Los discos de hoy que, con pocas excepciones, son a la música lo que las hamburguesas de McDonalds son a la gastronomía, inundan los medios de comunicación hasta conseguir que incluso la música de los cantantes que más odias terminen grabadas a fuego en tu memoria. Aunque nunca hayas comprado ni vayas a comprar un disco de Bisbal sabes cantar el estribillo de la mayoría de sus canciones. Los discos fabricados por la inspiración de las musas de la maximización del beneficio llegan rápido, hacen el agosto con millones de incautos y después desaparecen por si alguien se da cuenta del timo. La rapidez con la que los subproductos musicales son comprados, tragados y digeridos sólo es comparable a la rapidez con la que son olvidados y sustituidos por otros.
Desde Operación Triunfo, que es el mayor icono de ese triste panorama musical, Jesús Vázquez ha dicho, refiriéndose expresamente a las descargas de Internet, que "robar música, robar estas ideas es un delito y además es acabar con ella". Resulta paradójico que este programa de karaoke caro que cada año lanza al estrellato cantantes que son absolutamente indistinguibles entre sí diga tener miedo a la copia.
Era de esperar que el bombardeo mediático que ha anunciado el Ministerio de Cultura en favor de la industria musical habría de iniciarse con Operación Triunfo, un programa de televisión musical en el que Sabina y Bob Dylan no pasarían ni el primer casting.
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