La consulta de endocrinología pediátrica del hospital Reina Sofía de Córdoba recibe a menudo a niñas en edad de jugar que acaban de experimentar un estirón prematuro. Lo mismo sucede en las consultas de endocrinología infantil de otras ciudades españolas. "¿No se puede parar esto?", preguntan a veces los padres al médico. Con "esto" los padres se refieren al crecimiento prematuro, la aparición del botón mamario, el vello, las curvas incipientes... Todo un preludio de cambios físicos anticipados en niñas que aún no tienen ocho años. "Esto" presagia el adiós a la infancia a una edad en la que jugar es todavía el verbo más conjugado. "Esto" tiene un nombre: se denomina pubertad precoz si aparece antes de los ocho años (o de los nueve en los niños). Y pubertad adelantada si los cambios se inician a partir de los ocho años.
Esta última, la adelantada, se considera una variante de la normalidad, la parte extrema de un proceso que tiende a ser cada vez más temprano en nuestras latitudes. La que preocupa a los especialistas, la patológica, es la precoz. Y ya no es tampoco una rareza. De acuerdo con los estudios existentes, su incidencia de oscila entre 1/5.000 y 1/10.000.
Los expertos coinciden: la edad media de la pubertad y en consecuencia de la primera regla, se ha adelantado en Europa. Un estudio publicado en abril de 2009 en Copenhague sostiene que las danesas inician ahora la menarquia (primera menstruación) un año antes que hace 15 años. Es un fenómeno general. Ramón Cañete, jefe de la unidad de endocrinología pediátrica y del crecimiento del Hospital Universitario Reina Sofía de Córdoba, empieza a situar ya la edad media de la primera regla entre los once y doce años. Un dato orientativo, ya que hasta ahora los especialistas tomaban como referencia los 12 y medio en nuestro entorno. Lo llamativo es que además del adelanto general del reloj de la pubertad, se está dando un desarrollo precoz en niñas que, o están sobrealimentadas o han pasado en poco tiempo de la malnutrición a una dieta más rica y variada.
"Cada vez es más frecuente ver que la pubertad se inicie entre los 8 y diez años. Las razones se desconocen aún. Puede haber factores genéticos, pero el papel de los estímulos sociales parece claro: bienestar, buena alimentación, mejores vacunas", dice Ramón Cañete. Como consecuencia, la etapa infantil se acorta. Pero la mayoría de los niños que entran en la pubertad de forma tan abrupta se sienten perplejos, e incluso divididos. En su espejo interior se ven a sí mismos como niños. En el exterior, observan sus cambios con expectación, pero no se identifican aún con ellos. Necesitan tiempo.
"Los profesionales tenemos la idea clara de que las niñas maduran más tempranamente que hace 30 o 40 años", afirma el doctor Manuel Pombo. Este especialista remite a un estudio de 1997 realizado en Estados Unidos por la doctora Marcia Herman-Giddens, que reunió datos de 17.070 niñas de edades comprendidas entre los 3 y 12 años. "El estudio concluía que el 37,8% de las niñas negras y el 10,5% de las blancas de 8 años habían iniciado su desarrollo mamario". Curiosamente, "la media de la edad de la menarquia para las niñas blancas era de 12,8 años y para las negras, de 12,1 años, no tan alejadas de la que se viene dando en nuestro medio", añade Pombo.
Algunos estudios relacionan la pubertad temprana con el aumento de la obesidad. "Las niñas con sobrepeso tienden a madurar antes que las otras", recuerda el doctor Pombo. Pero el especialista baraja también otras posibles causas. Por un lado, "la presencia de estrógenos" no ya en productos cárnicos, sino en algunos cosméticos, sobre todo los de venta no controlada". Por otro, "los llamados disruptores endocrinos", es decir, sustancias químicas como los plaguicidas u otros compuestos utilizados en la industria agroalimentaria, "capaces de alterar los mensajes que las hormonas transmiten a las células", añade Pombo.
Informes recientes de la Organización Mundial de la Salud (OMS) han advertido de la especial vulnerabilidad de los niños a la exposición de sustancias químicas durante las distintas etapas del crecimiento. La pubertad precoz o por contra, el retraso en la maduración sexual serían algunas de las consecuencias. El doctor Cañete no desdeña la influencia de estas sustancias tóxicas que favorecen la fijación de grasas, pero se muestra cauto: "Hay estudios en marcha pero están aún inmaduros para sacar conclusiones". Confía, además, en que se hayan corregido ya en la industria alimentaria prácticas del pasado basadas en añadir estrógenos a los pollos y a la carne.
Ramón Cañete atendió recientemente a varias niñas de origen nepalí adoptadas en torno a los cinco y seis años por familias andaluzas. Antes de cumplir el año en sus nuevos hogares, tiempo suficiente para familiarizarse con la dieta mediterránea, las niñas se vieron abocadas a la pubertad. Poco a poco el fenómeno se repitió en otras zonas, y no siempre ligado a la adopción internacional.
"El riesgo de tener pubertad precoz en los niños adoptados en España es entre 10 y 20 veces mayor, sobre todo si llegaron a su nueva familia con más de tres años", declara el doctor Pombo. "El cambio nutricional juega un papel evidente. En algunos casos, el paso de una dieta pobre a una más equilibrada estimularía la producción de hormonas y eso favorecería la maduración sexual. Sin olvidar que los factores psicológicos y el equilibrio personal derivado de la nueva situación, podrían precipitar la pubertad", agrega.
En estos momentos entre 20 y 25 niñas siguen tratamiento o están siendo observadas en el departamento de endocrinología pediátrica que dirige Cañete. "Veo alguna todos los días". Por el contrario, sólo tiene un niño con pubertad precoz, por lo que basándose en su experiencia, calcula que la proporción es de unas 20 niñas por niño. Una apreciación que coincide con otras estimaciones que atribuyen una proporción de entre 3 y 23 niñas por niño.
La madre apuntaba cada tanto la talla de su hijo. Con pocos años, ya parecía un árbol. No paraba. Hasta que la madre observó que no sólo crecía. Cambiaba a enorme velocidad. Se insinuaba en sus rasgos una pubertad temprana para un chaval de siete años. Era el verano de 2006 y sus padres decidieron llevar al pequeño al endocrino de un hospital madrileño. En la consulta, el chico se encontró con varias niñas de su edad. Todos tenían algo en común: un exceso de talla y en muchos casos un índice de masa corporal superior al que les correspondía por edad.
En los chavales el estirón temprano es menos frecuente, pero más inquietante: en algunos puede indicar la existencia de un tumor o una alteración. Por fortuna, "el diagnóstico de nuestro hijo fue de pubertad precoz por causa desconocida", relata la madre, Beni Martín. "Le hicieron análisis de sangre y dos resonancias magnéticas y no había ninguna causa orgánica. Así que no montamos ningún drama", añade Martín. Desde entonces, su hijo tiene que seguir una medicación (una inyección cada cierto tiempo) para frenar una masculinización excesiva para el cuerpo y la mentalidad de quien es un niño. El chaval ha aceptado esta circunstancia con naturalidad. "No hemos apreciado que sienta timidez o vergüenza en el colegio ni a la hora de hacer deporte o ir a la piscina en vacaciones", continúa la madre. Los psicólogos sostienen que la serenidad de los padres facilita que los niños vivan este proceso evolutivo sin agobios.
Algo parecido se vivió en la familia de una niña madrileña adoptada en un país latinoamericano. Los padres la llevaron al especialista de endocrinología pediátrica a los ocho años al ver que crecía apresuradamente. La prueba ósea dio algo más de un año de adelanto sobre la edad cronológica. Al encontrarse en el límite entre la pubertad precoz y la adelantada, el especialista desaconsejó que se le medicara para frenar su evolución. "Un segundo especialista al que consultamos sí dijo que podía ser tratada, pero al final nos convenció más el primer criterio", dice la madre. "No era una enfermedad, por lo tanto, no había que "medicalizar la situación", asegura. La evolución siguió su curso y la niña finalmente tuvo la primera regla en torno a los diez años. Igual que algunas chicas no adoptadas que había conocido en la sala de espera.
No siempre se actúa así. Hay especialistas y familias que optan por retrasar la primera regla hasta los once años. En algunos casos por tratarse de una clara pubertad precoz. En otros por una combinación de motivos psicológicos y sociales. Además del desconcierto con que la niña (o el niño) pude vivir estos cambios prematuros justo cuando acaba de traspasar la edad del llamado uso de razón, el doctor Cañete ha observado "sufrimiento" en algunos padres. Por la responsabilidad que se les viene encima a ellos y a sus hijos, a menudo. E incluso por el temor a que sus hijos se vean abocados a una iniciación sexual igualmente precoz. Algo que, según los especialistas, no tiene que ir en paralelo. Pero a veces los padres se sienten también inquietos por la disparidad entre las exigencias de la naturaleza y las costumbres y rituales atribuidos a la infancia. Como los padres de una niña con la pubertad muy adelantada que iba a hacer la primera Comunión en los meses siguientes: temían que la regla apareciera ese día y que, en cualquier caso, con aquel vestido de organdí que el colegio elegía para la ceremonia su hija pareciera más una novia que una comulgante.
"El tratamiento es fácil", explica el doctor Cañete. "Consiste en una inyección mensual de análogos de la GnRH (la hormona responsable de iniciar la pubertad). No se vuelve atrás, pero los cambios se detienen, no progresan", explica Ramón Cañete. ¿Durante cuánto tiempo? "Durante dos o tres años, hasta alcanzar la edad habitual del desarrollo". Cañete explica que no tiene consecuencias sanitarias o reproductivas posteriores. Algunas de estas antiguas niñas, ya adultas, han sido madres.
"Es lamentable que este fenómeno se desconozca y que no se consulte antes de la primera regla", insiste el doctor Cañete. "Una vez que se tiene la menstruación, ya no es posible frenar el proceso. En casos e indicaciones muy concretos se puede estudiar interrumpir la regla durante un corto periodo de tiempo, pero ya no influiría en la talla final. Para que la niña siga creciendo hay que intervenir antes", recuerda.
En España, la Sociedad de Endocrinología Pediátrica está tratando de centralizar los datos de seguimiento de estos pequeños pacientes para conocer en un futuro próximo la frecuencia de esta patología.
El doctor Pombo explica que una predicción de talla adulta en las niñas inferior a 155 centímetros (o por debajo en 5 centímetros de su talla genética) o una maduración del hueso avanzada en más de dos años, son algunas de las razones, además de las psicológicas, para iniciar el tratamiento con los denominados agonistas de la gonadorelina (GnRH o LHRH).
No hay que olvidar que, pasada la primera regla, la talla suele aumentar entre cuatro y siete centímetros. Una de las paradojas que experimentan algunas de estas niñas que viven con cierto pudor ser las más altas de su clase durante uno o dos cursos, es que al final pueden quedarse con una altura por debajo de sus expectativas
¿Quién me ha robado la infancia?
El impacto psicológico y emocional es acusado. El niño con pubertad precoz, más bien la niña, vive "una discrepancia entre el desarrollo somático y hormonal que aflora y el desarrollo cognitivo de su edad cronológica", explica María Jesús Mafantil del hospital Gregorio Marañón. Sin embargo, la doctora Mardomingo es clara: "No se ha establecido una relación entre pubertad precoz y psicopatología. Se trata de un trastorno hormonal, pero no entraña mayor riesgo psicológico posterior". De cualquier modo, "puede haber problemas de relación con el grupo, algo importante de cara a la afirmación personal de la niña. Y quizás extrañeza ante sí misma, ya que en la niña el proceso de maduración es más visible", añade.
El adelanto de la pubertad suele relacionarse con la puesta en marcha del interés sexual, pero "éste está medido y compensado con otros factores. El estallido hormonal no implica necesariamente un repunte de la libido a edades tan tempranas: depende de la educación, el carácter de la niña, de su madurez psicológica y otras circunstancias. No hay paralelismos", subraya Mardomingo. "Los rasgos morfológicos y los cambios físicos sí empujan en algunos casos a quemar etapas", pero la mayoría mantiene sentimientos e intereses infantiles.
¿Quién me ha robado la infancia? ¿Por qué tengo que vestirme de mayor y ser coqueta? se preguntan algunas niñas. "Quiero jugar", insisten. No todas reaccionan igual. La actitud de estas niñas-jóvenes ante los cambios que les ofrece el espejo es diversa. Algunas pisan el acelerador y comienzan a comportarse como preadolescentes en potencia: quedan con las amigas si se lo permiten sus padres, van juntas de compras, deciden que jugar es cosa de niñas pequeñas y empiezan a hablar de depilatorios y brillos de labios. Otras encorvan los hombros para esconder sus formas, viven pasivamente estos cambios, buscan compañeros de juegos más pequeños y no sienten interés por pasarse a la moda juvenil. "Que dure", dice la madre de una de estas últimas.
María Jesús Mardomingo opina que al margen del adelanto objetivo de la pubertad, hay una tendencia social o de márketing a acortar o escamotear la infancia. "Se viste a las niñas de doce años como si tuvieran 18 años". Todo se confabula para ir deprisa. Volver atrás es ya una utopía.