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2010/09/06

Ciencia contra Fe

Publico

El asalto, desnudo, muerte y quema de Hypatia de Alejandría (alrededor de 370-416) a manos de una turba de cristianos, ilustrada en la película Ágora, de Alejandro Amenábar, muestra la eterna constante en las relaciones entre religión y ciencia al menos hasta el siglo XX. En una especie de juego de suma cero, la historia enseña que cuando gana una, pierde la otra. El físico Stephen Hawking, con su próximo libro, parece querer acabar la partida.
La muerte de Hypatia y la destrucción de la nueva Biblioteca de Alejandría (contemporáneas pero no relacionadas) suponen el asalto y victoria de la religión sobre la ciencia helenística. El cristianismo, infiltrado en el Imperio Romano, degenera en su religión oficial y única. De forma paralela a la persecución del paganismo, se impone la verdad religiosa sobre la científica.
"No debemos ver la de Alejandría como una biblioteca moderna, como un almacén de libros y pergaminos, que los había y muy valiosos", dice Félix Ares, asesor científico del museo de la ciencia Kutxa Espacio y destacado escéptico. "Lo más cercano que tenemos para hacernos una idea es nuestro Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). Allí se estudiaba y se investigaba. Descubrieron las causas de las mareas y plantearon conceptos modernos, como el de la gravedad", explica.
En la ciudad egipcia, una mezcla de culturas egipcia, griega, romana y oriental, la ciencia era un disciplina impulsada por el poder, no fruto de sabios individuales. "Allí hicieron las primeras disecciones del cuerpo humano. En la Biblioteca, tenían hasta un jardín botánico con la misión de seleccionar y mejorar las semillas", recuerda. "Todo eso no se vuelve a recuperar hasta hace siglo y medio", asegura Ares.
La muerte de la matemática seguidora de Platón y la destrucción de la Biblioteca ponen fin a la ciencia de tradición helenística. Se impone desde entonces una única verdad, la religiosa, con la que los científicos deben convivir. Desde el emperador Constantino, se produce un intenso monopolio por parte del poder religioso. De hecho, la filosofía y la ciencia (por entonces términos equivalentes) son asimilados por la religión. Los escasos avances científicos son obra de actores individuales, la práctica totalidad salidos de la esfera religiosa.

Bacon, la primera fisura

Aunque los historiadores no se ponen de acuerdo sobre las causas reales de su caída, el filósofo y científico Roger Bacon supone, a ojos de muchos, la primera fisura en la monolítica irracionalidad de la Iglesia. Aunque había leído a Aristóteles, el único gran filósofo griego respetado por el cristianismo, Bacon apostó más por la experiencia que por las teorías. Defendía la experimentación como forma para conocer el mundo. De hecho, es considerado el precursor del método científico siglos antes que René Descartes. Pero Bacon acabó encarcelado. Hay quienes sostienen que se debió a su conocimiento y praxis de la alquimia árabe, considerada una práctica herética. Otros consideran que fue víctima del enfrentamiento entre las órdenes franciscana y dominica.
Con Bacon sucede algo habitual entre los científicos que erosionan la religión: son miembros de la Iglesia o, como Copérnico, tienen formación religiosa y la practican. Sin embargo, los trabajos y la posición del inglés caen en el olvido.
"Es con el Renacimiento cuando surge una oposición sistemática al control del conocimiento", explica el profesor de Filosofía de la Universidad de Oviedo y miembro de la Sociedad Asturiana de Filosofía, Alberto Hidalgo, muy activa en el combate de la pseudociencia. "Es a partir de aquí cuando se inicia el retroceso de la religión y la progresiva recuperación de espacios por parte de la ciencia", añade.
Hidalgo recuerda que, al principio, el poder religioso intenta contemporizar. Así, cuando Copérnico, ferviente creyente, publica su De revolutionibus orbium coelestium (De las revoluciones de las esferas celestes) en 1543, Roma ni se inmuta. La obra, que inicia la revolución científica y es la base de la astronomía moderna, es un compendio de una vieja teoría que ya sostenían los antiguos griegos: es la Tierra la que gira alrededor del Sol y no al revés, como se empecinan en sostener los religiosos.

Galileo Galilei 

"La Iglesia nunca lo declaró herético, sólo era una teoría más", recuerda el astrónomo del Instituto de Astrofísica de Andalucía del CSIC Emilio García. Tuvo que llegar Galileo Galilei, otro ferviente creyente, para demostrarla en 1609 con el telescopio que había creado y, con ello, despertar la persecución religiosa. De hecho, es el siglo XVII, y no la Edad Media, la era de quema de científicos por herejes, como Giordano Bruno o Marco Antonio de Dominis (ver apoyo).
"Galileo construyó el mejor telescopio de entonces y se puso a mirar al cielo", rememora García. Comprobó que el planeta Venus presentaba fases, algo sólo explicable si orbitaba alrededor del Sol. También descubrió las lunas de Júpiter, que también giraban a su alrededor. "Hechos que validaban la teoría de Copérnico", destaca. La historia es conocida,
Tras obligarle a retractarse, Galileo fue recluido de por vida y se le prohibió escribir. Al final de sus días, estudió el Sol (tanto que se quedó ciego de observarlo) hasta descubrir que ni siquiera el astro rey era inmutable.
Poco a poco, las verdades religiosas fueron cayendo. En su demolición, además de la astronomía, vino a ayudar la geología. "¿Cómo se puede explicar que aparezcan conchas de almejas en el monte Olimpo?". Esa pregunta, que hace Félix Ares, también intrigó a los geólogos de la Ilustración y principios del siglo XIX. La búsqueda de fósiles, que llegó a convertirse de moda, y el estudio de los cambios en la superficie terrestre arrojan a la basura las afirmaciones bíblicas sobre la edad de la Tierra y su inmutabilidad. La aparición de enormes restos de especies extinguidas acaba por hundir el Arca de Noé. En la Iglesia reculan, empiezan a rechazar la interpretación literal de la Biblia.
Pero el golpe de gracia lo da la biología. Charles Darwin y Alfred Russel Wallace, de nuevo dos personas muy religiosas, aprovechan la acumulación de evidencias y la experiencia propia para postular la Teoría de la selección natural. Todas las especies, el hombre incluido, tienen un origen único y se han ido diferenciando a lo largo del tiempo por medio de cambios adaptativos. "Ya no hay diseño inteligente, sólo una evolución al azar por selección natural", dice García. Pero como los anteriores científicos, Darwin sufrió el escarnio y desprecio del poder religioso. Aunque ya no estaba de moda quemar científicos.
Es en la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX cuando el poder religioso siente su verdad más amenazada. A la par que el evolucionismo, las ideologías políticas basadas en el materialismo merman la autoridad moral de la Iglesia sobre los hombres. "Algunos Estados, como la Prusia de Bismarck, se apoyan en la ciencia para disputarle el monopolio cultural a la Iglesia", comenta Hidalgo.

El golpe de la física

Desde que Newton, enésimo creyente, pusiera las bases de la física moderna, sosteniendo que las mismas leyes que rigen en la Tierra gobiernan el cosmos, la religión sólo ha recibido palos de los físicos. Con la trinidad formada en el siglo XX por la Teoría de la relatividad general de Einstein, la mecánica cuántica y las diferentes versiones de la Teoría de cuerdas, reformuladas ahora por Hawking en la Teoría M, el Universo ha dejado de ser uno y surgió de la nada. "Con las ideas sobre los multiversos, el proceso de destronamiento de la religión iniciado por Copérnico empieza a completarse. Ni somos el centro ni somos únicos", opina García.
La astronomía, geología, biología, física, pero también la medicina o la sociología han aportado sus palas para horadar el edificio religioso. La última es la neurociencia. La mayoría de las religiones apoyan la idea de un alma diferente de la materia. Pero se acumulan los experimentos que muestran cómo el amor, la moralidad, la espiritualidad tienen su base en procesos neuronales, en la materia, que no necesitan de un espíritu.

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