La tranquila localidad alemana de Schwabisch Hall, en
el suroeste del país, necesitaba urgentemente trabajadores calificados,
así que hizo un llamamiento a todo el que buscase empleo en Europa. El
resultado: fue inundado con solicitudes de miles de aspirantes.
Envuelta en un gran delantal blanco, Catia Cruz da los últimos retoques a varios platos de ensalada de langosta.
Otro cocinero, con la cara brillante por el sudor, le indica dónde
encontrar el aderezo. Con un tono levemente irritado, cambia de alemán a
inglés para poder hacerse entender.
Catia todavía está aprendiendo las bases del negocio en esta atareada cocina de Schwabisch Hall.
Esta portuguesa de 28 años, procedente de una
pequeña localidad en las afueras de Lisboa, se acaba de mudar a Alemania
y forma parte del creciente "ejército" de jóvenes del sur de Europa que
han elegido viajar al norte en busca de trabajo.
Próspero rincón en el continente
Con sus adoquinadas calles inclinadas hacia el
río y sus hermosas casas hechas mitad de madera, Schwabish Hall es un
pintoresco pueblo construido hace cientos de años con la riqueza
procedente de las minas de sal de la Edad Media.
En la actualidad, este rincón de Europa sigue
siendo próspero. El estado de Baden-Wurtemberg es el hogar de muchas
pequeñas y medianas empresas familiares alemanas que constituyen la base
de las exportaciones del país. El único problema: la escasez de
trabajadores calificados.
De hecho, había tanta necesidad de mano de obra
que el alcalde decidió actuar. En enero, puso en marcha una campaña de
relaciones públicas e invitó a periodistas de todo el sur de Europa a su
ciudad, incluyendo a una joven reportera de Portugal.
Madalena Queiros escribió un elogioso artículo para un diario
económico de su país, en el que describía algo parecido a un paraíso de
salarios altos, guarderías gratuitas y ausencia de embotellamientos de
tráfico. En cuestión de horas, la nota se convirtió en viral en las
redes sociales.
La respuesta fue abrumadora, según cuenta Petra
Hildenbrandt, de la oficina de empleo de Schwabisch Hall. Las
computadoras de su oficina se vieron pronto inundadas de postulaciones,
15.000 tan solo de Portugal.
"Mientras intentábamos procesar todos estos CV, unas 60 personas simplemente aparecieron en el pueblo", recuerda.
"Vinieron en avión, en tren, en carro o en
autobús. Simplemente golpearon la puerta de la agencia y por supuesto
que intentamos ayudarlos", añade.
Pero por ahora tan solo una parte de todos los
postulantes han conseguido trabajo. Muchos no tenían la formación, ya
que la mayor parte de compañías alemanas buscan profesionales; jóvenes
como Rodrigo Garulo Galiana, recién salido de una universidad madrileña.
La dificultad de adaptarse
Rodrigo es ahora responsable de control de
calidad en Bausch y Stroebel, una compañía de equipamiento farmacéutico a
las afueras de Schwabish Hall.
A medida que caminamos por la fábrica, Rodrigo
parece cómodo con la maquinaria, pero me pregunto si será igual con los
lugareños.
"Al principio algunos de los trabajadores aquí
eran algo escépticos", afirma. "A lo mejor debido a mi acento pensaron
que no era muy inteligente, pero ahora la cosa va mejor y son más
amables conmigo".
Y es que por lo menos Rodrigo habla alemán
básico. Pero en la misma calle, en una fábrica de líneas de producción
para paneles solares, otro joven ingeniero español, David Costa Muñoz,
tiene problemas para comunicarse.
David, de 25 años, no tuvo otra opción que dejar
Barcelona. "Buscar trabajo allí era realmente muy complicado, las
empresas te invitan a una entrevista pero muy rara vez te ofrecen un
contrato", afirma.
David también asegura que en España hay cada vez menos empresas de
alta tecnología y que muchos ingenieros se ven obligados a trabajar como
técnicos.
En su amplia oficina, Bernd Spreche, el director
ejecutivo de la compañía, asegura que tardaron un año en contratar a un
especialista como David, porque los ingenieros alemanes son normalmente
tentados por las grandes compañías automotrices de la zona, como
Mercedes Benz, que ofrecen mayores salarios.
Se molesta si se le sugiere que su empresa se está beneficiando de la crisis en la eurozona.
"La crisis europea es también un gran problema
para nosotros", afirma. "Hoy en día nuestros clientes están
exclusivamente en Asia… en el viejo continente no hay negocio".
Petra Hildenbrandt, de la oficina de empleo,
afirma que la barrera idiomática es el principal problema al que se
enfrentan los recién llegados.
"Hay unas pocas compañías con un perfil
internacional en las que es suficiente con el inglés, pero en la gran
mayoría hay que poder comunicarse en alemán".
En una clase de alemán en el centro del pueblo
hay barras en las ventanas, ya que el edificio era una antigua prisión.
Pacientemente, la profesora intenta que cada uno de los 12 alumnos le
explique qué hay en un cuarto de baño. Después, pasa a la cocina.
En la clase hay portugueses, españoles y un joven griego, así como alumnos de Ucrania, Kazajstán y Rumania.
Algunos creen que los ejercicios son fáciles.
Otros, como María, una joven secretaria española, lo tiene difícil con
las largas palabras alemanas y su pronunciación.
Sin billete de vuelta
María no consiguió empleo todavía, aunque ha
enviado su postulación a más de 20 compañías locales. Trabajaba en un
fábrica en Fráncfort, pero su contrato terminó a principios de año.
Ahora puede optar al seguro de desempleo, pero
sin un alemán fluido reconoce que conseguir un trabajo bien pagado en
Schwabisch Hall es muy difícil.
"No es fácil vivir aquí", afirma, "pero me quedo porque en casa no
tengo nada y aquí por lo menos estoy aprendiendo una lengua nueva".
Al final de su largo turno en la cocina, Catia
Cruz no oculta su agotamiento mientras nos dirigimos a un bar en el
centro de la ciudad.
Con una cerveza de por medio, confiesa que a
pesar del buen ambiente del restaurante se siente sola. Sus padres, sus
hermanas, su marido y sus amigos están en Portugal. Algunos se preguntan
por qué vino a Alemania cuando tenía un empleo, su propio apartamento y
un auto en su país.
"El tema es que uno se puede matar trabajando en
Portugal y aun así no tener para comer. Pagamos tantos impuestos que no
podemos vivir, tan solo sobrevivimos", asegura.
Catia tiene ambiciones y su sueño es ir al
"Cordon Bleu", en Londres, y formarse como cocinera pastelera, pero para
eso necesita ahorrar dinero.
Trabaja muchas horas y admite que a menudo le desagradan los estereotipos norte/sur que existen en Alemania.
Le molestó particularmente cuando la canciller
federal alemana, Angela Merkel, sugirió que la gente del sur del
continente debería retirarse más tarde y tener menos días de vacaciones.
"En mi contrato aquí tengo 25 días libres y en
Portugal el máximo es 22, por lo que los alemanes tienen de hecho más
días libres que nosotros".
Escuchándola, recuerdo al personaje favorito de
Merkel, la austera ama de casa de Schwabish. Cuando aboga por la
austeridad, la canciller anima a los estados miembros a que emulen a
esta frugal señora del rincón más conservador de Alemania.
La realidad es que, guste o no, Alemania es uno
de los pocos países que ofrecen trabajo en la actual situación y si se
viene aquí, hay que hacerlo bajo sus condiciones.
La tormenta económica europea ha dejado sin
raíces a una generación de jóvenes que han encontrado su El Dorado en
territorio alemán.