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2013/10/05

Facebook mejora los anuncios de aplicaciones móviles

Después de haber puesto en marcha los anuncios de aplicaciones móviles para ayudar a los desarrolladores a difundir sus productos, ahora Facebook anuncia nuevas funcionalidades para estos anuncios que pueden ayudar a las empresas a conseguir mayor interacción y conversiones con sus aplicaciones.

Con el creciente número de aplicaciones, las empresas tienen una mayor necesidad de llegar a las audiencias precisas, a escala. En 2013, miles de empresas, desde Target y eBay a HotelTonight o Kabam, utilizaron anuncios de aplicaciones móviles para generar más de 125 millones de instalaciones desde el App Store de Apple y Google Play.

Sin embargo, las empresas también se enfrentan al reto de que los usuarios  se mantengan activos y vuelvan a utilizar sus aplicaciones. De acuerdo con un estudio realizado por Localystics, uno de los socios de Facebook en medición móvil, el 66% de los usuarios de aplicaciones abren aplicaciones entre una y 10 veces. Se trata, por tanto, de aumentar esa cifra.

Para ayudar a generar interacción y conversiones, Facebook ha lanzado nuevas funcionalidades a los anuncios de aplicaciones móviles que están diseñadas para ayudar a las empresas a llegar a las personas adecuadas, una vez que ya se han descargado sus aplicaciones, y dirigirlas a acciones específicas dentro de la aplicación.

Las empresas pueden ahora invitar a participar en acciones concretas con anuncios de aplicaciones móviles. Entre ellas, “Abre el link” o “Utiliza esta aplicación”, así como otras más específicas como “Compra ahora”, “Jugar a un juego”, “Reserva ahora”, “Escucha ahora” o “Mira este vídeo”. Estas invitaciones a participar en acciones concretas pueden estar vinculadas a áreas específicas de la aplicación, como el contenido, las ventas o la promoción.

Entre los ejemplos citados por Facebook de empresas que pueden utilizar los nuevos anuncios y generar mayor interacción, están la app de un comerciante que quiere dirigir a sus usuarios existentes a promociones y descuentos, un juego que quiere llevar a jugadores existentes a nuevos niveles, una aplicación de música que planea atraer a usuarios a una nueva lista de reproducción, o una aplicación de viajes que quiere promocionar tarifas descuento para una escapada.

Facebook ofrece además a los anunciantes la posibilidad de definir una audiencia personalizada para la segmentación de sus anuncios, para llegar a usuarios de aplicaciones ya existentes. Cuando un usuario hace clic en un anuncio, el dispositivo del usuario determina si la aplicación está ya instalada, y en tal caso, dirige a tal aplicación. Si no, el dispositivo dirigirá al usuario a la tienda de aplicaciones donde se puede descargar.

“Baby blue”, la canción que sonó al final del último capítulo de “Breaking Bad” aumenta sus reproducciones en Spotify un 9.000 %

Ha sido una serie de televisión que ha generado una enorme expectativa pero la repercusión, además de en audiencia frente a la caja tonta se ha podido medir en Internet, no tanto por las descargas del último episodio (que también) como por la cantidad de veces que se ha escuchado y descargado la canción con la que finalizaron las aventura de Walter White

“Baby blue ” fue la melodía elegida para acompañar musicalmente los últimos instantes de la serie “Breaking Bad”, y la respuesta de los espectadores no se hizo esperar, elevando hasta un 9.000 % el número de reproducciones habituales de dicho tema a través de la plataforma musical Spotify, que probablemente jamás había enviado tantas veces una única canción en un lapso de tiempo tan reducido.

Porque además, en la estadística de la plataforma de difusión de música en streaming, consta que en el mismo minuto en el que finalizó la emisión por televisión del último capítulo de la serie de la cadena AMC fue cuando se produjo el espectacular pico de demanda de dicha canción en los servidores de Spotify.

Además de la canción de marras también batió records de “audiencia” en Internet (léase bajadas ilegales) el propio capítulo titulado “FeLiNa“, debido a las nomenclaturas de los elementos químicos hierro (presente en la sangre), litio (en la metanfetamina que elaboraba el protagonista) y sodio (presente en las lágrimas). En las primeras 12 horas tras concluir la emisión del capítulo más de 500.000 personas piratearon el mismo a través de la Red, especialmente en Australia, Estados Unidos y Reino Unido, por orden de cantidad de aficionados a Walter White y sus manejos con la química.

Un índice elevado pero aún lejos de la casi inalcanzable marca establecida por el primer capítulo de la tercera temporada de “Juego de Tronos”, que llegó a descargarse 5.200.000 veces a través de BitTorrent.

Google apuesta por la tecnología gestual

Google ha comprado la compañía Flutter, una interfaz que utiliza los gestos de las manos para detectar el movimiento. En la industria se le conoce como la “Kinect para OS X”, ya que su tecnología es principalmente para el software de Apple.

Sin embargo, con esta operación Google podría introducir nuevas capacidades en sus aplicaciones nativas o quizás para Android, tal y como apunta The Next Web.

Lo cierto es que Flutter había manifestado su intención de añadir soporte para Netflix y YouTube, y esto es lo que probablemente haya despertado el interés de Google.

Cabe destacar que el gigante de Internet está explorando nuevas maneras de interactuar más con los ordenadores, más allá de la mera utilización del teclado y el ratón.

La empresa cuenta con Gmail Motion, donde los usuarios pueden hacer pruebas para controlar su correo electrónico simplemente usando el movimiento del cuerpo.

Un portavoz de Google ha confirmado la compra manifestado que Flutter contribuirá y apoyará los esfuerzos de investigación de Google. “Estamos muy impresionados con la capacidad de su equipo para diseñar nuevas tecnologías basadas en la investigación de vanguardias”.

El CEO de la compañía, Naveet Dalal, ha declarado que el equipo continuará con sus investigaciones dentro del gigante de las búsquedas.

Por el momento, no hay detalles sobre el precio o los términos del acuerdo.

¿Está acabando Google con nuestra memoria?

Lo que sigue son unos fragmentos del libro de Clive Thompson Smarter Than You Think: How Technology Is Changing Our Minds for the Better, que acaba de publicar Penguin Press.

¿Está acabando internet con nuestra capacidad de recordar datos? Si alguna vez se ha lanzado a su smartphone durante una discusión de bar (“Cantante que solo tuvo un éxito y hoy es el padre de una estrella del pop que hace bailes obscenos”, ¡Billy Ray Cyrus!), entonces seguro que siente un persistente temor a estar perdiendo la memoria. Y, seamos sinceros, a medida que surjan herramientas de búsqueda cada vez más alucinantes y poderosas --desde el Watson que juega a Jeopardy! de IBM hasta la “búsqueda predictiva” de Google Now--, esa inquietud no va a hacer más que aumentar.

¿Es verdad? ¿Cada vez que echamos mano al ratón porque se nos han olvidado los ingredientes del Tom Collins o la capital de Arkansas estamos perdiendo la capacidad de retener conocimientos?

La respuesta rápida es que no. Las máquinas no están destrozando nuestra memoria.

La respuesta más larga es que ¡se trata de algo muchísimo más extraño!

Lo que sucede en realidad es que hemos empezado a adaptar las máquinas a una vieja técnica que desarrollamos hace miles de años, la “memoria transactiva”. Es decir, el arte de almacenar información en las personas que nos rodean. Hemos empezado a tratar los motores de búsqueda, Evernote y los smartphones como siempre hemos tratado a nuestros cónyuges, amigos y colegas. Son los cómodos dispositivos que utilizamos para compensar nuestra escasa capacidad de recordar detalles.

Porque, francamente, a nuestro cerebro siempre se le ha dado muy mal recordar detalles. Sabemos retener la información esencial. ¿Pero los datos concretos y engorrosos? No tanto. En un estudio de 1990, mucho antes de que las redes corroyeran nuestras mentes como se piensa, el psicólogo Walter Kintsch llevó a cabo un experimento en el que los sujetos leían varias frases. Cuando les preguntaba 40 minutos después, solían poder de recordar las frases al pie de la letra. Cuatro días después, eran totalmente incapaces de recordar la formulación exacta de la frase, pero aún sabían describir su significado.
La excepción es cuando alguien está obsesionado con un tema. Si una persona es muy aficionada a algo concreto --fútbol, la Guerra de Secesión, Pokémon--, suele tener gran facilidad para absorber y retener detalles. Cuando uno es experto en algo, no le cuesta nada aprender datos nuevos sobre la materia. Pero eso solo pasa con cosas que nos apasionan. Los aficionados al béisbol pueden recitar las estadísticas de sus jugadores favoritos y en cambio olvidar cuándo es su propio cumpleaños.

La humanidad, pues, siempre ha recurrido a dispositivos para averiguar esos detalles. Hace mucho que almacenamos conocimiento en libros, papeles, notas de Post-it.

¿Y cuándo necesitamos obtener información sobre la marcha, en cualquier momento y a toda velocidad? Entonces no utilizamos documentos tanto como creemos. No, recurrimos a algo mucho más inmediato: otras personas.

El psicólogo de Harvard Daniel Wegner y sus colegas Ralph Erber y Paula Raymond iniciaron el estudio sistemático de la “memoria transactiva” en los años ochenta. Wegner se dio cuenta de que los cónyuges, muchas veces, se reparten las tareas. El marido se sabe los cumpleaños de los familiares políticos y dónde están las bombillas de repuesto; la mujer, el número de la cuenta bancaria y cómo programar el DVD. Si se le pregunta al marido el número de cuenta, se encoge de hombros. Si se le pregunta a la mujer cuándo cumple años su cuñada, nunca se acuerda. Juntos, saben mucho. Por separado, un poco menos.

Wegner sospechó que ese reparto de tareas se produce porque tenemos una buena “metamemoria”. Somos conscientes de nuestras cualidades y limitaciones mentales podemos intuir la capacidad de recordar de otras personas. Después de mucho tiempo con un colega o una pareja, sabemos que, mientras que nosotros no conseguimos recordar la hora de nuestra reunión, o una noticia, o cuánto mide un kilómetro en relación con una milla, ellos sí. A unos les encanta el tema X; a otros, el tema Y. Así que cada uno empieza a delegar subconscientemente la tarea de recordar esos datos en el otro, a tratarlos como si fueran un cuaderno de notas o una enciclopedia, y ellos hacen lo mismo. En muchos aspectos, indicó Wegner, las personas son mejores que los cuadernos y las enciclopedias, porque responden con mucha más rapidez: no hay más que gritar una pregunta vagamente formulada al cubículo de al lado (¿Dónde guardamos el cacharro que usamos para ese asunto?) y obtenemos una respuesta en cuestión de segundos. Compartimos el trabajo de recordar, destacó Wegner, porque hace que, como colectivo, seamos más inteligentes.

Los experimentos han corroborado la teoría de Wegner. Un grupo de investigadores estudió a parejas de ancianos que llevaban décadas juntos. Cuando los separaba y les preguntaba de forma individual sobre cosas que habían pasado hacía años, a veces se equivocaban con los detalles. Cuando les preguntaba juntos, los recordaban sin problemas. ¿Por qué? Porque se daban mutuamente pistas, una forma de despertar los recuerdos del otro. Así recordaba una pareja un espectáculo que habían visto durante su viaje de novios, 40 años antes:

Mujer: Y fuimos a ver dos obras, ¿te acuerdas de cómo se llamaban?

Hombre: Sí. Una era un musical, ¿o lo eran las dos? No… no… una…

Mujer: Actuaba John Hanson en ella.

Hombre: Canción del desierto.

Mujer: Canción del desierto, eso es, no me acordaba del título, pero sí, sabía que actuaba John Hanson.

Hombre: Sí.

En cierto sentido, estaban googleándose uno a otro. Otros experimentos han dado resultados similares. En uno de ellos, se enseñaba a unas personas a hacer una cosa difícil --montar una radio-- y se les examinaba una semana después. Los que habían aprendido en grupo y se examinaban con ese mismo grupo lo hacían mucho mejor que los que trabajaban a solas; juntos, recordaban más detalles y cometían menos errores. En 2009, unos investigadores observaron a 209 estudiantes universitarios en un curso de empresa, divididos en pequeños grupos para llevar a cabo un proyecto semestral. Los grupos que más utilizaban la memoria transactiva --es decir, los grupos cuyos miembros más recurrían unos a otros para recordar información-- sacaron mejor nota que los que no la empleaban. No es solo que los grupos trasactivos recuerden mejor: es que además analizan mejor los problemas y comprenden mejor sus principios fundamentales.

No recordamos de forma aislada, y eso está muy bien. “Simplemente, parece que grabamos tantos datos fuera de nuestra mente como dentro de ella”, escribe Wegner. “Las parejas que pueden recordar cosas de forma transactiva ofrecen a los individuos que la componen una capacidad de almacenamiento y acceso a una variedad mucho más amplia de informaciones que en caso contrario”. Estamos, según la deliciosa definición de Wegner, ante “los procesos mentales de la díada íntima”.

Y resulta que eso mismo es lo que hacemos con Google, Evernote y las demás herramientas digitales. Las tratamos como a unos amigos de memoria alucinante y que suelen estar a nuestra disposición. Nuestra “díada íntima” incluye hoy un cerebro de silicio.

Hace poco, una alumna de Wegner --la científica de la Universidad de Columbia Betsy Sparrow-- llevó a cabo varios experimentos que están entre los primeros que demuestran esta tendencia. Ofreció a sus sujetos frases con datos aleatorios (como “El ojo de un avestruz es más grande que su cerebro”, o “El transbordador espacial Columbia se desintegró al entrar en la atmósfera sobre Texas en febrero de 2003”) y les dijo que las escribieran en un ordenador. En algunos casos, les dijo claramente que la información no se iba a guardar. En otros, la pantalla les decía que se había guardado en una de cinco carpetas con nombres poco significativos, como DATOS, ASUNTOS o PUNTOS. Cuando Sparrow examinó a los estudiantes, los que sabían que el ordenador había guardado la información, en general, la recordaban peor que los que creían que los datos no se habían guardado. Es decir, si sabemos que una herramienta digital va a recordar un dato, es algo menos probable que lo recordemos.

Sin embargo, estamos bastante seguros de dónde podemos encontrar ese dato dentro del ordenador. Cuando Sparrow pidió a los estudiantes que recordaran si un dato se había guardado o se había borrado, se acordaban mejor de los casos en los que el dato se había guardado en una carpeta. Como explicó en un ensayo para Science, “pensar que uno no va a tener acceso a la información en el futuro refuerza la capacidad de recordar la información en sí, mientras que creer que la información se ha guardado en otro sitio refuerza la capacidad de recordar que es posible acceder a ella”. Cada situación refuerza un tipo diferente de memoria. Otro experimento llegó a la conclusión de que a los sujetos se les daba verdaderamente bien recordar los nombres concretos de las carpetas que contenían el dato exacto, pese a que los nombres de las carpetas eran de lo más anodino.

“Igual que mediante la memoria transactiva aprendemos quién sabe qué en nuestra familia y en nuestra oficina, estamos aprendiendo lo que ‘sabe’ el ordenador y cuándo debemos acudir al sitio en el que hemos almacenado la información en nuestras memorias informáticas”, escribió Sparrow.

Podría decirse que eso es precisamente lo que más miedo nos da: ¡nuestra capacidad mental está disminuyendo! Pero, como de indicó Sparrow cuando hablamos sobre su trabajo, ese pánico es exagerado. Llevamos siglos almacenando una gran parte de lo “sabemos” en las personas que nos rodean. No solemos ser conscientes de ello porque preferimos vernos como unos cerebros aislados y cartesianos. A los novelistas, en especial, les encanta ensalzar las glorias de la mente solitaria; es lógico, dado que su trabajo les exige estar sentados a solas en una habitación durante años y años. Pero los demás, en general, pensamos y recordamos de manera social. Somos más tontos y tenemos una mente menos ágil si no estamos con otras personas; y ahora, otras máquinas.

De hecho, como interlocutores transactivos, las máquinas tienen varias ventajas sobre los humanos. Por ejemplo, si les hacemos una pregunta, podemos acabar obteniendo mucha más información de la que creíamos. Si estoy tratando de recordar qué parte de Pakistán ha sido blanco de toneladas de bombas arrojadas por aviones no tripulados y le pregunto a un colega informado sobre los asuntos internacionales, me contestará que “Waziristán”. Pero cuando hice la pregunta en internet, me enviaron a la página de Wikipedia sobre “Ataques con aviones no tripulados en Pakistán”. Acabé leyendo sobre el asombroso aumento de los ataques con aviones no tripulados (de uno al año a 122 al año) y varias informaciones muy interesantes sobre la sorprendente división de opiniones entre los residentes de Waziristán. Es evidente que era una forma de perder tiempo --pasé alrededor de 15 minutos echando un vistazo a distintos artículos de Wikipedia sobre tamas relacionados--, pero también aprendí más cosas y mejoré mis conocimientos generales y “esquemáticos” sobre Pakistán.

Imaginemos que mi colega se hubiera comportado como un motor de búsqueda y me hubiera dado una conferencia de cinco minutos sobre Waziristán. Lo más probable es que yo le hubiera interrumpido bruscamente. “¡Venga, tío!, que tengo que volver al trabajo”. Cuando las personas nos sueltan información sin que se la hayamos pedido, resultan hasta groseros. Cuando lo hacen las máquinas, resultan fascinantes. Y hay muchas oportunidades de comprobarlo. Se podría pensar que los motores de búsqueda se utilizan sobre todo para responder preguntas, pero algunas investigaciones han descubierto que hasta el 40% de todas las búsquedas son para recordar. Estamos intentando refrescar los detalles de algo que ya sabíamos.

Si utilizar el ordenador para despertar la memoria transactiva tiene algo de peligroso, no es que nos vaya a volver más tontos o más desmemoriados. Es que su mecánica es inescrutable. La memoria transactiva es más eficaz cuando una persona sabe cómo funciona la mente de su interlocutor: qué se le da bien, qué se le da mal, si tienen algún prejuicio. Son cosas que es posible saber de la gente a la que conocemos bien. Pero con las herramientas digitales es más difícil, sobre todo con los motores de búsqueda. Son empresas privadas que protegen sus algoritmos como si fueran las joyas de la corona. Y en ese sentido son distintas a todas las formas anteriores de memoria transactiva mecánica. Una biblioteca pública, un cuaderno, un montón de papeles, no guardan secretos intencionados sobre sus mecanismos. Un motor de búsqueda sí, y muchos. Necesitamos aprender sobre estas herramientas del mismo modo que enseñamos a los niños a leer y escribir; tenemos que ser escépticos cuando las empresas de búsqueda aseguran que son árbitros “imparciales” de la información.

Además, la memoria transactiva no es un cheque en blanco cognitivo. Alumnos de bachillerato, lo siento por vosotros: seguís teniendo que aprenderos de memoria montañas de datos, por razones cívicas, culturales y prácticas, porque una sociedad necesita bases comunes de conocimientos. Y, a nivel personal, porque sigue siendo importante estudiar despacio y aprender a fondo los temas, entre otras cosas, porque el pensamiento creativo --los hallazgos más innovadores-- nace de una reflexión profunda y a menudo inconsciente, la labor del cerebro que da vueltas a todas las informaciones que ha absorbido.

Ahora bien, dejemos de preocuparnos por que el iPhone nos vaya a arrebatar la memoria de nuestro cerebro. Hace tiempo que la memoria no está ahí y, sin embargo, sigue a nuestro alrededor.

Clive Thompson es desde hace muchos años colaborador de The New York Times Magazine y columnista en Wired. Es autor de Smarter Than You Think: How Technology Is Changing Our Minds for the Better.

Silicon Beach nace de las cenizas de Myspace

Es fácil olvidar que Myspace empezó antes que Facebook y que podría haber valido miles de millones, pero varios errores de cálculo convirtieron lo que una vez fue una empresa de 600 millones de dólares en un simple recuerdo. En 2011, muchos de sus usuarios la habían abandonado, el equipo fundador se había marchado y su propietario, News Corporation, la vendió por solo 35 millones de dólares. Ahora se está reinventando como un sitio para que los músicos y otros artistas se comuniquen con sus fans.

Sin embargo, un sorprendente número de iniciativas han nacido de sus cenizas. Casi todos los miembros del equipo fundador de Myspace han creado una nueva compañía, y varios de ellos se encuentran entre los líderes del próspero sector de las empresas de reciente creación de Los Ángeles, conocido como Silicon Beach. Esa comunidad está creciendo por varias razones, como el flujo de capital, la gran cantidad de jóvenes talentos de la programación y sus nexos con los famosos de Hollywood. Pero los descendientes de Myspace también contribuyen a ello.

Hasta hace poco, la creencia general era que los empresarios de Los Ángeles tenían que trasladarse al norte, a Silicon Valley, pero el auge de Silicon Beach y la conexión con Myspace han ayudado a cambiar esa opinión. Los exmiembros de Myspace han acumulado más de 100 millones de dólares en financiación de capital riesgo.

Dos de sus fundadores, Chris DeWolfe y Josh Berman, se conocieron en la Universidad del Sur de California. DeWolfe escribió un plan de negocio para una red social que por aquel entonces llamaba SiteGeist. El sitio empezó como Myspace en 2003.

A principios de 2005, cuando Amit Kapur se presentó en una entrevista para un trabajo de marketing en Myspace, hacía un año que había abandonado la Universidad de Stanford en California. DeWolfe pidió a Kapur, que entonces tenía 23 años, que se incorporase a la empresa como jefe de desarrollo de negocio. Actualmente, Kapur es consejero delegado y cofundador, junto con dos amigos de Myspace, de Gravity, una empresa de personalización de webs.

En su mejor momento, Myspace tenía 76 millones de visitantes únicos al mes, pero acabó perdiendo oportunidades para innovar. Alcanzó un tamaño excesivo cuando llegó a contar con más de 1.500 empleados, señala Kapur. “Hubo oportunidades que simplemente no pudimos aprovechar”, explica.

La aparición de YouTube es un buen ejemplo. Cuando el sitio se creó en febrero de 2005, mucha gente de Myspace quiso introducir una característica parecida. Travis Katz, que se había incorporado a Myspace como director de negocio internacional, recuerda que les dijo a los representantes de News Corporation que necesitaban contratar inmediatamente 40 desarrolladores y 200 el año siguiente. “Eso era mucho más rápido que a lo que ellos estaban acostumbrados”, señala Katz. “Dijeron: ‘Paralicemos las contrataciones durante seis meses, respiremos profundamente y luego decidiremos qué necesitamos en realidad’. Pero no podíamos esperar seis meses. En seis meses, Youtube pasó de dos millones a 80 millones de usuarios”.

Gracias al éxito inicial de Myspace, sus primeros directivos obtuvieron mucho dinero con la venta a News Corporation. El capitalista de riesgo Bill Burnham calcula que el grupo principal obtuvo conjuntamente entre 20 y 25 millones de dólares.

En 2010, tres de los fundadores, DeWolfe, Colin Digiaro y Aber Whitcomb, crearon Social Gaming Network (SGN).

En 2012, Digiaro abandonó SGN para crear Eclipse.io, una empresa tecnológica de anuncios para móviles. Indica que su experiencia en Myspace le enseñó a “no enamorarse nunca de una idea”.

Desde los años en que se fundó Myspace, la escena tecnológica de la zona de Los Ángeles ha cambiado considerablemente. El capital, en particular, ha aumentado de forma espectacular.

Es el caso de Berman, que en 2010 creó BeachMint, una empresa de comercio electrónico por suscripciones que se cita a menudo como una de las estrellas en alza de Silicon Beach. Ha recibido más de 80 millones de dólares en capital riesgo.

“La gente que trabaja en grandes empresas de aquí y que se marcha para crear otra cosa suele irse al norte”, explica el inversor Paul Bricault. “Pero mucha de la gente de Myspace se quedó, y eso ha sido un enorme catalizador”.

London School of Economics: la piratería no mata a la industria cultural

La piratería en Internet no es la causa de todos los males de la industria cultural. Es la conclusión del estudio Copyright & Creation A Case for Promoting Inclusive Online Sharing, publicado por la London School of Economics and Political Science (LSEPS), que, además, afirma que Internet ha ampliado públicos y el consumo de música, cine y videojuegos.

El trabajo de los académicos recuerdan casos de éxito como SoundCloud, donde los artistas pueden distribuir sus trabajos con diferentes licencias de reproducción o el de YouTube, donde las discográficas difunden su música para promover las ventas.

Copyright and Creation señala que las estrategias punitivas como las tres leyes promulgadas en Francia no han tenido ninguna efectividad, y recomiendan al Gobierno británico que cambie la Digital Economy Act para tener en cuenta los intereses del consumidor y de los propietarios de derechos. En ese sentido promueve el uso justo de los contenidos entre los individuos y que se centre la represión en las empresas. "Recomendamos una revisión de la DEA para que haya un equilibrio entre los intereses de los propietarios de copyright, los proveedores de servicios en Internet y los consumidores. La industria creativa y sus consumidores pueden explotar el potencial de Internet, lo que maximizará la creación de contenidos, para beneficio de sus creadores".

No es el primer estudio universitario que se publica en este sentido y que llega a la misma conclusión, pero sí el primero de la reputada universidad londinense y que además se envía al Gobierno británico. "Los ingresos por las ventas digitales, servicios de suscripción, transmisión y actuaciones en directo compensan la disminución de los ingresos por las venta de CD", dice el profesor titular y uno de los tres autores, Bart Cammaerts.

El informe muestra que la industria de los videojuegos está creciendo, el sector editorial es estable y la industria cinematográfica en EE.UU está rompiendo récords en cifras. "A pesar de que la Motion Picture Association (MPAA), la patronal del cine norteamericano, dice que la piratería en Internet está devastando la industria del cine, Hollywood logró el pasado año el récord de los ingresos mundiales de taquilla con 25.700 millones de euros en 2012, un 6% más que en 2011".

Cambio chupete por tableta

Los niños británicos de tres y cuatro años juegan con la tableta en su casa. Por lo menos el 28% de ellos, según el estudio anual de Ofcom, el regulador de las telecomunicaciones británicas, que analiza el uso en casa de los aparatos electrónicos entre la juventud.

Ofcom discrimina entre diferentes grupos de edades en un trabajo muy detallado, tanto por las pinzas de edad, por los aparatos que contempla como por el uso en los diferentes espacios del hogar.

Entre el grupo de 5 y 15 años de edad, el teléfono móvil ha bajado en un año del 49% al 43%, pero se debe principalmente a la caída de los móviles básicos, que bajan a la mitad, aunque suben los smartphones.

En el grupo de niños de 8-11 años, el 18% es propietario de un smartphone y en la misma proporción de una tableta; pero mientras la cuota del teléfono inteligente se mantiene estable de un año para otro, la de la tableta ha crecido cuatro veces desde 2012, cuando era de un 4%.

Los grandes cambios de los hábitos de los jóvenes en el hogar los está propiciando la tableta. En tres años de vida, es el aparato electrónico imprescindible del hogar. La tableta es el primer aparato que usan los niños más pequeños de la encuesta, de entre 3 y 4 años de edad; el 28% de ellos las usan, aunque no son suyas; pero también es el aparato que ha conseguiido que caiga el uso de televisores, consolas, radios y DVD en los dormitorios de los niños.

Ofcom señala que el uso de la tableta se ha triplicado entre los jóvens de 5 a15 años (del 14% al 42%), entre los niños de 5 a 7 años crece del 11% al 39% y entre los de 8-11 años del 13% al 44%. El acceso a Internet desde este aparato cuando llegan a casa ha crecido del 4% al 19% en un año. No hay otro caso similar. Hasta el smartphone empalidece ante su empuje. Uno de cada ocho niños de 3-4 años entra en Internet con la tableta. También este aparato sirve para jugar, triplicando al dígito de hace un año.

Respecto a las redes sociales y los jóvenes. por primera vez, dice Ofcom, hay una disminución de los perfiles y también una dispersión en redes no tan masivas. En este medio de comunicación, las niñas de entre 12 y 15 años sienten la presión de aparecer en la red como populares y atractivas, una presión que no sienten los niños.