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2013/06/26

La NSA accedió a millones de SMS de ciudadanos chinos

La Agencia de Seguridad Nacional (NSA) ejecutó ataques cibernéticos contra servidores chinos y accedió a millones de mensajes de texto (SMS) enviados desde móviles de China según ha desvelado el extrabajador de la CIA Edward Snowden al diario chino Sunday Morning Post.

La NSA atacó servidores y ordenadores chinos durante un periodo de cuatro años, de acuerdo con los documentos entregados por Snowden y citados por el periódico chino.

El analista informático ha hecho entrega una lista con los detalles de los ataques, que incluyen los ordenadores, las direcciones IP, el modus operandi y si el ordenador o servidor en cuestión seguía estando bajo control remoto, según ha publicado este domingo el Sunday Morning Post.

De esta forma, la NSA accedió a millones de SMS, una de las principales formas de comunicación en el país, transmitidos por las principales empresas de telecomunicaciones de China.

Además, hackeó los ordenadores de la empresa Pacnet, propietaria de una de las mayores redes submarinas de cableado de fibra óptica de Asia, en Hong Kong, y los de la Universidad de Tsinghua, un prestigioso centro de formación tecnológica e informática, el pasado mes de enero.

En los últimos años, expertos en ciberseguridad habían alertado en China de las graves brechas de seguridad en la red de equipamientos de empresas tecnológicas como Huawai, Datang o ZTE y que podrían propiciar ataques cibernéticos y socavar su seguridad ante los inversores extranjeros.

En las últimas informaciones publicadas, el diario británico The Guardian destapa un proyecto denominado Tempora bajo el cual las agencias de Inteligencia británicas accedieron, grabaron y almacenaron enormes cantidades de datos a través de los sistemas de telecomunicaciones de fibra óptima durante 18 meses.

El Gobierno de Estados Unidos expresó a comienzos de este año su preocupación por los ataques cibernéticos, supuestamente ejecutados por expertos informáticos chinos, de los que fueron objeto medios de comunicación estadounidenses como The New York Times o The Wall Street Journal.

¿Por qué Snowden, el espía y ex de la CIA, aconsejaba meter el celular en la heladera?

El "espía espiado", Edward J. Snowden, responsable de filtrar el programa de espionaje de la Agencia de Seguridad Nacional norteamericana (NSA), quería evitar a toda costa que accedieran a sus comunicaciones. Es por eso que, para evitar que las autoridades "pincharan" su teléfono, Snowden insistió a los abogados que estuvieron asesorándolo en Hong Kong que introdujeran sus celulares en el frigorífico.

Según argumentó el ex técnico, el objetivo de este comportamiento consistía en tratar de "bloquear cualquier tipo de monitorización".

La razón no se explica por la temperatura del congelador, sino por el efecto llamado "Jaula de Faraday", que provoca que el campo electromagnético en el interior de un conductor en equilibrio sea nulo, anulando el efecto de los campos externos y por ende borrando cualquier señal del teléfono celular, según explica The New York Times.

Recientemente, un juzgado de Madrid condenó a una mujer que robó comida de un supermercado utilizando este sistema: forró los productos con papel de aluminio para sortear los dispositivos de alarma.

"La idea es bloquear las señales de radio que se pueden usar para transmitir datos de voz y bloquear todo el audio", señala Adam Harvey, experto en seguridad, al diario estadounidense. Los congeladores, normalmente fabricados de metal envuelto en gruesas capas aislantes, pueden bloquear cualquier tipo de señal, y por tanto, impide la transmisión de datos.

Snowden tenía claro que estaba siendo espiado y trató de poner remedio. No optó por la opción de apagar el dispositivo, ya que muchos de los dispositivos actuales, no solo teléfonos, tienen "estados a medias entre completamente encendidos y completamente apagados", expresa Seth Schoen, experto de la Electronic Frontier Foundation.

También reveló que la extracción de la batería tampoco sería suficiente, ya que "algunos dispositivos disponen de fuentes de energía adicionales en su interior".

El pasado año se presentó una chaqueta especial denominada Escape Jacket, que contiene un bolsillo que provoca el efecto "Jaula de Faraday" que consigue silenciar el móvil y las señales radioeléctricas.

La librería Barnes & Noble deja de fabricar tabletas en color

La librería estadounidense Barnes & Noble anunció el martes que renunciaba a las tabletas en color para concentrarse en los lectores en blanco y negro, tras haber visto caer un 34% en tres meses las ventas de su división Nook.

La tableta color Nook, que no ha encontrado su lugar en un mercado copado ya por pesos pesados como Apple, Amazon, Google o Samsung, no se fabricará más, indicó Barnes & Noble en un comunicado.

Las reservas remanentes serán puestas en venta hasta las fiestas de fin de año.

El grupo quiere ahora trabajar de manera asociada con un fabricante de tabletas al que ofrecerá sus contenidos en color (revistas, films y libros).

De todos modos, la librería continuará fabricando su tableta en blanco y negro "Nook Simple Touch" y el modelo con más luminosidad "Glowlight", a las que calificó de "muy populares", al igual que los contenidos numéricos vinculados con éstas, principalmente libros electrónicos.

Barnes & Noble, que publicó el martes sus resultados anuales, tuvo pérdidas por 119 millones de dólares en el ejercicio 2012/2013 cerrado a fines de abril, casi el doble de los 57 millones registrado el año anterior.

La división Nook, que agrupa a las tabletas y el contenido numérico, sufrió una baja de 16,8% anual en sus ventas, por 776 millones de dólares, con una brutal caída del 34% en el último trimestre, informó AFP.

Los robots también se suben al escenario

El grupo musical Z-Machines, compuesto por tres robots de creación japonesa, ofreció hoy su primer concierto en un conocida sala del centro de Tokio ante decenas de espectadores y un gran número de medios de comunicación.

Detrás de este proyecto de "música del futuro", que ha sido patrocinado por una conocida marca de bebida alcohólicas, se encuentra Yoichiro Kawaguchi, profesor de informática de la Universidad de Tokio, y el artista Naofumi Yonetsuka, especializado en creaciones mecánicas.

Este último es el padre del androide guitarrista y también del batería, capaz de aporrear con sus seis brazos 22 puntos de percusión distintos.

"Lo que toca Ashura es el equivalente de cuatro personas dándole a la batería", explicó durante el concierto en la sala Liquid Room Yonetsuka, que tampoco ha escatimado en medios a la hora de crear al guitarrista, Mach, que tiene 78 dedos y maneja 12 púas.

El resultado es una máquina parlante que tiene un monitor por rostro y una melena fabricada con cables LAN y que es capaz de tocar con un tempo de más de 1.000 batimientos por segundo, lo que unido a la frenética percusión de Ashura genera un sonido enérgico y vibrante.

Por su parte, Kawaguchi creó al teclista Cosmo "con la forma de un pez superevolucionado" para acompañar a los otros dos intérpretes en este proyecto concebido con la idea de brindar al público "un concierto del futuro".

En su debut en la capital nipona, el guitarrista Mach, el batería Ashura, y el tecladista Cosmo arrancaron interpretando un tema concebido expresamente por DJ Tasaka, una reconocida figura de la música electrónica nipona, llamado "Post People, Post Party".
Le siguió "Magic" de Amoyamo, dúo formado por dos jóvenes y extravagantes cantantes de J-pop que responden a los nombres de Amo y Ayamo y que cantaron en directo el corte junto a la banda robot.

"Galaxy", otro tema electrónico concebido por cinco artistas nipones a través de una aplicación para smartphone llamada "Nana", cerró el evento.

La idea es que el conjunto robótico continúe actuando e interprete temas creados o propuestos expresamente por sus fans nipones en próximos conciertos.

Japón es conocido por haber creado otros "robots artistas", como HRP-4C, una sofisticada máquina con aspecto de mujer japonesa que ha cantado en directo varias veces desde que fue presentada en 2009.

Saturno desnuda sus tormentas gigantes

Una vez al año en Saturno -cada 30 años terrestres- se genera una tormenta de enormes proporciones, denominada 'gran mancha blanca', que afecta al aspecto de su atmósfera a escala global.
Un estudio dirigido por investigadores del Instituto de Ciencias del Espacio (ICE, CSIC-IEEC), en colaboración con  la Universidad del País Vasco y la Universidad Europea Miguel de Cervantes da las claves para entender cómo se desarrollan estas tormentas gigantes mediante el análisis de la de 2010. El trabajo se publica en Nature Geoscience. Desde el siglo XIX hasta finales del siglo XX sólo se han observado cinco grandes tormentas. La sexta tormenta estaba prevista para 2020, pero se anticipó diez años y apareció en diciembre de 2010.
La nave espacial Cassini (NASA-ESA) obtuvo imágenes de muy alta resolución de la gran estructura meteorológica. La tormenta se originó en un foco pero rápidamente se alargó en longitud y produjo una alteración en la atmósfera, generando un anillo de nubes blancas que envolvió el planeta en menos de dos meses.
La tormenta fue tan activa que produjo un calentamiento de más de 60º C de la alta estratosfera situada encima de la tormenta. Además la sonda Cassini, en órbita alrededor de Saturno, registró una actividad eléctrica sin precedentes durante los siete meses de vida de la tormenta. El análisis de las imágenes de la tormenta enviadas por la sonda Cassini, así como los modelos por ordenador y el análisis de sus nubes, han permitido a este equipo de científicos explicar por primera vez el comportamiento de la tormenta.
Los resultados no solo aportan el descubrimiento de fuertes vientos asociados a la tormenta, sino que también desvelan el mecanismo que los genera. Los modelos matemáticos han reproducido la tormenta en un ordenador y dan una explicación física del comportamiento del fenómeno. Los cálculos demostraron que el foco de la tormenta, situado en las capas inferiores de la atmósfera y totalmente oculta a las observaciones desde el espacio, debió de transportar ingentes cantidades de gas a las capas más altas de la atmósfera del planeta donde se encuentran las nubes visibles, y liberar mucha energía que alteró el aspecto del planeta durante meses.

Esta inyección energética masiva interaccionó violentamente con los vientos dominantes de Saturno para producir los vientos observados de 500 km/h. "No esperábamos encontrar una circulación tan violenta en la región de desarrollo de la tormenta, que era síntoma de una interacción particular entre la tormenta y la atmósfera del planeta", comenta el autor principal, Enrique García, del ICE y la Fundació Observatori Esteve Duran.
Fuente de energía desconocida

Todavía resulta un misterio la fuente de energía de estas tormentas gigantes, situada posiblemente a unos 250 km por debajo del techo de nubes visibles desde el espacio, donde condensa el agua en Saturno. A pesar de su enorme actividad, la tormenta no es capaz de modificar sustancialmente el régimen de vientos dominantes, que soplan permanentemente en la misma dirección que los paralelos terrestres, pero sí interaccionar violentamente con ellos.

El estudio de estos fenómenos permite conocer mejor los modelos meteorológicos y de comportamiento de la atmósfera terrestre en un medio ambiente muy diferente e imposible de simular en un laboratorio. Las tormentas de Saturno son un banco de pruebas de los mecanismos físicos que generan otros fenómenos meteorológicos en la Tierra.

¿Es la vida más antigua que la Tierra?

Toda la vida es extraterrestre. Hace 9.000 millones de años, mucho antes de que la Tierra fuese siquiera un proyecto de planeta, las piezas con las que después se construirían los organismos vivos ya existían en el universo. Alexei Sharov, del Instituto Nacional del Envejecimiento en Baltimore (EEUU), y Richard Gordon, del Laboratorio de Especímenes del Golfo en Florida, han planteado esta hipótesis apoyándose en una ley planteada en los años 60 para calcular el ritmo al que crecería la capacidad de los ordenadores. En 1965, el cofundador de Intel Gordon E. Moore afirmó que el número de transistores por unidad de superficie en circuitos integrados se había duplicado cada año desde la invención de los circuitos en 1958 y que la tendencia continuaría durante la siguiente década.

El tiempo ha dado la razón a Moore y su ley ha mostrado su utilidad para hacer predicciones en otros campos. Según se explica en la revista MIT Technology Review, el número de publicaciones científicas, por ejemplo, se duplicó una vez cada 15 años entre 1960 y 1990. Reconstruyendo ese proceso a la inversa, se podría calcular el inicio de las publicaciones científicas hacia 1710, durante la época en que vivió Isaac Newton.

En un artículo publicado en Arxiv, Sharov y Gordon cuentan cómo tomaron como referencia los niveles de complejidad de la vida en distintos niveles de la evolución: desde los procariotas, un tipo de organismos formados por una sola célula sin núcleo al que pertenecería el ancestro común a todos los seres vivos del planeta, a los eucariotas, formados por la asociación entre procariotas, a los seres más complejos, formados por varias células eucariotas, como los gusanos, los peces o los mismos humanos. Con estas referencias calcularon que el ritmo al que se incrementaba la complejidad de la vida era exponencial como el predicho por la ley de Moore y que se doblaba cada 376 millones de años.

Con esa estimación, hicieron el cálculo hacia atrás, desde los seres más complejos hasta llegar al primero de los nucleótidos, una especie de ladrillos de ADN con los que se empezaron a construir todos los seres vivos. El resultado colocaba el origen de la vida hace unos 9.500 millones de años, con un margen de error de 2.500 millones de años arriba o abajo. Si su cálculo fuese correcto, la vida habría aparecido mucho antes de la formación de la Tierra, hace 4.500 millones de años, y su nacimiento podría incluso estar muy cercano al Big Bang, el gran estallido que dio origen a nuestro universo hace 13.600 millones de años.

El planteamiento, que según reconocen los propios autores es muy especulativo, tiene varias consecuencias interesantes. Por un lado, la vida habría llegado a la Tierra desde el espacio viajando a bordo de cometas o asteroides, pero la hipótesis descartaría que una especie extraterrestre superior hubiese sembrado de vida nuestro planeta. La vida necesitó unos 5.000 millones de años para alcanzar la complejidad de las bacterias y, por lo tanto, no sería posible que cuando apareció la Tierra ya hubiese seres inteligentes en otros lugares del cosmos.

"Nuestra hipótesis implica que la vida sería muy similar en otros planetas, al menos en la parte vecina de nuestra galaxia, pero eso no significa que los ritmos de evolución sean los mismos en todos los planetas", explica Sharov. "La vida evolucionará más despacio en planetas con ambientes hostiles", pero las civilizaciones como la humana estarían empezando a surgir justo ahora porque "todos los planetas con condiciones favorables mostrarán similares ritmos de evolución, porque esos ritmos estarán determinados principalmente por factores intrínsecos", añade.
Críticas al estudio

Las implicaciones de que Sharov y Gordon tuviesen razón serían enormes, pero muchos científicos ya han mostrado su escepticismo. En otro artículo publicado en Arxiv, un equipo dirigido por Caren Marzban de la Universidad de Washington, recuerda la escasez de datos que existen sobre los organismos que vivieron en la Tierra durante sus primeros 2.000 millones de años de historia. Por ejemplo, señalan, "el tamaño del genoma funcional de los procariotas se estima a partir del genoma más pequeño de este tipo de organismos" y hay incertidumbres de millones de años sobre el momento en el que sus genomas se transformaron.

Además, según explica el líder del grupo de Genómica Comparativa del CRG, Toni Gabaldón, "sabemos que el tamaño del genoma no tiene por qué incrementarse linealmente". "En el caso de la endosimbiosis, por ejemplo, cuando las células procariotas se asociaron para formar células eucariotas, el pool de genes se duplicó en un evento", añade. "Por otro lado, sabemos que en otras ocasiones los genomas han disminuido. Por ejemplo en algunas bacterias, se ha perdido parte del genoma por adaptación a un nicho muy reducido", concluye.

Otro de los defectos que detecta Marzban en su artículo es que sólo se utilicen regiones codificantes como medida de la complejidad del genoma, sin tener en cuenta que el papel de regulación de las zonas del genoma que no codifican pueden agregar una complejidad que se ignora. "Basar la complejidad del genoma de organismos extintos basándose en una estimación incierta del tamaño del genoma funcional de organismos actuales, puede ser doblemente defectuoso", afirma. En resumen, si se incluyen factores de incertidumbre como los mencionados, Marzban y su equipo consideran que el origen de la vida podría situarse sin problemas por debajo de los 4.500 millones de años de edad de la Tierra.

Pese a todo, los autores del estudio siguen defendiendo la validez de sus planteamientos como ejercicio para superar el pensamiento convencional. "Muchos libros de texto y artículos científicos presumen que la vida comenzó en la Tierra sin cuestionar esa asunción", enfatiza Gordon. "Nuestro artículo abre la puerta para que esa asunción se evalúe más a fondo", afirma.

Pese a las discrepancias, todos los investigadores están de acuerdo en una cosa: "Lo que nos daría pistas sobre si la vida se originó en la Tierra o en otros planetas, sería encontrar restos de vida en esos planetas", asevera Gabaldón. Sharov también cree que un hallazgo de ese tipo es la única manera de zanjar este debate. "Si la Tierra fue contaminada con la vida, entonces otros objetos del Sistema Solar también fueron contaminados, pero como los entornos de otros planetas y satélites suelen ser muy hostiles, es probable que la evolución de la vida haya sido más lenta que en la Tierra", explica el investigador de Baltimore.

"Por lo tanto, es posible que encontremos bacterias que sean mucho más cercanas a las que viajaron por el espacio", añade. "No obstante, es posible que algunas bacterias hayan viajado desde la Tierra a otros objetos del Sistema Solar, así que necesitaremos modelos matemáticos para distinguir los colonos originales de otras adiciones posteriores que pudiesen llegar por medio de viajes interplanetarios", remacha.

¿Por qué soñamos lo que soñamos?

Lo mejor de los sueños es que nos los creemos mientras dormimos. Nada nos choca, ninguna incongruencia nos parece ilógica y todos los personajes son bienvenidos como un vecino de pueblo, excepto los monstruos y los políticos. ¿A que sí? Un buen sueño es un sindiós de ideas, palabras, imágenes y personas revolcándose en un cajón de sastre que no nos parece nada desastroso. Y con nosotros dentro, indemnes, siempre a punto de ser golpeados por el siguiente elemento que el cerebro tira dentro, pero finalmente siempre a salvo de todo, de los arañazos y mordiscos de las bestias que nos persiguen.

"Por ejemplo, es muy común encontrar gente del pasado en nuestros sueños, sin que eso nos alarme lo más mínimo, aunque sea totalmente incongruente porque hayan muerto o haga décadas que no coincidimos", comenta a Quo el neurólogo Patrick McNamara desde el campus de Prescott Valley de la Northcentral University (Arizona, EEUU). Por eso, nos damos el gustazo de hablar con nuestros antepasados sin la pena y el bloqueo que podría suponer la impresión de topárnoslos de nuevo.

El porqué de que casi nunca sintamos la incisión del colmillo en nuestras carnes, el abrazo de un viejo amigo o el esperado beso de la pin up que pasaba por allí responde al nivel de activación de las diferentes áreas cerebrales. "Durante el sueño están más activos los lóbulos temporal y parietal, que son sobre todo los encargados de procesar las imágenes, lo visual", y menos las sensaciones, explica la neuróloga y neurofisióloga Elena Urrestadazu, de la Unidad del Sueño de la Clínica Universitaria de Navarra.

Aun así, que el cerebro comprenda lo que ve no quiere decir que tenga un sentido crítico; es decir, no significa que haya una explicación lógica para que esas imágenes aparezcan: "La parte del cerebro que sabe qué es la realidad no está activa durante el sueño, y por eso no nos extraña nada de lo que vemos y nos lo creemos todo", añade Urrestadazu. Eso es lo más bonito de los sueños, que tiene uno permiso de la mente para entregarse a la locura tumbado y tan a gusto.

La investigación sobre el sueño quiso adelantarse un paso desde que Sigmund Freud (1865-1936) tratase de interpretar su significado, pero se saltó el primer estadio: saber de dónde salen el atrezo de objetos, el reparto de personajes y el catálogo de localizaciones que aparecen en nuestra maravillosa película nocturna. Y el asalvajado argumento que lo guía todo. Gracias a técnicas de diagnóstico por imagen que los neurólogos habrían soñado tener hace solo 20 años, la neurociencia tiene ahora indicios firmes de que dormir y, en concreto, soñar son mecanismos necesarios para el proceso de memorización. Lo que McNamara parece tener ya claro es el orden en el que solemos memorizar las situaciones: primero las coordenadas espaciales, como habitaciones, espacios...; después es el turno de las personas; y finalmente se nos graban los objetos que intervinieron en la acción.

Los experimentos de Mark Blagrove, de la Universidad británica de Swansea, son de mucha ayuda para comprender la composición de las escenas y su relación con los recuerdos. El ritual se parece a un vodevil, por aquello de los actores entrando y saliendo del escenario –la mente–, cada uno con su procedencia y sus razones. Parece ser que los sueños están compuestos sobre todo de recuerdos inmediatos, del propio día, y de otros que provienen de hace unos 5, 6 o hasta 7 días.

Si Blagrove –y otros colegas de profesión a los que ha estudiado– está en lo cierto, las experiencias del día quedan titilando en la memoria más inmediata (situada en el hipocampo), y por eso están más presentes. Entonces, comienzan a asentarse como recuerdos duraderos, un proceso que les toma esa semana corta, y después pasan a la memoria de largo plazo. Así que, según parece, cuando esas experiencias han solidificado transitan de nuevo por un nivel más consciente hacia su morada definitiva y aparecen en nuestros sueños junto con los recuerdos del día. Blagrove llegó a estas conclusiones después de estudiar los registros de sueños de los participantes en un estudio y compararlos con los diarios escritos de sus vidas reales.

Hay un tercer grupo de imágenes que bucea entre nuestras sábanas y que procede de otros rincones de nuestra autobiografía mental más antigua. Al tratar de ordenar y hacer útil la información que el cerebro está almacenando, despierta otros recuerdos o datos similares mucho más escondidos en sus archivos, que podrían concatenarse con los que está procesando por si fuera útil relacionarlos. Eso quizá explique por qué se presentan en nuestras noches los eventos y personas más insospechadas. Y como decía el investigador de Arizona, no nos sorprende en absoluto, aunque sean personajes enviados por el pasado. Lo que sí conserva una cierta relación con la realidad es el minutado de los episodios nocturnos: "La sensación de tiempo que tenemos es bastante ajustada a los minutos que dura la narración. Por eso, durante las fases REM más prolongadas se dan los sueños más largos", afirma Patrick McNamara.
De charla con Napoleón

Pero como queda dicho, la parte más lógica del cerebro está echando la siesta a esas horas, y no monta las películas de un modo comprensible. Esa es la razón por la que a veces no podemos ni explicar qué hemos soñado, "aunque el cerebro trata de confeccionar un relato", como nos explican desde Navarra. Esa mezcolanza sin orden ni concierto es la que hace que incluso los lugares, las personas y objetos muten sobre la marcha, y lo que comenzó siendo una conversación con tu hermano culmine siendo una charla con Napoleón.

También el orden en que toda esa fauna pasa por el escenario suele ser caótico, algo que el investigador estadounidense achaca a que el cerebro está rompiendo y volviendo a recomponer los recuerdos para empaquetarlos del mejor modo posible. ¿Y a qué llamamos "el mejor modo"? Pues a memorizar de forma evolutivamente útil. La explicación la encontramos en la neuróloga de la Clínica de Navarra: "Nosotros no memorizamos exactamente las cosas tal como ocurrieron. Las ordenamos de un modo más abstracto para poder aplicarlas a otros casos en el futuro". Es decir, el recuerdo de que un león suelto nos mordió nos ayudará a correr la próxima vez que lo veamos.

Elena Urrestadazu cuenta otro mecanismo que, en cierto modo, funciona a la inversa: que las aventuras que nos suceden durante los sueños sirven para aprender, sin necesidad de que procedan de experiencias vividas: "Puede ser que los niños sueñen con situaciones que nunca han protagonizado para que ello les sea útil como entrenamiento, y saber qué hacer después en ellas si se presentan en la vida real".

Lo malo es cuando el cerebro es disfuncional. Entonces sí que todo puede ser una gran pesadilla que da continuidad a la enfermedad diurna del individuo. Gracias también a experimentos que hacen seguimiento de los diarios de ensoñaciones, McNamara ha comprobado que "las experiencias de los enfermos mentales son diferentes de los de las personas sanas". Según él, "los depresivos sueñan con menos personajes, sufren más escenas de agresiones y recuerdan menos detalles del ambiente, el paisaje, los objetos...".

Y por su lado, y siguiendo una lógica con su disfunción cerebral, "quienes padecen de esquizofrenia tienen más pesadillas y tienden a toparse de forma más habitual con seres sobrenaturales; en cambio, sienten menos emociones que cualquier otra persona", añade el estadounidense. Es algo muy coherente, teniendo en cuenta que el principal problema de un cerebro esquizofrénico es el de la incapacidad de distinguir entre realidad e imaginación, y el del déficit de empatía. Y claro, si a ello le añadimos que el cerebro lógico está roncando cuando dormimos, el efecto se multiplica.

La noche para muchos de ellos es un castigo quizá porque la naturaleza está ocupada en consolar a los seres de la creación que aún siguen del lado de la cama de los (supuestamente) cuerdos. Sí, porque a las personas sanas que han pasado un mal trago dormir no solo les repara el cuerpo, sino que recompone su ánimo. Eso opina el psiquiatra Ernest Hartmann, de la Universidad de Metford (Massachusetts, EEUU). Él es otro de esos cuyos desvelos consisten en preguntar a decenas de pacientes qué han soñado y hacer un seguimiento concienzudo de los detalles.

Y especialmente se ha ocupado de observar cómo los disgustos, las penas, las grandes alegrías y, en general, las grandes emociones manchan el día, se lavan en la oscuridad y salen limpias por la mañana como sábanas lavadas. Ha descubierto que, por ejemplo, la noticia de una muerte nos genera sueños más vívidos y con más concreción –aunque no necesariamente se trate de pesadillas–, en vez de originar cuentecitos inconexos de los que se nos pueden presentar cualquier otro día en el que no nos ha pasado nada especialmente reseñable.
Cama de matrimonio

Sus hipótesis, aún en estado preliminar, también tienen que ver con ese matrimonio que siempre se acuesta junto: la memoria y los sueños. Hartmann ha publicado estudios en los que expone que eso que él llama "imágenes intensas", que revivimos después de una experiencia dolorosa, reflejan la trabajosa digestión que el cerebro está realizando para procesar correctamente ese recuerdo y, de nuevo, colocarlo en un lugar y con una etiqueta que, por más que sea lacerante, nos sirva para próximos malos momentos.

Digamos que, según este investigador, si la pesadilla está bien fabricada por la mente, "los traumas se hacen menos traumáticos", en sus propias palabras. ¿Y cómo saber si el mal trago ha sido lo suficientemente atinado? ¿Leyendo los sueños? En muchos casos, no recordamos qué ni quién se ha paseado por nuestra mente en esas horas, o no somos capaces de ordenarlo, tal como hemos visto.

Cumplir ese viejo sueño de grabar la sesión golfa de nuestra mente no es solo un anhelo de los investigadores, sino de media humanidad; y de la CIA más que de ninguno. Y lograrlo puede estar más cerca que nunca si los japoneses abundan en un experimento cercano al suplicio. El equipo del neurocientífico Yukiyasu Kamitani en el Instituto Internacional de Investigación de Telecomunicaciones Avanzadas (Kioto) se ha dedicado en los últimos años a la pequeña tortura de despertar a sus pacientes en lo mejor y preguntarles con qué estaban soñando. Es como cuando estás cayendo y te preguntan: "¿Estás dormido?" Horror. Pero hay que reconocer que han despertado un gran revuelo científico y mediático al lograr monitorizar mínimamente qué estaba pasando por la cabeza de sus particulares bellos y bellas durmientes.

La tecnología, un escáner de imagen por resonancia magnética funcional (IRMf), es compleja, pero el sistema de interpretación se entiende fácilmente. Imaginemos que la línea que describe un voluntario es plana y, de pronto, sufre un bucle con forma cuadrada. Entonces, se espabila al infeliz y se le pregunta con qué objeto o concepto soñaba; por ejemplo, una oveja. Así, la próxima vez ya sabrán que esa forma del gráfico corresponde a ese concepto. En realidad, el sistema es más rudimentario, porque no logra definir objetos tan concretos. Si acaso, reconoce generalidades como "vehículo", "miedo", "persona"... Tampoco es del todo fiable, porque estos experimentos se han realizado justo al quedarse roque, en ese momento borroso en el que tu madre dice que está despierta cuando le cambias el canal. Y el estado latente del cerebro no es el mismo que cuando estamos en otras fases del sueño más profundas y más soñadoras, como es la REM.
De la consola a la almohada

Pero a quienes no se dedican a la ciencia lo que les emociona no es "grabar" sus sueños, sino controlarlos. ¿Te imaginas la libertad y la credulidad de la noche empleadas en lo que a uno se le antoje? "Los sueños lúcidos son más frecuentes de lo que se pensaba," comenta Elena Urrestadazu; "creemos que cerca de un 50% de la población los tiene". Son momentos de cierta consciencia de estar inmersos en una irrealidad, y por eso se disfrutan o se sufren más. Pero mejor suerte aún tiene ese 10% de personas capaz de dirigir medianamente su aventura de almohada. Y quizá el número aumente si se confirma la tendencia que la psicóloga Jayne Gackenbach (Universidad de Edmonton, Canadá) observó en su propio hijo: que los usuarios de videojuegos sienten mayor control sobre sus ensoñaciones. Eso sí, también sufren más pesadillas por persecución de bestias pardas y guerreros.

Puede que el antídoto esté en otro anhelo futurista de este maravilloso campo de investigación: el de elegir lo que vamos a soñar esa noche. Ese futuro arrancó en el siglo XIX, cuando el pionero Hervey Saint-Denys pidió a su mayordomo que pusiera gotas de diferentes perfumes en su almohada, en distintos días de la semana cuando ya estuviera dormido, para no condicionarse. Y descubrió algo que la ciencia moderna ha confirmado: que hay una vía –aún poco explorada– de condicionar al menos el tenor positivo o negativo de los sueños. Y, como lo consigan, la Bella Durmiente va a poner en su habitación el cartel de "No molesten".