Realmente no: la economía musical es más complicada de lo que parece.
En Tanglewood, Massachusetts, la Orquesta Sinfónica de Boston (BSO, por sus siglas en inglés) tiene su sede de verano desde la década de los años '30.
Ahí, las sillas en las primeras filas de los teatros al aire libre donde tienen lugar los conciertos pueden costar cientos de dólares, pero por un sitio en el césped en un lugar no privilegiado cuesta menos que una entrada del cine.
Y cuando el solista se sienta frente al piano de cola, la recesión global parece lejana.
Sin embargo, no todo es tan melódico.
"Tuvimos que cortar cuatro millones de dólares de nuestro presupuesto. Los altos directores artísticos asumieron el 10% de los cortes. Los músicos aceptaron congelar sus salarios por dos años, así que asumir que somos inmunes no es correcto", señala Mark Volpe, el gerente general de la BSO.
Gracias a una buena planificación la orquesta, fundada en 1881, ha sido menos golpeado por la crisis que otras instituciones de su tipo. Pero la situación de cada una de ellas es diferente.
"Yo sólo hablo por la BSO pero lo que he escuchado de mis colegas es que el tema es de superviviencia. Hay orquestas en Estados Unidos a las que les está costando pagarle a sus empleados. Nosotros, afortunadamente, con nuestra audiencia regular y nuestros benefactores y patrocinadores estamos en una situación diferente. Pero algunas orquestas no se van a salvar".
Vacantes
La BSO tiene nueve plazas vacantes. Sin embargo, los puestos son cubiertos de manera temporal. James Somerville, cornista principal de la institución, dice que esa situación divide a los músicos."Siempre hemos tenido algunos sustitutos y a veces, muchos. Aunque somos leales con nuestros músicos de reemplazo, técnicamente ellos no tienen seguridad laboral", manifiesta.
En una de las pausas de los ensayos, uno de esos músicos sustitutos, una joven violinista -que varias veces ha estado a punto de conseguir empleo fijo y quien decidió no identificarse- comenta que presentarse a audiciones para una orquesta es algo muy peculiar.
"Lo comparo con, por ejemplo, patinaje artísitico en las olimpiadas, porque uno se prepara toda su vida para esos diez minutos en el escenario (frente al panel). Uno tienen que ejecutar sin faltas. Hay que mostrar la técnica y al mismo tiempo ser un artista completo".
Pero contar con esas cualidades no garantiza nada. A algunos representantes de artistas les preocupa que las orquestas no estén ofreciendo plazas permanentes para ahorrar dinero.
Lo que sucede es que los músicos de reemplazo cuestan menos y la orquesta no se resiente gracias a la calidad de los músicos, sostienen algunos.
¿Peligrosa?
No obstante, Gail Kruvand, músico establecido en en Nueva York y miembro de la Conferencia Internacional de Músicos Sinfónicos y de Ópera, considera que se trata de una estrategia peligrosa.Esa práctica "erosiona un poco la cultura de la orquesta y también puede afectar el producto que ofrecemos debido a que los músicos sustitutos no han trabajado por tanto tiempo ni tan de cerca con el director musical para darle forma al conjunto".
En opinión de Marie, una joven flautista que aspira a una plaza en una orquesta, el sistema es duro pero justo. Y la situación económica del momento lo hace más estresante.
"Buscan al mejor músico. Claro que la definición de mejor varía. Todo depende de lo que busque una orquesta, del sonido que necesite, de la personalidad que pueda llevar un artista a cierta sección de la orquesta".
Marie reconoce la presión que implica la selección de un músico basada en ese criterio.
"Mucho músicos no tienen trabajo en estos momentos", explica.
Por eso "uno tiene que sentirse afortunado por el trabajo que se le ofrece. Y no hay que olvidar que a uno le están pagando por tocar un instrumento... es una bendición, y en la mayoría de las profesiones, eso no es lo que la gente siente cuando va a trabajar".