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2011/06/20

Biohackers: El laboratorio se traslada al garaje

"Nosotros [biohackers] rechazamos la percepción popular de que la ciencia sólo se hace en los laboratorios de las universidades, las empresas que han costado millones de dólares o el Gobierno; nosotros sostenemos que el derecho a la libertad de investigación, para buscar el conocimiento por uno mismo, es un derecho tan fundamental como el de la libertad de expresión o religiosa". La frase forma parte del llamado Manifiesto Biopunk, considerado la declaración de principios del movimiento DIY BIO (Do It Yourself Biology o Biología casera). Sus integrantes quieren sacar la biotecnología de las grandes corporaciones y, desde sus garajes, llevar los beneficios de la ingeniería genética a toda la humanidad.
La modificación genética no es nueva. Ya en los años setenta, los científicos Herbert Boyer y Stanley Cohen consiguieron insertar ADN de una rana en las células de una bacteria u obtener una proteína humana como es la insulina cultivada en microbios, mientras otros investigadores enseñaban a una bacteria a comerse el petróleo de los vertidos. El mapeo del genoma humano y otras especies ha permitido avanzar en el conocimiento del papel de los genes y, a continuación, en su manipulación, como si se tratara de piezas de un juego de Lego. Sin embargo, la biotecnología se ha desarrollado dentro de las paredes de una nueva industria a la que se han asociado las principales universidades. Lo que buscan los biohackers es abrir las puertas de sus laboratorios y airear el conocimiento allí encerrado.

Al menos, ese es el objetivo confeso de la autora del manifiesto, la programadora autodidacta estadounidense Meredith Patterson. "Buscan una sociedad donde la gente tenga el conocimiento y los medios para hacer por sí mismos cualquier cosa que necesiten", escribe Marcus Wohlsen en el libro Biopunk. Científicos caseros hackean el software de la vida (aún no editado en España). Para él, Patterson ejemplifica el fenómeno de los biohackers. Tras saberse que miles de niños chinos habían enfermado al tomar leche infantil contaminada con melamina, una sustancia química, intentó diseñar un sistema barato para asegurar el suministro de leche en los países en desarrollo. Lo que pretendía Patterson era introducir el gen de una medusa luminiscente en la bacteria que fermenta la leche y añadirle un sensor bioquímico que detectara la melamina y todo por menos de un dólar. "Hasta el momento, no ha tenido éxito. Pero, para ella, el éxito entendido como un producto terminado es algo incidental. Yo diría que su éxito está en el mismo proceso de hacerlo y en la reivindicación del derecho a hacerlo", dice Wohlsen.

Con software libre

Cuando se le pide una definición de los biohackers, Wohlsen tira de los recuerdos de cuando preparaba su libro. Una mujer tratando de crear un biosensor modificado genéticamente en la mesa de su cocina. Un grupo de chicos haciendo un laboratorio en un garaje con equipos basados en software libre. Otra mujer que desarrolló un test en su apartamento para un trastorno genético presente en su familia. Un profesor tratando de crear software de código abierto para controlar un robot que ensambla genes en un intento por crear organismos sintéticos. "Y eso es sólo una pequeña muestra", dice Wohlsen. "Cada una de estas personas intenta que la ciencia de la vida y la biotecnología sean más accesibles y factibles para más gente. Esa es la mejor definición que se me ocurre para el biohacking", añade.

Para el nacimiento de esta biología de garaje, que busca la deliberada mezcla y reordenación de genes para crear algo nuevo, se ha tenido que producir algo básico en cualquier industria: la reducción de costes. Tras el Proyecto Genoma Humano, el tiempo y el precio de escanear genes no ha hecho más que bajar. Han surgido decenas de empresas que secuencian por encargo. Los biohackers "podrán sentarse en casa casi sin ninguna infraestructura y hacer sus experimentos", relata Mackenzie Cowell, un joven biólogo que se gastó el dinero del fondo que le habían puesto sus padres en comprar un contenedor donde montar el Boston Open-Source Science Lab . Sus instalaciones están abiertas al uso comunitario. "Un laboratorio típico puede costar hasta 500.000 dólares. ¿Por qué es tan caro? Para responder a esa pregunta, me decidí a construir mi propio laboratorio. Hasta ahora, he encontrado que muchas piezas valen de diez a cien veces lo que cuesta fabricarlas", cuenta Cowell. "Si trabajamos para crear herramientas y reactivos más baratos, simples y mejores, las barreras a la innovación se podrán reducir", añade.
El alma de esta mezcla de biología, informática e ingeniería es el idealismo. "Los biohackers creen profundamente en el poder transformador de la ciencia y la tecnología", explica Wohlsen. Pero, para muchos de ellos, la forma en que universidades y empresas han institucionalizado la ciencia está inhibiendo esa energía en vez de liberarla. "Creen que la innovación podría prosperar mediante la democratización y la domesticación de la biotecnología, poniéndola en las manos de más gente, que puede que no tengan un título, pero sí buenas ideas", añade el autor de Biopunk.
El fenómeno de los biohackers no ha pasado desapercibido para las autoridades de EEUU, que llegaron a enviar un agente especial del FBI al congreso que, bajo el provocador nombre de Biología fuera de la ley , se celebró el año pasado en la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA) y donde Patterson pronunció su Manifiesto Biopunk. Las implicaciones éticas y de seguridad de la biotecnología casera llevaron al Gobierno a solicitar un informe a la comunidad científica. Aunque algunos querían imponer el principio de precaución, exigiendo su regulación estricta, la comisión dictaminó en diciembre que no se debía interferir. Así se podrá hacer realidad lo que dice el manifiesto: "Los biopunks buscamos activamente hacer del mundo un lugar que todos puedan entender. Venga, investiguemos juntos".

Cuatro grupos de ‘biohackers' 

 Los samaritanos
Los principales beneficiarios de este movimiento son los países en vías e desarrollo. De uno de ellos, Venezuela, es Guido Nuñez-Mújica (en la imagen). Desarrolló un test para la detección precoz del mal de Chagas mediante anticuerpos. Ahora trabaja en el Lava Amp , para realizar la reacción en cadena de la polimerasa que detectaría la firma genética del parásito. "Es portátil y cuesta diez veces menos", dice.
Los radicales
John Schloendorn sostiene que la investigación ambiciosa debe guiarse sin la limitaciónde las instituciones. Él y su colega Eri Gentry reorientaron su trabajo al cáncer tras morir un amigo por esa enfermedad. Han comprado células cancerígenas y las han cultivado en su propia sangre. Buscan usar bacterias para reforzar el sistema inmunológico y acabar con los tumores.
La ideóloga
La bioinformática Meredith Patterson, además de ser la autora del ‘Manifiesto Biopunk' y del proyecto para detectar la melamina en leche contaminada, es el rostro de la comunidad DIY BIO. "Las buenas ideas que acaban haciendo del mundo un lugar mejor, curando enfermedades y haciendo un planeta más saludable, rara vez provienen de las corporaciones", escribe en ‘Biopunk'.
Los vigilantes 
La biología sintética podría usarse para diseñar patógenos nuevos. Por eso está siendo seguida de cerca por los gobiernos.Un equipo de biólogos del Instituto de Bioinformática de Virginia Tech han diseñado el programa GenoTHREAT (algo así como Genoamenaza), que analiza combinaciones genéticas potencialmente peligrosas. El programa es de código abierto. 


Publico

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