistas, algo que a veces es difícil de conseguir.
Otra de las prostitutas que se encuentran en el centro trabajó antes en una factoría de ropa occidental. Cuando tenía 11 años, ya trabajando, su novio la llevó a un hotel a prostituirse. Su familia la rechazó y ella cambió la fábrica por el prostíbulo. En la actualidad gana entre 60 y 100 euros al mes, bastante más de los 40 euros mensuales que cobraría fabricando ropa.
"Lo necesito para llegar a la vejez con dignidad", defiende.
Un centro de acogida para adictos a las drogas inyectables
Se calcula que siete de cada cien adictos a las drogas inyectables están infectados por el VIH. Se concentran sobre todo en la capital, Dacca, y hacen de este grupo uno de los de mayor riesgo de un país en el que el VIH está relativamente controlado (la prevalencia es de alrededor del 1%, un tercio de la de Washington, capital de EEUU). Pero los expertos consideran que es precisamente en este grupo donde más riesgo existe de que la epidemia crezca, entre otros motivos, por la pobreza. En la segunda ciudad del país, Chittagong, el Fondo Mundial de la Lucha contra el Sida, la Malaria y la Tuberculosis financia un centro de acogida para los toxicómanos. Está gestionado por la ONG local SKUS y no busca la desintoxicación. De hecho, en el momento en que deciden dejar su adicción, son derivados a otros centros especializados. Aquí se hacen actividades tan sencillas como ver la televisión, mientras se imparte información sobre los riesgos de compartir jeringuillas. A pesar de estar cerca del sureste asiático, gran productor de heroína, esta droga es un lujo en Bangladesh. La gran mayoría opta por inyectarse sedantes, que se compran en la calle por 20 céntimos de euro, cinco veces más barato que la heroína. El entretenimiento y la información son lo más valorado. Por eso Sabne, de 22 años, sigue acudiendo al centro a pesar de llevar seis meses ‘limpio'. "Estoy bien aquí", subraya.
Una batalla con muchos frentes
Formación a prostitutas
Una educadora de la ONG SJA enseña a colocar un condón. El 22% de los jóvenes de Bangladesh tiene su primera relación sexual con una prostituta y sólo el 50% utiliza preservativo.
Los líderes religiosos colaboran
El centro PMU organiza campañas de prevención a través de líderes musulmanes, hindúes y budistas. Aunque rechazan ciertas conductas sexuales, admiten que es mejor prevenir.
Eliminar el estigma
La ONG AShar Alo pretende reducir el estigma de los infectados, mejorando su calidad de vida y asegurando sus derechos, servicios y el acceso a la asistencia sanitaria.
Mosquiteras contra la malaria
11 millones de bengalíes corren riesgo de contraer malaria. El Fondo Mundial financia la distribución de mosquiteras, que llevan insecticida o bien se impregnan manualmente.
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