El Gobierno de Estados Unidos se ha dado cuenta de que no tiene ni idea de qué ha pasado con los 350.000 millones de dólares que ha dado a los bancos para que volvieran a conceder préstamos, aunque sí sabe que el crédito apenas ha aumentado. "Algunas de las noticias que hemos visto en los últimos días hablan de empresas que han recibido ayudas y las han usado para reformar los baños o las oficinas", se quejó el viernes el nuevo presidente, Barack Obama.
Deben ser baños de oro, porque 350.000 millones de dólares es más que todo lo que producen, por ejemplo, los argentinos en un año.
Neil Barofsky, encargado de supervisar el uso de los fondos, ha reconocido que "prácticamente se desconoce... lo que los receptores de las inversiones del departamento del Tesoro han hecho con el dinero y sus planes para cumplir con los requisitos de compensación".
El programa impuso algunos límites a la remuneración de los directivos, pero los banqueros aparentemente no han tenido problemas en sortear el obstáculo.
Marrill Lynch en el punto de mira
El caso más flagrante hasta ahora ha sido el del banco de inversión Merrill Lynch, que en diciembre otorgó a sus ejecutivos entre 3.000 y 4.000 millones de dólares en bonificaciones por buen desempeño, según ha revelado el diario "The Financial Times".
El consejo directivo de Merrill otorgó las bonificaciones días antes de informar de pérdidas por valor de 21.500 millones de dólares en el cuarto trimestre y mientras Bank of America, que accedió a comprar el banco en octubre, llamaba a la puerta del Gobierno para pedir más ayudas para llevar a cabo la operación.
Los premios fueron aprobados en diciembre, en lugar de en enero, como es usual, aparentemente para impedir que Bank of America bloqueara la decisión.
Al final, quien pagó por todo fue el contribuyente estadounidense, que dará préstamos por valor de 45.000 millones de dólares a Bank of America.
Em busca del favor del Congreso
Al mismo tiempo que han recibido el dinero del gobierno por su precaria situación económica, los bancos han continuado con sus programas de relaciones públicas para ganarse el favor del Congreso, según ha informado el diario "The Wall Street Journal".
Bank of America, por ejemplo, se gastó el año pasado más de cuatro millones de dólares para ese fin, frente al millón de dólares del 2007.
Barofsky ha dicho que pedirá a todas las entidades que se han beneficiado del fondo de rescate que expliquen en un plazo de 30 días qué han hecho con los fondos.
En lugar de dar créditos, han pagado deudas
La meta del plan era que la inyección de capital les permitiera reanudar la concesión de créditos para la compra de automóviles y viviendas, y les diera margen para ser flexibles con los propietarios de casas con el agua al cuello para pagar las letras.
En su lugar, todo indica que la mayoría de los bancos ha agrandado sus reservas o pagado deudas y no ha concedido más préstamos por miedo a que la crisis lleve a la quiebra al prestatario.
Eso probablemente les haga dormir mejor por la noche, pero no ayuda nada al ciudadano común, que sufre las consecuencias de una recesión aguda originada en gran medida por los riesgos excesivos que asumieron los banqueros en su deseo de enriquecerse.
Obligados a un seguimiento
Los bancos no tienen la obligación de divulgar qué han hecho con el dinero, según las reglas del programa aprobado en octubre.
La administración tampoco puede forzarles a prestar porque ha comprado acciones en los bancos sin derecho a voto, de forma intencional, según explicó entonces el secretario del Tesoro, Henry Paulson, porque no quería que el Gobierno se metiera a dirigirlos.
En el fondo de rescate quedan 350.000 millones de dólares y Obama quiere usarlos, pese a las críticas al programa, aunque ha prometido "más transparencia y control".
Muchos banqueros se han resistido hasta ahora a la llamada a arrimar el hombro en momentos de dificultad. Por ejemplo, John Thain, quien hasta el jueves era el principal ejecutivo de Merrill Lynch, gastó 1,2 millones de dólares en reformar su oficina hace un año, cuando su banco perdía miles de millones de dólares.
Su decorador fue Michael Smith, el mismo que escogió Michelle Obama para cambiarle la cara a la Casa Blanca. En este caso la factura para el contribuyente sólo ascendió a 100.000 dólares.