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2012/08/23

El pueblo alemán sediento de trabajadores inmigrantes


La tranquila localidad alemana de Schwabisch Hall, en el suroeste del país, necesitaba urgentemente trabajadores calificados, así que hizo un llamamiento a todo el que buscase empleo en Europa. El resultado: fue inundado con solicitudes de miles de aspirantes.
Envuelta en un gran delantal blanco, Catia Cruz da los últimos retoques a varios platos de ensalada de langosta.

Otro cocinero, con la cara brillante por el sudor, le indica dónde encontrar el aderezo. Con un tono levemente irritado, cambia de alemán a inglés para poder hacerse entender.
Catia todavía está aprendiendo las bases del negocio en esta atareada cocina de Schwabisch Hall.
Esta portuguesa de 28 años, procedente de una pequeña localidad en las afueras de Lisboa, se acaba de mudar a Alemania y forma parte del creciente "ejército" de jóvenes del sur de Europa que han elegido viajar al norte en busca de trabajo.

Próspero rincón en el continente

Con sus adoquinadas calles inclinadas hacia el río y sus hermosas casas hechas mitad de madera, Schwabish Hall es un pintoresco pueblo construido hace cientos de años con la riqueza procedente de las minas de sal de la Edad Media.
En la actualidad, este rincón de Europa sigue siendo próspero. El estado de Baden-Wurtemberg es el hogar de muchas pequeñas y medianas empresas familiares alemanas que constituyen la base de las exportaciones del país. El único problema: la escasez de trabajadores calificados.
De hecho, había tanta necesidad de mano de obra que el alcalde decidió actuar. En enero, puso en marcha una campaña de relaciones públicas e invitó a periodistas de todo el sur de Europa a su ciudad, incluyendo a una joven reportera de Portugal.

Madalena Queiros escribió un elogioso artículo para un diario económico de su país, en el que describía algo parecido a un paraíso de salarios altos, guarderías gratuitas y ausencia de embotellamientos de tráfico. En cuestión de horas, la nota se convirtió en viral en las redes sociales.
La respuesta fue abrumadora, según cuenta Petra Hildenbrandt, de la oficina de empleo de Schwabisch Hall. Las computadoras de su oficina se vieron pronto inundadas de postulaciones, 15.000 tan solo de Portugal.
"Mientras intentábamos procesar todos estos CV, unas 60 personas simplemente aparecieron en el pueblo", recuerda.
"Vinieron en avión, en tren, en carro o en autobús. Simplemente golpearon la puerta de la agencia y por supuesto que intentamos ayudarlos", añade.
Pero por ahora tan solo una parte de todos los postulantes han conseguido trabajo. Muchos no tenían la formación, ya que la mayor parte de compañías alemanas buscan profesionales; jóvenes como Rodrigo Garulo Galiana, recién salido de una universidad madrileña.

La dificultad de adaptarse

Rodrigo es ahora responsable de control de calidad en Bausch y Stroebel, una compañía de equipamiento farmacéutico a las afueras de Schwabish Hall.
A medida que caminamos por la fábrica, Rodrigo parece cómodo con la maquinaria, pero me pregunto si será igual con los lugareños.
"Al principio algunos de los trabajadores aquí eran algo escépticos", afirma. "A lo mejor debido a mi acento pensaron que no era muy inteligente, pero ahora la cosa va mejor y son más amables conmigo".
Y es que por lo menos Rodrigo habla alemán básico. Pero en la misma calle, en una fábrica de líneas de producción para paneles solares, otro joven ingeniero español, David Costa Muñoz, tiene problemas para comunicarse.
David, de 25 años, no tuvo otra opción que dejar Barcelona. "Buscar trabajo allí era realmente muy complicado, las empresas te invitan a una entrevista pero muy rara vez te ofrecen un contrato", afirma.

David también asegura que en España hay cada vez menos empresas de alta tecnología y que muchos ingenieros se ven obligados a trabajar como técnicos.
En su amplia oficina, Bernd Spreche, el director ejecutivo de la compañía, asegura que tardaron un año en contratar a un especialista como David, porque los ingenieros alemanes son normalmente tentados por las grandes compañías automotrices de la zona, como Mercedes Benz, que ofrecen mayores salarios.
Se molesta si se le sugiere que su empresa se está beneficiando de la crisis en la eurozona.
"La crisis europea es también un gran problema para nosotros", afirma. "Hoy en día nuestros clientes están exclusivamente en Asia… en el viejo continente no hay negocio".
Petra Hildenbrandt, de la oficina de empleo, afirma que la barrera idiomática es el principal problema al que se enfrentan los recién llegados.
"Hay unas pocas compañías con un perfil internacional en las que es suficiente con el inglés, pero en la gran mayoría hay que poder comunicarse en alemán".
En una clase de alemán en el centro del pueblo hay barras en las ventanas, ya que el edificio era una antigua prisión. Pacientemente, la profesora intenta que cada uno de los 12 alumnos le explique qué hay en un cuarto de baño. Después, pasa a la cocina.
En la clase hay portugueses, españoles y un joven griego, así como alumnos de Ucrania, Kazajstán y Rumania.
Algunos creen que los ejercicios son fáciles. Otros, como María, una joven secretaria española, lo tiene difícil con las largas palabras alemanas y su pronunciación.

Sin billete de vuelta

María no consiguió empleo todavía, aunque ha enviado su postulación a más de 20 compañías locales. Trabajaba en un fábrica en Fráncfort, pero su contrato terminó a principios de año.
Ahora puede optar al seguro de desempleo, pero sin un alemán fluido reconoce que conseguir un trabajo bien pagado en Schwabisch Hall es muy difícil.

"No es fácil vivir aquí", afirma, "pero me quedo porque en casa no tengo nada y aquí por lo menos estoy aprendiendo una lengua nueva".
Al final de su largo turno en la cocina, Catia Cruz no oculta su agotamiento mientras nos dirigimos a un bar en el centro de la ciudad.
Con una cerveza de por medio, confiesa que a pesar del buen ambiente del restaurante se siente sola. Sus padres, sus hermanas, su marido y sus amigos están en Portugal. Algunos se preguntan por qué vino a Alemania cuando tenía un empleo, su propio apartamento y un auto en su país.
"El tema es que uno se puede matar trabajando en Portugal y aun así no tener para comer. Pagamos tantos impuestos que no podemos vivir, tan solo sobrevivimos", asegura.
Catia tiene ambiciones y su sueño es ir al "Cordon Bleu", en Londres, y formarse como cocinera pastelera, pero para eso necesita ahorrar dinero.
Trabaja muchas horas y admite que a menudo le desagradan los estereotipos norte/sur que existen en Alemania.
Le molestó particularmente cuando la canciller federal alemana, Angela Merkel, sugirió que la gente del sur del continente debería retirarse más tarde y tener menos días de vacaciones.
"En mi contrato aquí tengo 25 días libres y en Portugal el máximo es 22, por lo que los alemanes tienen de hecho más días libres que nosotros".
Escuchándola, recuerdo al personaje favorito de Merkel, la austera ama de casa de Schwabish. Cuando aboga por la austeridad, la canciller anima a los estados miembros a que emulen a esta frugal señora del rincón más conservador de Alemania.
La realidad es que, guste o no, Alemania es uno de los pocos países que ofrecen trabajo en la actual situación y si se viene aquí, hay que hacerlo bajo sus condiciones.
La tormenta económica europea ha dejado sin raíces a una generación de jóvenes que han encontrado su El Dorado en territorio alemán.




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