La emergente economía india ofrece numerosas ventajas a la población. Una de ellas, es el acceso a un rito funerario especial en la ciudad sagrada de Varanasi.
Un hombre sacude su pesado bastón de bambú sobre el ya medio incinerado cuerpo, se multiplica por dos la nube de cenizas incandescentes.
El segundo golpe destroza el cráneo. Luego usa el bastón para, con habilidad, colocar el tronco ardiente sobre el chispeante nudo de huesos y carne.
Se aparta el sudor de la cara con el brazo y da un paso atrás para contemplar su obra.
Parece contento cuando se sienta para contemplar el fuego.
Lugar sagrado
Hay otras nueve piras en la misma playa de barro cocido al sol entremezclado con las aguas color caramelo del río Ganges.
Cada una supervisada por alguien similar, un hombre extremadamente delgado ataviado con el tradicional
dhoti blanco y un largo bastón de bambú.
Cada fuego con su propio cuerpo en plena incineración.
El mosaico desordenado de hogueras llenas de personas embargadas en el llanto del luto parecería en Occidente la viva imagen del infierno, pero en India es uno de las más sagradas estampas.
Manikarnika Ghat está en la ciudad sagrada de Varanasi. Un
ghat es una serie de escalones que se introducen en el agua. Hay 80 a lo largo del Ganges en Varanasi, muchos con elaborados templos o palacios presidiéndolos.
Casi todos son usados para el baño. Los escalones permiten a los peregrinos lavarse en las aguas sagradas.
En concreto, Manikarnika Ghat es uno de los dos que se usan para la cremación humana.
Los
ghats ciertamente sirven como recordatorio de cuán frágil es la vida humana.
Las prácticas funerarias de Occidente buscan aislar de la muerte. En India, todo lo contrario. Lo que hacen es evidenciar que no somos más que carne y hueso.
El fuego parece toser pedazos de humo negro. El olor –el sabor– de la grasa quemándose es inconfundible.
Media hora entre las piras resultó más que de sobra. Entonces retrocedí hacia el templo para escapar del humo y del calor.
Allí estaba Gajanand Chowdhary, el encargado de Manikarnika Ghat. A la sombra del templo, me explicó que la población lleva a sus fallecidos hasta allí porque el lugar es el más auspicioso de la tierra donde puede ser incinerado un hindú.
Mientras habla, llega otro cadáver en una camilla de bambú a hombros de seis hombres. El cuerpo aparece envuelto en un sudario de oro decorado de forma muy rica. Lo llevan hasta el río para lavarlo antes de la cremación.
"Si te cremas en Manikarnika Ghat, alcanzas el
moksha. El ciclo de reencarnación se romperá y tu alma ascenderá directamente al cielo", explica Chowdhary.
En su boca parece una invitación, aunque una que no quiero tener que aceptar en un buen tiempo.
La economía
La razón por la que el
ghat es tan sagrado, explica el encargado, es porque el fuego de la cremación es encendido con una llama que se cree emanada del propio Shiva.
Shiva es la deidad hindú de la destrucción o la transformación, una de las más poderosas.
"¿Quieres ver la llama?", preguntó Chowdhary. Asentí con entusiasmo y me llevó por unas escaleras hasta un balcón abarrotado. Desde allí señaló un arco donde había una pequeña hoguera con maderos.
La primera impresión no fue mucha, sobre todo porque alguien estaba usándolo para cocinar arroz, lo que le quitaba algo de mística.
Mientras hablábamos, un hombre se acercó al fuego, apartó la olla y puso parte de las brasas en una cazo de barro.
"Otro fuego. Ahora ya tenemos 25 encendidos al mismo tiempo", comentó Chowdhary.
De hecho, el encargado del
ghat nunca había estado tan ocupado. El fuego arde 24 horas al día, siete días a la semana, y la razón es el momento económico que vive el país.
Según crece la economía, la red de carreteras se hace más extensa y confiable, y más y más cuerpos llegan para ser cremados y conseguir el
moksha.
Hace una década, sólo las familias del área de Varanasi podían permitirse traer a sus muertos.
En la actualidad, no es raro que incluso familias pobres viajen grandes distancias para llevar los cuerpos a los crematorios.
Los tiempos modernos suelen ser un sinónimo de un mundo cada vez más homogéneo. No así en India, donde la modernidad puede ser también equivalente al resurgir de las antiguas tradiciones.
De hecho, el problema de Varanasi es ahora que los
ghats funerarios operan al máximo de su capacidad y, según Chowdhary, hay ocasiones en que los muertos tienen que aguardar turno haciendo fila.
Un precio pequeño si de lo que se trata es de ir directamente al cielo.